El Rincón de los Relatos
Era siempre lo mismo. Todos los viernes nos veíamos con Sandra en la boletería del metro Los Héroes cerca de su universidad. Y al salir siempre nos topábamos con un vagabundo limosnero, vestido con telas roídas y desteñidas, barba larga, blanca y nunca en la vida rasurada y siempre rodeado de decenas de apestosas palomas. Y apenas pasábamos tomados de la mano por su lado nos gritaba con una voz de ultratumba, rasposa y profética “¡lo bueno siempre dura poco!” y las palomas se alborotaban y huían despavoridas.
Era siempre lo mismo. Todos los viernes nos veíamos con Sandra en la boletería del metro Los Héroes cerca de su universidad. Y al salir siempre nos topábamos con un vagabundo limosnero, vestido con telas roídas y desteñidas, barba larga, blanca y nunca en la vida rasurada y siempre rodeado de decenas de apestosas palomas. Y apenas pasábamos tomados de la mano por su lado nos gritaba con una voz de ultratumba, rasposa y profética “¡lo bueno siempre dura poco!” y las palomas se alborotaban y huían despavoridas.
Todos los benditos viernes lo mismo. Pasábamos a su lado y “¡lo bueno siempre dura poco!” nos gritaba con los ojos desorbitados y la mirada punzante. Y a nadie más lo decía. Me tenía harto y así regresé otros días a ver su actuar y nunca lo vi decir una sola palabra frente a otras parejas, tan sólo se dedicaba a agitar su jarra de monedas que sin importar el día siempre parecía tener la misma cantidad de colecta.
Fueron años, de viernes y la frase, de viernes y las palomas asustadas. Hasta el día de graduación de Sandra. Su primer trabajo fue en las poéticas torres de negocios del barrio El Golf y entonces nunca más vimos al viejo y a sus ropas desteñidas.
Así, diez años después y por casualidades de la vida, nos juntamos un viernes en la estación Los Héroes con la diferencia de estar ahora felizmente casados. Y mientras subíamos las escaleras Sandra me dijo “¿te acuerdas del vago ese?” y le respondí “¡recordarlo! creo que siempre lo voy a recordar” reímos juntos. Y cómo no, ahí estaba el vago con las mismas ropas desteñidas, con la misma larga barba y con el mismo rebaño de palomas. Y deseando que no nos reconociera el viejo nos grita “¡lo bueno siempre dura poco!”. Y con qué ganas le respondí ahora “te embromaste viejo porque estamos casados” y le enrostré mi anillo matrimonial. Pero el viejo ni se inmutó y como si desde siempre hubiera tenido la respuesta escupió tan fuerte como siempre, con los ojos igual de hinchados “¡por eso el matrimonio es para siempre!”.
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