Rincón de los Relatos
Calles estrechas, adoquinadas, dispuestas al azar para perderse entre ellas. Ha terminado de llover hace poco y el día comienza su fase sin sol. Racimos de luces encienden y se desparraman en los pequeños charcos del suelo. La temperatura es perfecta para usar gabardina y jugar con el vapor del aliento.
Vaya magnetismo. Observas con esos discos imantados y convierten mi cuerpo en metal sin voluntad atraído por fuerzas innegables, imbatibles desde lo humano, mágico para la ciencia. Todo revive ahora con esa fuerza bipolar que levanta del suelo hasta la más miserable viruta de acero.
Un pequeño café se ha vuelto a armar en la calle, escondido hasta el arrecio pluvial. Me siento mirando hacia la vereda de enfrente. Nunca podría colocarme mirando a la pared, no hay sin sentido mayor que aquél de escoger granito en lugar del resto del mundo. Vuelven de a poco los caminantes. Turistas asombrados, amantes sin rumbo, mujeres de taco alto en la pasarela, señores con literatura cargada tomando café sin azúcar.
Ejercicio común se me ha vuelto recoger aromas y sentir sus formas, los olores se convierten en figuras y texturas. Cierro los ojos, apago las luces. Suave, forma indómita sin vértices ni aristas, un líquido dulce al tacto, dominante, capaz de hacer humo a la fragancia más sólida del mundo. Es un espectáculo deslumbrante sin ser luz, increíble sin ser divino.
Un par de vagos vestidos de frac se sientan en las escaleras del pórtico de una hostería atendida por una amable viejecilla belga. Uno lleva un acordeón que debió pertenecer a su padre, ella carraspea la voz con aires de lírica trotamundos. “La maigrelette promène son squelette” y lo acompaña con una mímica imitando un paso algo destartalado, gracioso, circense. Su voz es demasiado para una calle tan estrecha “debería estar en un teatro con un público sonriendo a destajo a pesar de ser docto” pensaba.
Y vaya delicia, no es que sea extraordinaria pero su voz tiene un encanto fuera de todo cliché. Nada de tierno ni encantador es un timbre imponente sin rasgar el aire, el cerebro no lo comprende y confunde la señal disparando químicos sin piedad, la sensación deja de ser sináptica. Vibraciones comprendidas en un diapasón inalcanzable, enloquece no tocarlo, no poder tomarlo con la mano.
Hacen una reverencia que nadie aplaude y se van sin mendigar, contentos por la recaudación obtenida. Bebo el último sorbo de mi café, el primero que realmente le tomo el sabor. Le dejo la cuenta al garzón que no se había movido de mi lado “bonita voz ¿no le parece?” y asiento con la cabeza mientras me pongo de pie para recuperar una ruta que no recordaba. “Bonita” recordé su mezquindad de lenguaje y me reía por haber exagerado la propina.
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