OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 12 de marzo de 2024

Siempre Aquí, Contigo

A Patrick le tiemblan las piernas y las manos a pesar de los kilos de ropa que lleva encima, el día más frío de este invierno le pasa la cuenta a su piel delgada y a su cabeza de cabello recién cortado. Gert, su madre, lo acompaña todos los días en esta caminata hacia el colegio, las vibraciones que ella le envía al brazalete de su muñeca es un temblor de cariño, lo único que le brinda algo de calor. Patrick se detiene a medio camino, necesita un apretón aun más fuerte de su madre para continuar el viaje en paz así que suelta la correa de su brazalete y ajusta el encaje en el primer agujero disponible. Queda muy apretado, apenas corre un hilo de circulación hacia su mano pero se siente más tranquilo. El brazalete GPS vuelve a agitarse cuando Patrick llega a la puerta del colegio, es su madre que vuelve a consultar su posición en el mundo. Es un pálpito alegre, sonriente, un beso en la frente, le recuerda que en realidad nunca está solo. “Siempre aquí, contigo” le vibra su madre una vez más.


Todos los niños van llegando. Todos con las manos amoratadas aunque no por las ráfagas gélidas del clima sino por vibrar junto a sus madres el último cariño antes de clases. Un enjambre de zumbidos deliciosamente cálidos cruza el umbral de entrada del colegio. Todos los niños entran a sus salas encorvados, mirando hacia sus muñecas, ajustando el brazalete GPS para que no apriete tanto ahora que se sienten más seguros. La profesora de Patrick entra a la sala, con la espalda encorvada, mirando su muñeca, ajustando el apretón de su madre ahora que ya está más segura.


Carla, la esposa de Patrick, está a punto de dar a luz. Están con ella, a su lado, Patrick apretando su mano izquierda, una enfermera su mano derecha y sus padres vibrando ansiosos en su brazalete. La anestesia tranquiliza el dolor de Carla, la sala vibra en un seseo de júbilo, de nueva vida, las manos de todos tiemblan de amor, de dulzura, las vibraciones aumentan y aumentan… y la niña nace. Es Patrick quien le da un beso al brazalete GPS totalmente nuevo que luego coloca en la muñeca de su hija aún sin nombre. Los padres lloran, vibran la mano de su hija. Se corta el cordón umbilical.

“Mira George, que bellos se vibran en el parque” dice Gert, la abuela de Sue, mientras su brazalete le señala que la pequeña Sue da sus primeros pasos en la plaza con juegos, frente a la casa de Patrick y Carla, a trescientos kilómetros de los abuelos. Sue juega a construir un cohete espacial con bloques de construcción en su habitación, es coordinada y de movimientos firmes a pesar de las sacudidas del brazalete. Ya es un sexto sentido incorporado, controla cuando sentirlo, cuando hacer vibrar los de sus padres, tíos, abuelos y profesores en caso de que su instinto señale que es necesario. Sue va ahora a la universidad, sale de casa, vibra hacia sus compañeros señalando que va hacia ellos y ellos la vibran de vuelta que la van a esperar. Reconoce a cada uno, las suaves caricias espaciadas de Alice, las neuróticas ondas de Alan, las frecuencias cortas y de amplias longitudes de Frances, la escalada en intensidad de Mauricio. Al llegar al punto de encuentro escucha un “Hola” venir desde lejos. Sue debe mirar antes de darse cuenta que es Alice la dueña de esa voz.



“¡La oportunidad de una vida!” vibra Alice para Sue, la felicita por su nuevo nombramiento en la Agencia Espacionáutica Internacional. Viajar al planeta rojo ya es una realidad. El hombre al fin va a pisar otro planeta, el sueño desde antes de saber que los puntos en el cielo son estrellas. Sue vibra de emoción hacia toda su familia y amigos y conocidos, nunca había emitido ondas tan amplias y de longitudes tan cortas. La excitación. Se va al espacio.


¡Tres! (brrm, brrm, brrm) Sue no siente miedo, vibra suave, pausada, todos se tranquilizan. Se podría pensar que pasar 13 años en una misión espacial, lejos de todos los que ama, sería una barrera insuperable pero no irá sola. Se mira el brazalete GPS “van todos conmigo hasta el fin del universo” piensa y vibra una sonrisa. ¡Dos! (brrm, brrm) Sue mira hacia sus otros tres colegas astronautas, con los cuellos encorvados mientras aprietan el brazalete hasta enganchar el encaje en el primer agujero. Ella también lo hace. ¡Uno! (brrm) Sue cierra los ojos y deja de ver, deja de escuchar, deja de hablar, deja de oler, deja de sentir. Solo vibra.

El lanzamiento no se transmite ni por radio, ni por televisión, ni por streaming. Los brazaletes de todo el mundo comienzan a vibrar fuerte, agitando las manos en una explosión tecnológica. Todos suben sus brazos imitando la dirección que sigue el GPS de los astronautas, una dirección inusual, pulsación nueva, adictiva, de ensueño. Las longitudes se amplían mientras más suben y toda la humanidad cierra los ojos y deja de ver, deja de escuchar, deja de hablar…



La nave deja la atmósfera terrestre atrás en una vibración corta y sorda. Sue es obligada a hablar. “¿Sienten eso?” pregunta a sus compañeros que no saben si esta emocionada o asustada porque buscan la vibración de su voz y no la encuentran. Y entonces agitan sus manos, ajustan la correa, golpean el brazalete, no pasa nada, ni un zumbido, ni un pulso. “¡Centro de mando, atención centro de mando!” grita Sue por el intercomunicador. “Aquí centro de mando” intentan vibrar pero no pueden enviar las frecuencias a los astronautas “estamos verificando el problema” pero sin el zumbido Sue no sabe si son honestos o son palabras vacías. Se pensó que los brazaletes funcionarían en todo el espacio, que podrían llegar hasta Marte y seguir vibrando a sus familias y amistades y compañeros de misión. Pero los cálculos secretos de una ciencia poco explorada cortó toda comunicación entre brazaletes una vez dejada la Tierra.

“No sabemos qué hacer” dijo un ingeniero de misión desde la Tierra, con una voz prístina y una imagen de alta definición gracias a las pantallas y altavoces equipados en la nave. “Hija tranquila, lo solucionarán” Sue pudo ver y escuchar a su madre en la pantalla, todos los astronautas pudieron. Sus abuelos y Alice también, todos se comunicaron a través de la pantalla en tiempo real, sin un solo microsegundo de desfase, como si estuvieran allí pero sin brazaletes, sin poder vibrar “siempre aquí, contigo” a través de un pulso en la muñeca. En vez de continuar, liberarse al fin y salir del útero terrestre hacia el espacio infinito, la misión es abortada. Volvemos a casa.

Apenas rompen la atmósfera de vuelta, Sue siente las primeras vibraciones, millones de zumbidos, ritmos de todas las amplitudes y longitudes, un mar de olas de todas las fuerzas y tamaños. Se pasa la muñeca por todo el cuerpo, por debajo del traje, por sus senos, por su entrepierna, quiere vibrar entera, temblar hasta desvanecerse.

La física y la ingeniería guardarán el secreto para siempre, es posible mejorar los brazaletes GPS para detectarse en cualquier parte del universo. La mente humana sin embargo no guarda ningún secreto. Desde ese día y hasta la podredumbre del sistema solar, nadie, nunca más, se arriesgó otra vez a dejar de vibrar.