OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

jueves, 25 de enero de 2018

Las 7 y 30 De La Mañana Del Viernes

Rincón de los relatos

Daban la medianoche y yo aún caminando bajo la lluvia incesante del pleno invierno, pensando en todo lo que tenía que hacer al día siguiente y al siguiente pero con más fuerza recordaba con un relámpago de nostalgia todo lo que no había hecho ese día y al día siguiente y al siguiente. Ir después del trabajo a juntarme con el club del póker significó dejar de ver a Viviana al menos hasta mañana cuando ignoraría por completo las invitaciones de mis padres a cenar a su casa con la excusa de que al siguiente día si podría y otra vez y será para otra ocasión muchachos del bar y la junta en la plaza con mis ex colegas del colegio, eso quedó para una otra ocasión mucho más distante. Las doce y diez, tantas cosas que se pueden pensar en diez minutos y tan pocas que se pueden hacer en la vida real. Justo llegando a la puerta de mi departamento y esa idea que empieza a florecer, también para mañana y quizás tampoco.

Espero que algún día inventen un aparato que te deje limpio y seco en un par de segundos o una pastilla que te lave los dientes mientras haces otras cosas, tabletas alimenticias que aporten lo necesario para dejar de cocinar y calentar o me encantaría un auto que se condujese a velocidades alucinantes incluso al límite de las reglas físicas para no tardar en llegar al trabajo. Tanto tiempo perdido entre banalidades absurdas, inhumanas. Qué frustrante es empezar el día en la oficina esperando que se encienda el computador y que la innecesariamente aparatosa máquina de café termine de preparar un simple expreso. Anacrónico a esta altura teclear mis pensamientos en vez de pasarlo directo a la pantalla y cuánta lentitud el internet siendo lo último en vanguardia. Si tan solo hubiera más tiempo o avanzara más lento.

Es frustrante pero me resistía a sentirme así. Indagué en lo más profundo de internet y en los más bajos de los mundos hasta dar con un resultado totalmente inesperado. No lejos de mi oficina, instalada torpemente en el distante del suelo piso 16, una tienda de electrónicos ofrecía un extraño producto que solucionaría mis problemas. Después de desembolsar una suma de dinero interesante me hicieron entrar por una puerta oculta en el suelo tras el mostrador. La destartalada tienda quedó atrás para dar paso a una lujosa habitación de paredes blancas y sillones de cuero. Sin más, un sujeto me colocó a la muñeca un reloj de pulsera. Me indicó presionarlo con la palma de mi mano y cuando lo hice, todo se congeló, el tiempo se detuvo. Al presionarlo de nuevo el sujeto volvió a la vida y me hizo una única advertencia.

El costo de para el tiempo es que yo seguía “envejeciendo” pero el beneficio es demasiado valioso para preocuparme por eso. Tan solo unos minutos al día me darían el aire suficiente para poder hacer todo lo que quisiera. Se acabaron entonces los largos viajes en mi motocicleta porque ahora podía recorrer los caminos y autopistas pasando entremedio de vehículos totalmente detenidos y sin que transcurriera una sola milésima de segundo. Lo disfruté por mucho tiempo y luego comencé a hacer otros ajustes. Cualquier caminata por mínima que fuera me tomaba lo que un picaflor demora en completar un aletazo, nunca más me atrasé con un reporte en el trabajo y no volví a llegar tarde a ningún sitio.

Luego de meses de usar el reloj tuve la idea que lo cambiaría todo. Detuve el tiempo antes de dormir y lo volví a hacer correr al despertar. Me sentía tan descansado y al mismo tiempo satisfecho de descubrir que no necesitaba perder mi tiempo durmiendo y por lo tanto tampoco comiendo ni pensando ni siquiera poniéndome la ropa. Los días se hacían placenteramente eternos, lo lograba todo, podía hacer lo de una semana en un día y lo de un mes en una semana.

Y lo de un año en un día y lo de una década en unas horas. No me di cuenta cuando según mi percepción pasaron meses y meses sin ver la noche y otros tantos sin ver el día hasta que llegué al último límite, al deseo de hacerlo todo, todo cuanto pudiera y llegar a todas mis metas y cumplir todos mis deseos y no esperar más un solo segundo y detuve el tiempo un día viernes a las 7 y 30 de la mañana para sentir que nacía de verdad. Mientras el mundo estaba congelado yo era su emperador, el dueño del espacio y la temporalidad me sentí poderoso, invencible pero solo estaría totalmente en control si dejaba la tentación de lado. Me saqué el reloj de la muñeca y lo destruí de un solo martillazo. Sus piezas volaron por varios kilómetros por la fuerza del golpe que no tardo una sola pizca de tiempo en viajar del aire hasta el brutal impacto.

Seguí envejeciendo y envejeciendo y envejeciendo. Nunca me aclararon que para morir se necesita el tiempo, al menos un instante para diferenciar el momento de la vida y la muerte y por tanto soy un ser eterno y duradero hasta que encuentre la manera de volver a activar el reloj para lo cual tengo todo el tiempo que jamás habrá disponible. He recorrido el mundo buscando una copia del reloj pero creo que soy el único. Tampoco hay nadie aquí, nadie atrapado en este estado sin horas, están todos petrificados en lo último que estaban haciendo.

Y yo sigo aquí. Son y siempre serán las 7 y 30 de la mañana del viernes con todo el tiempo del mundo. Sin nada que hacer.