¿Qué habrá más allá? me pregunté siempre. Antes lo hacía a mis a mis amigos pero se burlaban de mí. “Nada por supuesto” afirmaban algunos “Aquí esta todo” respondían otros. Todo, de verdad está todo en la Metamundo y cómo no si es el desenlace final de todo lo imaginado, de todo lo inventado, de la evolución del hombre al fin deshaciéndose del último escollo en la dominación del universo, su cuerpo físico. Ganando así lo más anhelado, la inmortalidad.

¿Cuántas veces he escogido una vida? Eso no tiene importancia, nadie que conozca lo sabe. Para qué llevar la cuenta de un número infinito. Pero deseo finalizar, que esta vida sea la última acá en la Metamundo. “¿Salir de la Metamundo? ¿Qué sentido tiene?” me preguntó Albert mi mejor amigo en esta vida. “Para saber como es” respondí no muy seguro. “La humanidad se esforzó durante milenios para llegar a la Metamundo y tu quieres irte, eso no tiene sentido” rebatía muy convencido. “¿No te da curiosidad?” quise saber. “Dicen que estamos en unos tubos llenos de cables como en esas películas de ciencia ficción” recordó Albert una de las tantas leyendas sobre el mundo fuera de la Metamundo y siguió con un discurso escuchado tantas veces “Esto…” abrió los brazos en señal de totalidad “… es la utopía que robaba los sueños de nuestros antepasados”. Me daba una razón suficiente para no querer salir. Suficiente para todos menos para mí.

Ahora soy técnico encargado de programar vidas en la Metamundo, el trabajo ideal pues así supe como salir de la Metamundo. Estaba listo frente al pensómetro central, bastaba con transmitir mi deseo “Habitante 55.251, programación siguiente vida: desconexión de la Metamundo” la decisión más importante de mi eternidad. Estuve de pie, estático durante horas antes de pensar en la frase que me liberaría y finalmente lo conseguí. Apenas desperté sentí la realidad, su resplandor cegador, su denso aire, su suelo imperfecto.
Cuando me recuperé por completo de mi estado letárgico milenario, los seres azules me llevaron a un paseo por la Tierra, su planeta, mientras me contaban toda la historia que los humanos nos habíamos perdido estando en la Metamundo. Me contaron acerca del universo, totalmente dominado por ellos. Se vanagloriaban de sus avances científicos, de sus naves intergalácticas, de su sociedad perfecta, de su dominio del universo. “Los humanos vivimos en un lugar infinitamente más enorme que el universo e infinitamente más perfecto que éste” fue la primera ocasión en que escuché a los seres azules reírse. “Ven, te mostraré” dijo uno y me llevaron a un edificio y dentro de él a una pequeña habitación totalmente vacía excepto por un cubo pequeño, blanco y luminoso que yacía en el piso.

Me dejaron solo con el cubo en la mano, con el símbolo de nuestra carrera a jugar a ser dioses y sin embargo se veía tan ínfimo al sostenerlo con mis manos. Lo miré atentamente hasta que se me hizo familiar, lo observé entonces por última vez. Había una sola forma de borrar todo el error, de empezar de nuevo. Tomé el cubo, lo elevé a la altura de mi cabeza y dije en voz alta “¡Habitante 55.251, programación siguiente vida: volver a la Metamundo!”. Y todo partió desde el principio. Yo, dueño del universo otra vez.

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