OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

sábado, 29 de septiembre de 2007

Mami Tere

Rincón de los Relatos

Hoy es mi último turno como enfermera en el hospital público de la ciudad, no porque vaya a trabajar a otro lado o nada de eso. Es el día de mi retiro. He trabajado en pediatría casi toda mi vida. Debo haber visto cientos de miles de niños, uno más enfermos que otros, algunos con un pequeño rasguño, otros con un mezquino balazo que acabó con sus vidas. Por estar jugando, por padres descuidados, algunos golpeados, otros abandonados, a todos los recuerdo como si hubieran sido cada uno el paciente más importante. Y a veces pienso “podría escribir un libro con todas estas historias”. Eso si, siempre está la primera de las historias.

Desde que estaba en el colegio, siempre quise estudiar medicina. Me gustaba la biología, ayudar a la gente, me atraía eso de entrar al pabellón y abrirle el pecho a un paciente para curar sus males y, por qué no, me encantaba esa categoría que te da usar una bata blanca.

Pero por esas cosas de la vida no pude entrar a medicina. Quedé en enfermería, como una especie de premio de consuelo. Durante los primeros años no hacía más que pensar en salir pronto y seguir estudiando para alcanzar el título de doctora, jamás pensé seriamente en dedicarme a la enfermería. Me molestaba ser de la categoría menor.
Peor fue cuando comencé los internados. Me di cuenta lo que en realidad son las enfermeras en el mundo de la salud. Siempre encargadas de los quehaceres administrativos y a la total subordinación de los doctores, lo que ellos dicen se hace. Nuestro trabajo parecía reducirse a inyectar medicinas en los traseros de pacientes y recibir sus vómitos en nuestras ropas. ¡Lo odiaba!

Egresé de la carrera e inmediatamente comencé los trámites para convertirme en doctora. Y ahí, lo de siempre: el destino nuevamente impidió que aquello sucediese. Lloré desconsoladamente por días, blasfemando contra el cielo y el infierno por impedirme alcanzar el sueño de mi vida. “Son tantas las personas que logran lo que quieren, ¿Por qué yo no?” gritaba furiosa a los cuatro vientos.

Mi primer año como profesional fue una verdadera porquería. Turnos interminables, pacientes quejumbrosos, labores incesantes y repetitivas. Mi actitud hacia todo era horrible: no le hablaba a los pacientes, detestaba a mis colegas que amaban su trabajo, odiaba a los médicos por ser lo que nunca podría. Llegó un tiempo que tan solo el olor del hospital me hacía vomitar, bastaba que me hablaran para estallar en furia. No quería saber nada de la vida.

Así cierto día atendí a Felipe. De tan solo 9 años, llegó con unas quemaduras en los brazos que si bien, no eran graves, dejarían algunas secuelas.
- ¡Hola! – me saludó amablemente cuando entre al box
- Buenos días – fue mi fría y ya automática respuesta
- Me llamo Felipe, ¿Cómo te llamas tú? – me preguntó con una juguetona vocecilla que, sin embargo, no me sacó de mi indiferencia
- Te voy a poner unas cremas y vendas y será todo –
- ¿Eres enfermera no cierto? Lo se porque no usas bata blanca – comentario que me hizo enfurecer, pero no dije nada. El pequeño hablaba y hablaba.
- Me gustan las enfermeras, ellas me cuidan, me hacen cariño y son lindas – por primera vez lo vi a los ojos. Eran grandes y llenos de vida, su cara estaba un poco sucia al igual que su negruzco cabello.
- Allá en el centro hay hartas enfermeras, como cien. Todas me dicen Pipe así que tú también me puedes decir Pipe – el chiquillo no paraba, ya me tenía harta
- Ellas dicen que son mis mamás, que todas lo son. Pero yo se que no son – se calló por un momento lo que alivió mi trabajo de postura de vendas por unos instantes. Pero luego siguió, tan ágil como antes.
- Mi mamá verdadera no está. La Nuni dice que no me puede cuidar y por eso ella y las otras son mis mamis ahora. Pero igual hecho de menos a mi mami verdadera, aunque fuera mala, igual me quiere mucho y yo a ella – el niño se oía triste, por primera vez sentí un leve interés por un paciente.
- ¿Y qué le pasó a tu mami? – pregunté sin mirarlo
- ¡Aaah! a ella le gustaba salir –
- ¿Salir? –
- Si, yo pasaba el día con mi hermano grande porque mi mamá nunca estaba en la casa –
- ¿Salía a trabajar? –
- Algo así. Yo creo que salía a trabajar pero un día no volvió más. Mi hermano me dijo que había ido a la cárcel porque hacía cosas malas por mi culpa –
- ¿Por qué por tu culpa? –
- Por mi enfermedad. Nací con diabetes y para mi tratamiento me tienen que comprar un montón de remedios. Mi mami estaba todo el día afuera para traerlos a casa. Aunque no se por qué se demoraba tanto si la farmacia estaba en la esquina – la inocencia del niño logró ablandar levemente mi corazón.
- ¿Y tu papá? –
- Yo… no tengo papá, sólo a mis mamis –
- ¿Y tu hermano entonces? ¿Por qué no te cuida él? –
- Mi hermano… mi hermano no me quiere – respondió con tristeza. No supe que decirle así que esperé.
- … decía que yo tenía la culpa de todo por nacer enfermo y me golpeaba. Tiene puños fuertes sabe… - decía mirando al suelo con cara de asustado
- ¿Te pegaba mucho? – me arriesgué a preguntar
- Siempre, pero no porque quería –
- ¿Cómo es eso? –
- Es que le gustaba tomar, llegaba mareado y violento a la casa. No sabía lo que hacía… A veces me golpeaba hasta que se cansaba o caía dormido, otra veces… me llevaba a su pieza y me quitaba la ropa –
Nunca hasta ese momento había escuchado algo así. Me refiero a que uno sabe que estas cosas pasan todos los días, pero escucharlo de un niño que parecía tan sano y lleno de vida te remueve los sentimientos. Una nunca espera que un pequeño tan amoroso allá pasado por algo así.
- Un día – continuó, - unos vecinos entraron a mi casa a la fuerza apenas se fue mi hermano. Ese día me había plantado un cuchillo en el estómago y me dejó tirado en el suelo. – En su mirada se veía como recordaba con dolor ese momento, se veía asustado, le temblaban las manos
- ¿Y te trajeron al hospital? –
- Ajá – asintió con la cabeza, - me trajeron acá, creo… no recuerdo bien – dijo casi sin voz.
- ¿Y tus mamis te cuidan bien? –
- ¡Oh si! – exclamó contento, - me cuidan mucho, son hartas y enfermeras como tú. Es que estoy en un hospital como este, sólo que ahí habemos puros niños enfermos –
- Tienes muchos amigos entonces –
- Si, jugamos todo el día… - recordó sonriente
- ¿Bueno y como te quemaste? – pregunté, duda que hacía rato me tenía inquieta.
- Me pasó por tonto. Yo y el Lucas queríamos una olla para usarla como tambor, vi una que estaba encima de la cocina, intenté sacarla y en eso me cayó en los brazos el agua que estaban hirviendo para cocinar papas –
- Eso pasa siempre, he visto varios niños que se queman por andar jugando por ahí – le conté
- Pero no importa… nunca había estado tan contento como ahora – volvió a su melancolía, - hay mucha gente que me quiere y se preocupa por mí, ya nadie me pega o me hace cosas… - me sorprendió mucho la madurez del pequeño. Ahí descubrí que la madurez no viene con la edad sino con lo que realmente haz vivido, y este chiquillo si que las había vivido todas.

Escuchando su historia me avergoncé de mi misma y la manera en como maldecía mi suerte todo el tiempo. Mi familia era perfecta, tenía una carrera universitaria, un buen futuro y un buen pasado y aún así me quejaba. Este niño, que todo lo malo le había ocurrido, sonreía, se veía feliz. Yo lo tenía todo y nunca sonreía, el no tenía nada y era el más contento del mundo.
- ¡Listo! – dije terminando el vendado, - no andes jugando con cosas peligrosas –
- Se lo prometo – dijo con una sonrisa y admirando sus vendas que posiblemente lo harían popular por un par de días entre sus amigos.
- Esperamos al doctor y luego te podrás ir –
- Gracias… no me haz dicho como te llamas – recordó
- Teresa, aunque todos me llaman Tere –
- ¡Aaah! no conocía ninguna Tere ¡Mami Tere! –
- ¿Mami Tere? –
- ¡Ajá! – asintío con la cabeza - así les digo a las enfermeras del centro. Tu serás mi mami Tere – resolvió con convicción.
- Gracias – le dije a punto de llorar de la emoción
- ¡Gracias a ti Mami Tere! Eres linda y muy amable – En ese momento entró el doctor. Era la primera vez que veía a un “bata blanca” sin sentir envidia
- Enfermera, veo que terminó – y se dirigió al muchacho, - Ya te puedes ir – Felipe se bajó de la camilla, me sonrió y se fue corriendo a la sala de espera. Salíamos con el doctor del box.
- Triste lo del niño, ¿no le parece doctor? – le pregunté con la historía de la madre ausente y el hermano violador fresca en mi mente
- Aaah, no se preocupe enfermera, las quemaduras le sanarán rápido– fue su respuesta.

Desde entonces nunca volví a pensar en volverme doctora. Quizás si hubiera insistido lo hubiera logrado. Hubiese ganado más dinero, usado bata blanca, tenido más prestigio y vivido con muchas más comodidades. Pero nunca, nunca hubiera sido la Mami Tere de tantos y tantos niños.

No hay comentarios.: