OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 5 de noviembre de 2013

Vertical

Rincón de los Relatos

Tuve un sueño sobre una ciudad. Atropellada por el crecimiento y la ambición de sus habitantes no le quedó alternativa más que mirar hacia el cielo y a un ritmo demencial destruir las pequeñas plantas de altura rasa y sembrar nuevas de gran altura. Los granitos de cemento miraban asustados cómo la vista se tornaba brumosa de tanto subir, las ventanas siempre con una vecina de al frente pasaban sus días cotorreando indiscreciones de las tímidas puertas renuentes a salir de los interiores. Avanzaba como una cámara rápida tratando de alcanzar el tiempo relevante donde todo estuviera terminado y eso mareaba a las jirafas metálicas cuyos cuellos, sin embargo, ni se inmutaban al levantar pesados bloques hasta un piso indicado con tres cifras.

Al terminar la obra como arañas las personas subían a ocupar sus lugares ya designados y tendían sus hilos marcando territorio deseosas de ocupar el siguiente ovillo en otra habitación todavía más alta porque el deseo no paraba ahí, porque más allá se construye algo mejor y mucho más alto. Tanto alimentaban a la ciudad que sus edificios no solo crecieron hacia las alturas, también engordaban sin control. Desde niños comiendo chatarra y grasas, codicia y deudas, nunca les enseñaron que todas las desgracias vienen con la prosperidad descontrolada y fue entonces cuando de pronto me vi parado en las calles de esa ciudad. Entre decenas de edificios cuyas últimas moradas no alcanzaban a verse con la vista.


A mi alrededor las personas caminaban con lentes de sol, literalmente, gafas amarillas que simulaban un día soleado, otros con quitasoles invertidos y los más creativos con linternas colgando de cintillos en sus cabezas todo con tal de sentir un poco del astro rey porque hasta a él lo opacaron esos deseos de rascar el cielo con piscinas en altura. Cansado de estar sumergido en esa fría tiniebla de concreto le compré a un vendedor ambulante uno de esos anteojos solares y se sintió como estar tomando café con sacarina, refrescarse con aire acondicionado, escuchar un sintetizador, acariciar un gato de peluche. En fin, creo que nos hemos preparado de a poco para una vida de sucedáneos y el sueño termina cuando me parece mucho más cómodo andar con gafas amarillas que caminar bajo el inclemente sol de verano.