OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

sábado, 22 de diciembre de 2007

No Se Venden Por Separado

Rincón de los Relatos
Me tenía encandilado, obsesionado, su brillo, sus formas, los misterios encerrados en ella y los que podía revelar. No podía evitar pasar todos los días y quedarme paralizado frente al vidrio que me separa de ella y contentarme tan solo con verla descansar sobre un suave cojín, protagonista. El cristal nos separa, a mí y a la llave más hermosa de la joyería más elegante de la ciudad porque el dinero para comprarla ya lo llevo siempre en el bolsillo esperando el momento en que mis brazos dejen de temblar cada vez que la admiro y que mis pies obedezcan órdenes cada vez que se acercan a la entrada de la joyería.


De tantas joyas, anillos, aretes, collares, dorados, plateados, turquesas, aquella llave sin cerrojo era la única capaz de volverme loco con su belleza, tan simple y tan hipnótica con sus dientes herrados por las manos de un artista y su anillo de formas que aún nadie a sabido nombrar. Hoy será el día, hoy me atreveré a entrar.


“Buenos días señor” me saluda el joyero con una reverencia y el trinar de unas pequeñas campanillas. “Hola” fue mi torpe y mal educada respuesta. “¿Busca algo en especial señor?” ofreció sus servicios sin perder compostura. “La llave” le respondí robótico y nervioso. “¡Ah! ¡La llave! Hermoso objeto señor, tiene usted un gusto refinado” decía mientras habría el aparador con unas ordinarias y oxidadas llaves. “Acá está, revísela cuanto guste” y me la tendió. La tenía entre mis manos ¡y vaya suavidad se sentía! se me humedecían los ojos y apretaba la garganta de la emoción. No cabía duda, las quería más que nada en el mundo.


“La llevo” anuncié al caballeroso joyero quien con un gesto me las pidió de regreso para ponerlas en su estuche. Pero algo más hacía. Tomó las llaves y en su anillo encajó otro con forma común y débiles plateados. “¿Qué hace?” pregunté enfadado. “Les coloco un llavero señor, habrá visto usted alguna vez una llave sin su llavero” fue su cordial explicación y sin embargo no incitó la mía. “Yo no quiero ese horrible llavero, vine tan sólo por la llave” reclamé al instante. “Señor, las llaves y el llavero van siempre juntos” refutó el dedicado joyero siempre sereno. “No las llevaré entonces” decidí ahora llorando, alicaído pero con decisión inapelable.


Nunca he dejado de buscar desde entonces. Día tras día visito aparadores y vitrinas en busca de una llave tan perfecta, especial y misteriosa como aquella pero sin olvidar: los llaveros y las llaves no se venden por separado.

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