OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 25 de septiembre de 2007

Apagando Los Colores

Rincón de los Relatos
Hace una semana que estoy recluso en el Centro de Modelamiento. Alguien me delató con los Modeladores y registraron todo mi departamento. Encontraron todos mis tesoros, mi vida.
- ¿Qué son estas porquerías? – me preguntaba agresivamente el modelador en jefe con una caja de memochips en la mano.
- Son grabaciones de patinaje sobre hielo oficial – respondí indiferente a la situación.
- ¡Esto es repugnante! – escupió la caja y la volvió cenizas con una descarga de su “zapper”.
- ¡Jefe! – gritaba otro oficial a su cargo desde el otro lado de la única habitación del departamento, - ¡venga a ver esto! – habían encontrado mi colección de revistas.
- ¿Estas son tuyas? – preguntó lanzando unos tomos al suelo, - ¿De qué tratan? –
- Son revistas de diseño señor y otras de paisajismo – le bastó escuchar esto para encajarme un puñetazo en mi estomago con furia y prepotencia. Yo, indefenso con mis manos esposadas a mi espalda y dos escoltas armados.
- Mire esto jefe – se acercó otro uniformado con mis mini-discs. El oficial mayor los revisaba y leía las etiquetas una a una cada vez con más asco, perturbado. Mis operas, mi música pop, mis discos de electrónica, todo se iba desintegrando bajó el poderoso rayo de la “zapper” controlada por el modelador.
- ¿Y esto? – uno de sus acompañantes encontró mis escritos y se los presentaba al jefe.
- Son mis cuentos señor – le dije mirando sus ojos dilatados en incredulidad.
- Tus cuentos ¡ah! – leyó un par de párrafos al azar en voz alta – “… se encontraba en un paisaje de ensueño, hadas volaban a su alrededor y los elfos le daban la bienvenida…” ¡No puedo leer más esta barbaridad! – y con la culata de su desintegrador me rompió la mejilla en un movimiento rápido y violento que dientes y sangre tumbó de mi boca.

Luego de destruirlo todo me trajeron al Centro. En realidad es una prisión terrible. Me tienen en una diminuta celda sin adornos más que una placa de metal al desnudo sobresaliendo de la pared imitando una cama. Ni siquiera una ventana.
Mi imaginación me mantiene con vida. Cierro los ojos y pienso que recorro las calles de la ciudad a pie. Es majestuosa. Gracias a los aeroautos las calles solo las transitan las personas, son espaciosas, rodeadas de jardines colosales y caminos que a pesar de ser plataformas metálicas se sienten suaves al pisarlas casi se puede creer que uno vuela. Los edificios son todos llenos de colores, móviles gracias a la técnica del aqualuz. Las murallas de las construcciones viven en coloridos y diseños cambiantes y dinámicos. Los más artísticos dibujan verdaderas obras de arte en sus fachadas con paisajes dominados por el viento o calles atestadas de caminantes. Es un mundo increíble, inexplicable incluso. El estar encerrado aquí y no poder disfrutar del exterior ya es una tortura de por sí. Pero eso no les basta.
Diariamente viene un supuesto psicólogo modelador acompañado de un hombre alto y forzudo con una máscara negra cubriendo su identidad.
- ¿Cómo te sientes hoy? – saluda siempre.
- ¡Excelente! – es mi respuesta de siempre. Luego se pone serio, comienza el interrogatorio.
- ¿Cuál es tu deporte favorito? – la primera pregunta es la misma todos los días.
- Me gusta el patinaje, por su elegancia, su magia, su mística – el psicólogo mirá al enmascarado y le ordena: “corrección”. De inmediato me fuerzan a tenderme desnudo sobre la placa metálica, me amarran de pies y manos y el verdugo entierra su pesado codo en mi estomago. Es un dolor pesado, intenso, insoportable.
- ¿Cuál es tu música favorita? – ahora pregunta gritando el psicólogo.
- Me gusta la opera y… -
- ¡Corrección! – a la orden el hombre que lo acompaña desenfunda un lazo magnético y lo azota contra mi cuerpo. Es un arma tremenda. Una fibra ancha y contundente es cargada con electricidad para producir un daño fulminante al contacto con la piel. Ese ardor incontrolable, el choque eléctrico punzante, grito de dolor, de pánico y eso parece alimentar la excitación del verdugo que acelera y refuerza los golpes.
- ¿Cuál es tu hobbie favorito? – interroga el psicólogo deteniendo al verdugo. No sé cómo espera que hable después de los latigazos. - ¡Responde! – me grita al oído, - ¡Responde! ¡¡RESPONDE!! – insiste con el rostro colérico y la boca babeante. - ¡Corrección! – Ahora el verdugo golpea mi rostro desesperadamente, las drogas de excitación que le inyectan antes de torturarme están en pleno efecto.

Dos meses en el Centro. He conocido todo tipo de torturas. Es impresionante la creatividad humana en este campo. Desde la comida que me dan, quita el hambre pero siempre hace vomitar, hasta unos modernos aparatos como el que esta encajado a mi pierna izquierda del que se desprenden unos clavos hacia mi carne a la orden del enmascarado.
Cinco meses.
- ¿Cómo te sientes hoy? –
- Bien – respondo fríamente
- ¿Cuál es tu deporte favorito? –
- El fútbol señor –
- ¿Cuál es tu música favorita? –
- El hip-rock señor – cité la música de moda para los varones.
- ¿Cuál es tu hobbie favorito? –
- Trabajar señor, ascender, triunfar –
- Muy bien amigo mío, usted ha sido modelado – libertad.

Mi primer día en las calles luego de cinco meses de reclusión. Calles metálicas, frías, rostros serios, distantes, edificios grises, todos iguales. Nada más que gris. Ni vegetación, ni colores, ni sonrisas. Algo me parece distinto de mi última caminata por la ciudad.
- Amigo disculpe ¿siempre ha sido así? – interrumpo a un transeúnte
- ¿Así cómo? –
- La ciudad – le aclaro.
- Siempre ha sido así – me responde confuso y sale huyendo al trabajo, presumo. Lo sé.

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