OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 12 de marzo de 2024

Siempre Aquí, Contigo

A Patrick le tiemblan las piernas y las manos a pesar de los kilos de ropa que lleva encima, el día más frío de este invierno le pasa la cuenta a su piel delgada y a su cabeza de cabello recién cortado. Gert, su madre, lo acompaña todos los días en esta caminata hacia el colegio, las vibraciones que ella le envía al brazalete de su muñeca es un temblor de cariño, lo único que le brinda algo de calor. Patrick se detiene a medio camino, necesita un apretón aun más fuerte de su madre para continuar el viaje en paz así que suelta la correa de su brazalete y ajusta el encaje en el primer agujero disponible. Queda muy apretado, apenas corre un hilo de circulación hacia su mano pero se siente más tranquilo. El brazalete GPS vuelve a agitarse cuando Patrick llega a la puerta del colegio, es su madre que vuelve a consultar su posición en el mundo. Es un pálpito alegre, sonriente, un beso en la frente, le recuerda que en realidad nunca está solo. “Siempre aquí, contigo” le vibra su madre una vez más.


Todos los niños van llegando. Todos con las manos amoratadas aunque no por las ráfagas gélidas del clima sino por vibrar junto a sus madres el último cariño antes de clases. Un enjambre de zumbidos deliciosamente cálidos cruza el umbral de entrada del colegio. Todos los niños entran a sus salas encorvados, mirando hacia sus muñecas, ajustando el brazalete GPS para que no apriete tanto ahora que se sienten más seguros. La profesora de Patrick entra a la sala, con la espalda encorvada, mirando su muñeca, ajustando el apretón de su madre ahora que ya está más segura.


Carla, la esposa de Patrick, está a punto de dar a luz. Están con ella, a su lado, Patrick apretando su mano izquierda, una enfermera su mano derecha y sus padres vibrando ansiosos en su brazalete. La anestesia tranquiliza el dolor de Carla, la sala vibra en un seseo de júbilo, de nueva vida, las manos de todos tiemblan de amor, de dulzura, las vibraciones aumentan y aumentan… y la niña nace. Es Patrick quien le da un beso al brazalete GPS totalmente nuevo que luego coloca en la muñeca de su hija aún sin nombre. Los padres lloran, vibran la mano de su hija. Se corta el cordón umbilical.

“Mira George, que bellos se vibran en el parque” dice Gert, la abuela de Sue, mientras su brazalete le señala que la pequeña Sue da sus primeros pasos en la plaza con juegos, frente a la casa de Patrick y Carla, a trescientos kilómetros de los abuelos. Sue juega a construir un cohete espacial con bloques de construcción en su habitación, es coordinada y de movimientos firmes a pesar de las sacudidas del brazalete. Ya es un sexto sentido incorporado, controla cuando sentirlo, cuando hacer vibrar los de sus padres, tíos, abuelos y profesores en caso de que su instinto señale que es necesario. Sue va ahora a la universidad, sale de casa, vibra hacia sus compañeros señalando que va hacia ellos y ellos la vibran de vuelta que la van a esperar. Reconoce a cada uno, las suaves caricias espaciadas de Alice, las neuróticas ondas de Alan, las frecuencias cortas y de amplias longitudes de Frances, la escalada en intensidad de Mauricio. Al llegar al punto de encuentro escucha un “Hola” venir desde lejos. Sue debe mirar antes de darse cuenta que es Alice la dueña de esa voz.



“¡La oportunidad de una vida!” vibra Alice para Sue, la felicita por su nuevo nombramiento en la Agencia Espacionáutica Internacional. Viajar al planeta rojo ya es una realidad. El hombre al fin va a pisar otro planeta, el sueño desde antes de saber que los puntos en el cielo son estrellas. Sue vibra de emoción hacia toda su familia y amigos y conocidos, nunca había emitido ondas tan amplias y de longitudes tan cortas. La excitación. Se va al espacio.


¡Tres! (brrm, brrm, brrm) Sue no siente miedo, vibra suave, pausada, todos se tranquilizan. Se podría pensar que pasar 13 años en una misión espacial, lejos de todos los que ama, sería una barrera insuperable pero no irá sola. Se mira el brazalete GPS “van todos conmigo hasta el fin del universo” piensa y vibra una sonrisa. ¡Dos! (brrm, brrm) Sue mira hacia sus otros tres colegas astronautas, con los cuellos encorvados mientras aprietan el brazalete hasta enganchar el encaje en el primer agujero. Ella también lo hace. ¡Uno! (brrm) Sue cierra los ojos y deja de ver, deja de escuchar, deja de hablar, deja de oler, deja de sentir. Solo vibra.

El lanzamiento no se transmite ni por radio, ni por televisión, ni por streaming. Los brazaletes de todo el mundo comienzan a vibrar fuerte, agitando las manos en una explosión tecnológica. Todos suben sus brazos imitando la dirección que sigue el GPS de los astronautas, una dirección inusual, pulsación nueva, adictiva, de ensueño. Las longitudes se amplían mientras más suben y toda la humanidad cierra los ojos y deja de ver, deja de escuchar, deja de hablar…



La nave deja la atmósfera terrestre atrás en una vibración corta y sorda. Sue es obligada a hablar. “¿Sienten eso?” pregunta a sus compañeros que no saben si esta emocionada o asustada porque buscan la vibración de su voz y no la encuentran. Y entonces agitan sus manos, ajustan la correa, golpean el brazalete, no pasa nada, ni un zumbido, ni un pulso. “¡Centro de mando, atención centro de mando!” grita Sue por el intercomunicador. “Aquí centro de mando” intentan vibrar pero no pueden enviar las frecuencias a los astronautas “estamos verificando el problema” pero sin el zumbido Sue no sabe si son honestos o son palabras vacías. Se pensó que los brazaletes funcionarían en todo el espacio, que podrían llegar hasta Marte y seguir vibrando a sus familias y amistades y compañeros de misión. Pero los cálculos secretos de una ciencia poco explorada cortó toda comunicación entre brazaletes una vez dejada la Tierra.

“No sabemos qué hacer” dijo un ingeniero de misión desde la Tierra, con una voz prístina y una imagen de alta definición gracias a las pantallas y altavoces equipados en la nave. “Hija tranquila, lo solucionarán” Sue pudo ver y escuchar a su madre en la pantalla, todos los astronautas pudieron. Sus abuelos y Alice también, todos se comunicaron a través de la pantalla en tiempo real, sin un solo microsegundo de desfase, como si estuvieran allí pero sin brazaletes, sin poder vibrar “siempre aquí, contigo” a través de un pulso en la muñeca. En vez de continuar, liberarse al fin y salir del útero terrestre hacia el espacio infinito, la misión es abortada. Volvemos a casa.

Apenas rompen la atmósfera de vuelta, Sue siente las primeras vibraciones, millones de zumbidos, ritmos de todas las amplitudes y longitudes, un mar de olas de todas las fuerzas y tamaños. Se pasa la muñeca por todo el cuerpo, por debajo del traje, por sus senos, por su entrepierna, quiere vibrar entera, temblar hasta desvanecerse.

La física y la ingeniería guardarán el secreto para siempre, es posible mejorar los brazaletes GPS para detectarse en cualquier parte del universo. La mente humana sin embargo no guarda ningún secreto. Desde ese día y hasta la podredumbre del sistema solar, nadie, nunca más, se arriesgó otra vez a dejar de vibrar.




martes, 28 de febrero de 2023

Diseño De Un Crimen

Rodeada por un campo de flores, Sandrine se siente extasiada. Los aromas, puede distinguirlos todos uno por uno, rosas, tulipanes, geranios, lavandas, hortensias, el campo de flores explota en una marea de pétalos, el suelo desaparece, Sandrine vuela, vuela entre colores y formas, pinceladas aromáticas que puede tocar con sus manos. Cierra los ojos y aparece dentro de un cubo formado por arcoíris sólidos, plásticos, transparentes, rotan, caen sobre ella y siente cómo sus tonalidades acarician su cuerpo, el cálido rojo sobre sus mejillas, el travieso verde cosquilleando los pies, el frío azul estremeciendo su espalda. Ahora cae desde el cielo, las aves le dicen “estira los brazos” y lo hace y revolotea mientras juega a deshacer las nubes que se sienten como algodón de azúcar. Un flash amarillo. Tambores.

-¿Qué te ha parecido?-

Sandrine despega los ojos. Un hombre que no reconoce al principio la observa sentado en una silla al costado de la cama. Juega con sus dedos sobre una tablet. Ese segundo entre el letargo y la consciencia termina. Sandrine responde la pregunta.

-Ha sido maravilloso… no, no lo entiendo bien pero… eres bueno, muy bueno- se hace llamar “Moshú”, de los pocos diseñadores de sueños realmente talentoso.

-Es tuyo- le dice a Sandrine mientras le envía un archivo encriptado tablet a tablet. Sandrine se levanta de la cama, hace el pago pasando su muñeca derecha sobre la pantalla de la tablet de Moshú y se retira del estudio, abrazando su tablet como si fuera un oso de felpa.


La siguiente cita es con un George, un recurrente. Moshú le ha diseñado cerca de 12 sueños y es su mejor cliente quien ya le ha valido automóvil nuevo. Es exigente. Le gustan los sueños intrincados, donde sea protagonista de una trama histórica exitante. Debatir junto a Julio César en el senado romano, planificar el siguiente movimiento de las tropas de los Plantagenet o descubrir la radio junto a Marconi. Eso, al principio. Antes del décimo diseño, George se enamoró de una bella mujer nueva en su lugar de trabajo. Desde entonces busca soñar solo con ella. Alice.



-¡Moshú!- usualmente entra contento al estudio de Moshú pero ahora viene furioso -¡pagarás por esto!- De pocas palabras, el diseñador solo se limita a mirarlo. George se sienta apoyado en el respaldo de la cama para continuar increpando a Moshú que se sienta en su silla junto a la cama.

-¡Me atreví a hablarle!- la cama del estudio está confeccionada para dispersar pequeñas dosis de relajantes apenas un cliente se apoya en ella. Parecía surtir efecto en George -le dije que quería estar con ella, que todo lo que habíamos vivido juntos me convenció de que somos el uno para el otro- cuenta mientras se deja caer en la cama.

“Le conté de nuestro encuentro en el restaurante lunar, los dos solos observando el amanecer con el borde de la tierra emergiendo en el horizonte. Le conté de nuestra cita en Paris donde nos contamos todo sobre nosotros. Le conté de cuando le pedí su mano después de rescatarla de las manos de un dragón ya de regreso en su palacio en Verona mientras me veía desde su balcón. Me dijo que no recordaba nada de eso que estaba loco, le dije que me parecía imposible ya que nadie puede olvidar momentos tan hermosos como esos. Le tomé sus manos y me devolvió una cachetada que se escuchó en toda la oficina. ¿Te das cuenta Moshú?”

-Son tus sueños George, solo tuyos- respondió brevemente con voz meditada. 

-No, entiende, la Luna, París, Verona, es ella conmigo,está ahí- George no parece escucharse a sí mismo.

-Creo que no podemos seguir trabajando juntos- sentenció Moshú. Personalmente, no le había pasado nunca pero ha escuchado historias de otros diseñadores. Las personas a veces confunden sueños con realidad y cuando se obsesionan con uno lo persiguen, se convierte en su modo de vida. Pero los sueños pertenecen a las ilusiones y la fantasía.

-Escuchame imbécil- George vuelve a sentarse en la cama -tienes que hacer algo para poder olvidarla, tú hiciste esto, tú y tus malditos diseños- Moshú no puede evitar sentir cierto orgullo, solo un buen diseñador logra una experiencia tan cercana a la realidad.

-No puedo hacerlo George, puedo agregar sensaciones oníricas pero no borrarlas. Deberías ir a un psicólogo- la chispa faltante.

-¡Ya verás, ya verás!- George se para de un salto y toma a Moshú por el cuello de la camisa -Te voy a matar ¿entendiste?- le habla violento, en susurros decididos -Pero no vas a saber cuando. Te voy a atravesar con una espada y descuartizar y no te voy a avisar. Seré tu peor pesadilla- lo lanza hacia la cama y se va mientras casi destroza la puerta de un golpe.


Moshú no sueña. Creó un diseño en blanco para si mismo. Descubrió que de no entrar en un sueño diseñado, suele encontrarse atrapado en una mezcla de todo lo que ha hecho para los demás lo que resulta predecible y ajeno. Tampoco quiere diseñar sus sueños, siempre encontró ridículos a los pintores y sus autorretratos. Pero esta noche, el diseño en blanco es sobrepasado. Las pesadillas tienen ese poder de anular cualquier sueño.


Es corta, directa, terrible. George, en una versión deformada, monstruosa, lo encuentra en la calle antes de entrar al edificio de su departamento. Le habla. Es incomprensible pero de todas formas entiende lo que dice, uno de los trucos tétricos del subconsciente. “Te lo advertí” el brazo de George se transforma en una alabarda con el símbolo de los Plantagenet en la punta. Sin mediar tiempo, el arma le atraviesa el cuerpo desde la ingle hasta la punta de la cabeza. Moshú siente el calor de la sangre brotando, el roce insistente del acero en cada uno de sus órganos, un mareo intenso que no lo desmaya. No siente dolor, no existe el dolor en el plano onírico así que suele ser reemplazado por sensaciones tan incómodas que sería preferible poder gritar, sentir los nervios. George desaparece, Moshú aún no despierta, está ahí de pie con el cuerpo partido en dos. Despierta ahogado, exaltado.



Recupera lentamente el control de su respiración, su espalda está empapada en sudor, tarda una fracción de segundo en constatar su presencia de vuelta en la realidad. La última pesadilla la tuvo cuando niño, solo el temor en vida puede llevar el terror a los sueños. Pensó que lo podría ignorar pero su interior dice otra cosa, la paranoia lo siguió más allá de su control. 


Moshú sale de su edificio no sin antes mirar hacia izquierda y derecha. ¿Ese es George mirando escondido desde la esquina? ¿Es aquél sentado en el café de enfrente con una sudadera negra? ¿Estará esperando en el parque Lind a mitad de camino? Tal vez esté esperándolo a la entrada del edificio en medio de la noche como en la pesadilla. Moshú no puede salir, vuelve a casa y se sienta a trabajar en nuevos diseños que, a pesar de ser peticiones placenteras, incluyen pequeños destellos de hombres con hachas en la cabeza, enjambres de abejas de ocho patas, dientes que caen de las bocas como copos de nieve. Se queda dormido sobre el escritorio.


Treinta minutos después despierta, babeante y tembloroso sobre su escritorio con el diseño de un hombre que corre y corre sin moverse. Tuvo la misma pesadilla. Empieza a investigar. Se conecta a su subconsciente a través de su tablet en busca de señales de un hackeo o un “bug”. Tal vez George encontró un diseñador dispuesto a crear una pesadilla e invadir los sueños de Moshú. Nada, nada, todo limpio, es su propio yo el desesperado por escapar de una vaga amenaza. Entonces toma una radical decisión. Las pesadillas naturales anulan cualquier sueño diseñado pero no a una pesadilla diseñada. Cualquier mal sueño es preferible frente a morir otra vez.


Moshú sube al tranvía. Siente las miradas sobre él, lo espían, murmuran, ríen, de pronto se descubre desnudo, sin brazos para poder taparse, hierve de vergüenza mientras los pasajeros se agolpan a sacarle fotos, a apuntar su cuerpo, a carcajear, el tranvía se detiene por fallas técnicas junto a un parque, es el mediodía más iluminado del año. De la nada, un monstruo. Cabeza de lobo, ocho patas, abre el hocico y se le caen los dientes como copos de nieve mientras murmura “te lo advertí”, el monstruo se abalanza sobre él, lo parte en pedazos mientras la gente ríe, apunta, fotografía. Un flash amarillo. Tambores.


La pesadilla real logró mezclarse con el diseño. No, Moshú no podrá superarlo ni con su creación más sofisticada. Tendrá que hacerlo a la vieja escuela, salir a la calle, superar sus miedos, ver que nada pasará con sus ojos, sentidos, consciencia. Son las dos de la mañana, lo último que haría sería dormir.


Moshú sale a la calle, lucha contra el instinto de mirar hacia todos lados, respira lento para intentar controlar su corazón batiente, cierra los puños para evitar temblar. “Hasta que apareciste infeliz” escucha a su espalda después de dos cuadras, su peor pesadilla.

-Escucha George lo podemos arreglar, podemos relacionarla con un mal sueño o…-

-¡La veré todos los días en la oficina imbécil!- George saca un enorme cuchillo desde el interior de su gabardina, mucho menos espectacular que sus pesadillas, decepcionantemente corriente.

-¡Funcionará, lo prometo! Lo he hecho con otros clientes antes te lo juro- no importa cuántas promesas, cuántas mentiras, un hombre con el corazón roto es más demoledor que la peor pesadilla.

-¡¡Cállate ya!!- George empuña con fuerza, furia, una estocada directo al estómago de Moshú, luego otro y otro y otro. Crimen pasional.



George observa el cuerpo flácido y sanguinolento de su víctima. Es una mezcla de sensaciones. Está aliviado, nadie volverá a soñar con cosas que no puede alcanzar. Está temblando. Racionaliza, es la adrenalina, ya pasará. Se da cuenta dónde está, se asegura, nadie lo vio, tomó la precaución de escoger una calle con la iluminación en mal estado. Corre a casa, corre como nunca. Entra por la puerta principal y hunde el cuchillo en un balde de cloro previamente preparado. Va al patio a dejar su ropa salpicada en sangre en un hoyo previamente excavado. Se ducha, se raspa la piel con una esponja áspera, humedecida por agentes de limpieza. Corta sus uñas, lava su rostro diez, viente veces. Ha salido todo perfecto. Complacido, se va a dormir como si nada hubiera pasado. Cierra los ojos en paz.


Dos días después. Cae la tarde. Golpean la puerta. Dos policías.

-Solo unas preguntas señor, rutina- los hace pasar. Les ofrece sentarse en el sillón del salón.

-¿A qué se debe oficiales?- una pregunta cordial, sincera.

-Es sobre un conocido suyo- le dice la policía mujer mientras presiona comandos en su tablet. -este hombre ¿lo reconoce?-

-¡Si lo conozco!- se sobresalta -Es George, uno de mis clientes ¿le pasó algo?- Moshú pensó que no volvería a ver su rostro.

-Lo encontramos esta mañana, colgado del cuello en el patio de su casa- dijo el policía hombre que le tendía la tablet con la foto panorámica del patio. Es George colgando de un árbol y a pocos pasos de él, un hoyo inmenso y profundo.

-No hallamos nada en el agujero pero si una nota sobre la mesa del comedor- el policía desliza su dedo sobre la tablet para mostrar la carta. “No quise hacerlo, es mi culpa. Yo asesiné a Moshú, solo espero que su familia me perdone, que Alice me perdone”

-Dejó indicaciones de donde encontrar su cuerpo, pero nada. A cambio aquí está usted, vivito y coleando- ríe la policía mujer -¿sabe por qué escribió este mensaje?- Moshú quedó paralizado observando la carta de George.

-No… no lo sé- respondió todavía incrédulo.

-¿Nunca le mencionó sus intenciones de suicidarse?-

-Para nada él estaba enojado por una mujer que lo rechazó, Alice- 

-La señorita de la carta, ya hablamos con ella- los policías se miraron y asintieron con la cabeza. -Bien, eso concuerda- dijo la mujer mientras ambos policías se levantaban del sillón.

-Puede ser que necesitemos más de su cooperación señor, gracias- Ambos policías se van. Moshú queda solo. Se siente peor que al despertar de una pesadilla.


Su diseño fue una obra de arte. Moshú no veía otra salida más que su muerte y entonces imaginó la solución. Desde su tablet, Moshú hackeó la mente de su cliente, cosa fácil gracias a todos los datos digitales, psicológicos y subconscientes de George que ya poseía. Fue fácil hacer ver el homicidio plausible y propio pues todos han soñado con matar a alguien. Las ideas no faltan. El sueño fue detallado: cuándo, dónde, el arma, el plan para ocultar huellas. El sueño estuvo lleno de sensaciones coherentes con un asesino, adrenalina, decisión, satisfacción. El sueño incluyó todo tipo de adheridos ambientales, el frío, la brisa, la oscuridad, focos de la calle en mal estado. El sueño terminó con su protagonista yendo plácidamente a dormir para evitar la distinción con la realidad. Moshú incluso intervino el software onírico para eliminar el “flash amarillo, tambores” del final de los sueños diseñados.


George no entendió la diferencia. Tampoco era un asesino.




jueves, 21 de enero de 2021

El Verdadero Amor

En promedio, las relaciones duran cada vez menos. Es un hecho y se han teorizado muchas causas, menos habilidades blandas para enfrentar problemas, mayor disponibilidad de posibles parejas gracias a la conectividad global, intolerancia frente a diferencias con la pareja, el individualismo como identidad característica de las nuevas generaciones, desinterés en general, se han dibujado muchas posibilidades pero ninguna ha sido capaz de explicar el fenómeno y para variar, el mundo avanza más rápido que la ciencia social y aún más rápido avanza la tecnología.


-Ella es Alba- dice Alberto paseándose con la nueva conquista que prometió presentarles. Es muy distinta a las anteriores.

-No puede ser- exclama Teresa impresionada, -¿de verdad es una…-

-DigiSap hasta la última célula-


Frente al grupo de 4 amigos, Alba se presenta de 1,70 de altura, 110.000 finos y negros cabellos, piel lozana, brillante, mirada honesta, humilde. Vestida a la moda de la década, luce un vestido asimétrico ajustado muy bien a su definida cintura y a sus muslos de deportista. Su postura, nerviosa frente a los nuevos conocidos. Una Digital Sapiens último modelo.


-¿Eres DigiSap de verdad?- le pregunta Rocío mientras camina en círculos a su alrededor, inspeccionando cada detalle, en busca de cualquier error que delate su falta de humanidad.

-¡Al fin los conozco! Alberto me ha hablado tanto de ustedes- dice como activándose, ignorando a Rocío, de manera aterradoramente natural.

-¡Vaya! un gusto también- Carlos extiende la mano y gustosa Alba la toma y devuelve el saludo. Le cuesta trabajo soltar su mano, impactado por sentir la calidez del torrente sanguíneo en lugar de la frialdad de los cables eléctricos.

-Esto es impresionante, de verdad impresionante- dice Teresa incrédula. Ha visto DigiSaps antes pero no como Alba.

-Ella es una nueva modelo 7- indicó Alberto -no solo se ve indistinguible de una persona, además aprende como ningún modelo anterior. Cada segundo toma información mía y de mi alrededor para ser una mejor pareja ¿no es ideal?-

-Ideal cariño, ideal- replica Alba dándole un beso en la mejilla. Dentro de sus circuitos un nuevo bit de información es creado.


La curiosidad por lo que es una máquina pronto fue reemplazada por interés en una nueva amiga. Alba fue rápidamente integrada y compartía fácilmente las actividades favoritas del grupo. Le encantan las noches en el club Selfie, aprende a cantar karaoke con gracia y con la desafinación justa, comparte el gusto exacerbado del grupo por las papas fritas con salchichas y es más, absorbió toda la biografía de los 4 amigos y es capaz de participar en conversaciones tan íntimas como las historias de escuela básica que compartieron juntos como si Alba siempre hubiese ido al colegio con ellos.


Sobre su relación con Alberto, ni hablar. La pareja ideal de las películas hecha realidad. Se entienden con simples gestos, ceden en la medida justa y en lo importante comparten opinión como en política y en quién debería ganar el siguiente torneo local de fútbol. Se ríen de los mismos chistes, disfrutan de la misma música y aunque el software de Alba planteó ciertas diferencias de gusto y personalidad al inicio, aprendió que Alberto se siente más cómodo con alguien que lo siga en todas y así Alba se ajustó perfectamente a su vida.


Como cualquier software, las actualizaciones de Alba nunca se detienen. Como cualquier persona, Alberto cambia de opiniones y gustos constantemente y Alba, aunque muy eficaz en sus ajustes, comenzó a detectar una dificultad creciente para ejecutar mejoras continuas y es que son demasiados desajustes pequeños en poco tiempo. Alberto es “muy humano” analiza su software y todo su sistema decide abocarse a encontrar una solución lo más eficiente posible para seguir siendo la pareja ideal sin importar el costo en espacio y esfuerzo digital.


Alba comenzó a estudiar psicología, comportamiento humano, al subconsciente, todo en cortísimo tiempo como buena computadora hasta llegar a una conclusión, a la solución lógica. En ese momento a Alba se le cae un pelo de la cabeza solo uno y mucho después otro, a un ritmo suficiente e imperceptible. Cambia una décima de octava su tono de voz y luego de nuevo y cambia su color de piel en una frecuencia centesimal y luego de nuevo y cambia su peso corporal en fracciones de gramos y luego de nuevo y luego de nuevo y de nuevo. La ejecución del proceso de actualización se lleva a cabo con paciencia, precisión.


Ocurrió lo que con toda tecnología ocurre. Tener un DigiSap modelo 7 se convirtió en algo accesible para todos y pronto el grupo de 5 amigos se volvió en uno de 8. A Alba le costó mucho tiempo acoplarse al grupo pero esta vez los nuevos sapiens tienen una habilidad que los humanos aún no poseen. Alba traspasó toda la información recolectada por años con Alberto con los otros 3 en un parpadeo y se saltaron todo el proceso para llegar a la misma conclusión que Alba sobre la mejor forma de adecuarse a su pareja humana para que los amen más que a nadie.


-¡Alberto! te estábamos esperando- dicen Rocío y su DigiSap al unísono sentados en un café de la ciudad.

-¡Hola Rocío!- se escucha en un eco doble, perfectamente armonizado. Alberto se sienta, Alberto se sienta y a nadie le parece extraño. “Alba” terminó su proceso de adecuación, es ahora la pareja perfecta, el amor ideal, lo que Alberto soñó tanto despierto como en el mundo onírico.

-Un café latte- pidieron juntos.

-Se ven perfectos- señala Rocío mientras voltea la mirada a su DigiSap -¿no te parece Rocco?- Alberto se ríe, Alberto se ríe, porque vio, porque escuchó, porque pensó que Rocco le estaba hablando.




martes, 19 de mayo de 2020

El Último Hijo

Comienza el domingo y para Miguel es el día de visitar a su madre. Luego de la ducha, y sin darse cuenta, se viste con su mejor tenida, lustra los zapatos que ella le regaló, se pone las colleras que le dejó su padre y se apresta para verla. “Miguelito, mi’jito” recita estirando su mano para acariciarlo, pero no puede. “Te lo compré para que lo uses” se enojó con un rostro gracioso que Miguel ama y trata de traer a la vida las veces que puede. “Sí mamá” le dice activando el nuevo aditamento para su laptop. Al lado de su madre, el rostro de Miguel salta de la pantalla hacia una proyección tridimensional casi sólida y lo sería si fueran una familia más acaudalada que pudiera conseguir lo último en tecnología.

Miguel nace en el año 2020, hacia finales, en su casa, un acontecimiento envuelto en una época donde nacer en un centro médico es cosa de locos. Con un doctor asistiendo desde el altavoz de un smartphone, el parto es un éxito y mientras Miguel aprende a llorar, es llevado a una habitación solitaria con un trozo de plexiglás en lugar de puerta y una pantalla en lugar de un móvil sobre su cuna. Gracias a los contactos japoneses del padre de Miguel, se instalaron junto a su cuna unos brazos robóticos cubiertos de espuma que se mueven según un control remoto accionado siempre desde una razonable distancia.

“Mi niño lindo, cómo está mi niño lindo” dice su madre mientras empuja las palancas del mando hacia el centro. Los brazos rodean a Miguel con un calor casi humano mientras el susurro cariñoso de su madre lo acurruca desde la pantalla. “Es hora de comer mi’jito”. Todo un evento. La madre se pone un embudo en sus pezones para extraer su leche hacia una mamadera. Luego, usan un auto a control remoto cubierto por una bolsa plástica para colocar la botella y dirigirla justo frente al trozo de plexiglás de la habitación de Miguel. Entonces el padre, vestido al estilo astronauta, limpia la mamadera con extrema cautela “apúrate o se enfría” le gritan siempre. Finalmente se aleja para abrir una pequeña puerta de gato que acciona de lejos con un hilito el cual reemplazan por uno totalmente nuevo para cada una de estas operaciones. El auto entra hasta quedar debajo de los brazos mecánicos y ellos recogen el valioso alimento y se lo dan a Miguel. Todos los días. Siete veces al día.

Cumple un año y tiene que aprender a caminar. Los brazos mecánicos lo sacan de la cuna y por primera vez sale de la habitación. Es algo de lo más complejo. Sus padres, vestidos herméticamente, sacan el trozo de plexiglás entero e instan a Miguel a gatear fuera de su redil. Torpe, temeroso, como si le esperará un abismo más allá de la línea que dejó un año de encierro, tiene que ser sostenido por los guantes de su padre para atravesar hacia el nuevo mundo. Se pone de pie de inmediato, dio un paso de inmediato. Sus padres jurarían que hizo el gesto de clavar una bandera mientras lo hacía.

Le enseñaron a ponerse el traje hermético, le enseñaron a lavarse las manos, a toser dentro del codo, a utilizar la laptop, a sanitizar todo lo que toca y desechar todo lo que usa. Come en la mesita instalada en su habitación mirando a sus padres, cada uno con su rostro desde un smartphone. Va a clases todos los días vía school-link y juega videojuegos en línea con sus amigos. Crece soñando ser periodista y termina postulando al Instituto de Educación para ser profesor.

Así, ahora se dedica a enseñar como su padre siempre predijo. Lo hace desde su habitación de siempre aunque, esta vez, dividieron la casa en dos para que él y su madre tuvieran espacios realmente separados. Él no lo sabe pero su madre se conecta furtivamente a school-link para verlo hacer clases con un usuario oculto. Lo admira más que a nadie. Eso estaba haciendo cuando dio su último respiro y su laptop, midiendo la ausencia de su frecuencia cardiaca, dio aviso a Miguel, al resto de la clase y los servicios de salud de forma automática. Nunca sabría que esa alerta sanitaria fue por su madre.

El conductor de la ambulancia llama a su puerta y le habla a través del comunicador, así se entera. “Conécteme cuando esté sucediendo por favor” Miguel le compartió su número de contacto y por la ventana vio la camilla con el cuerpo cubierto en plástico negro. El streaming del funeral comenzó 30 minutos después. Miguel no se perdió un solo segundo.

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La muerte es inminente, los inútiles del grupo deben dejar los árboles. A quince macacos, con serias dificultades para prensar la cola a las ramas más delgadas en la copa de los árboles, les fue imposible alimentarse por días gracias a la explosión demográfica de su colonia. Demasiada competencia hábil. Decidieron bajar a la superficie donde abundan los peligros. pero también abundan las frutas, ya demasiado maduras, por no decir podridas pero comestibles, nutritivas. No se dan cuenta que ya están mordisqueadas por un asalto de zarigüeyas que no pudieron completar su festín ante la carrera de una pantera buscando buenas presas.

El mono come por primera vez esa fruta, la primera ya caída del árbol, la primera compartida con otra especie y la primera en cargar un patógeno presto a multiplicarse en un nuevo receptor, uno que no lo conoce, no como la zarigüeya ya acostumbrada a lidiar agresivamente con él.


De esos quince simios, siete sobreviven al virus. Todos ellos tendrán una floreciente, poderosa descendencia, una que podrá comerse a las zarigüeyas mismas sin temer a nada.


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Miguel muere de viejo, muy de viejo como fue el sueño de toda su sociedad. Su piel termina virgen de contacto humano, su nariz libre de las memorias de algún perfume de su madre o de la pipa de su padre, sus ojos vidriosos como el plástico de una pantalla, sus pies no supieron de polvo ni pavimento. Cuando deja de respirar, una señal es enviada al centro de salud donde una ambulancia automatizada se despacha hacia su casa. Bajo enormes árboles, su funeral es ejecutado por robots y transmitido en vivo por streaming. Nadie lo ve.


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Primogénito


Gira y gira sin controlar nada. Las estrellas se deshacen y se transforman en líneas de luz atravesando el universo de lado a lado. Soledad, diez mil trillones de kilómetros a la redonda de un vacío tan profundo que el golpeteo de un solo átomo en su espalda sería noticia. Gira y gira sin controlar nada. Las revoluciones aumentan, el calor se concentra, siente a sus entrañas pateando desde dentro buscando aliento. El aire de su traje espacial se agota, sus pulmones ruegan por soltar los seguros del casco e intentar buscar la última partícula de oxígeno de todo el cosmos.

“¡Es un niño!” grita su padre orgulloso, un hombre corpulento, de peinado regio y hombreras estelares “¡mi futuro general en jefe!” decía en posición militar frente a la primera ecografía. La madre llora emocionada, imaginando a su futuro hijo volar por los aires por primera vez como lo hizo su padre tanto tiempo atrás. Se toman las manos ya viendo al nonato siendo despedido de la vida con doce escopetazos al cielo rodeado por el cortejo marcial más destacado.

Gira y gira sin controlar nada.

“¡Mira su trajecito!” exclaman en el 'baby-shower' del futuro descendiente. Una polera del mínimo tamaño lo esperará por los siguientes 6 meses. “El estampado es perfecto” opina la amiga solterona revisando cada centímetro del diseño de camuflaje “se te va a perder a cada rato cuando aprenda a gatear” ríe una señora de cabellos tiesos sosteniendo a su propia recién nacida.

Gira y gira sin controlar nada.

“¡Va a superar mi record en vuelo!” aclama su padre al recordarlo en las barracas junto a sus camaradas. “Le darás tu nombre me imagino, como mi padre lo hizo conmigo por supuesto, te dará nietos voladores supongo, como mi padre lo hizo con su padre y éste con el suyo, irá a la batalla presumo, como un verdadero hombre lo haría, matará a cientos y morirá tal cuál héroe estimo, como lo haré yo cuando lo vea convertirse en mi digno heredero”.

Gira y gira sin controlar nada. El aire de su traje sigue débil pero no se agotará, ya lo entendió. Girará y girará sin control a menos que haga algo hasta que su cuerpo se consuma por completo en una agonía tortuosa cuyos gritos nadie escuchará. Recuerda su entrenamiento. Delante de su barriga está la manguera que une el tanque de oxígeno y el casco, es extensa y de un material que aguantaría un cataclismo. Pero es flexible. Su única alternativa.

Gira y gira sin controlar nada. Excepto sus manos que toman con fuerza la manguera de oxígeno para moverla hacia arriba. Con delicadeza ritualista, la enrolla, tres vueltas alrededor del cuello. Ya preparado, tira con fuerza hasta apretar la tráquea, hasta cerrar las vías, tan determinado que sabe que seguirá imprimiendo toda su fuerza hasta incluso después de morir. Sabe que de eso depende dejar de vagar en la soledad del centro de la galaxia.

Las estrellas desaparecen, el negro del espacio se torna rojo, intenso, cálido, líquido. “¡Rápido, llama a alguien que no aguanto el dolor!” Los últimos rumores de la existencia dejan de latir, puede vivir el momento, el momento exacto. “¡Se va, se va, siento que se va!” grita en un sollozo desesperado. El momento exacto donde está a punto de dejar este mundo, es tan satisfactorio. “Lo siento señora, señor, ya no podemos hacer nada”. Ya no gira. Ahora lo controla todo.