OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

viernes, 28 de diciembre de 2007

Al Salir de la Metamundo

Rincón de los Relatos
¿Qué habrá más allá? me pregunté siempre. Antes lo hacía a mis a mis amigos pero se burlaban de mí. “Nada por supuesto” afirmaban algunos “Aquí esta todo” respondían otros. Todo, de verdad está todo en la Metamundo y cómo no si es el desenlace final de todo lo imaginado, de todo lo inventado, de la evolución del hombre al fin deshaciéndose del último escollo en la dominación del universo, su cuerpo físico. Ganando así lo más anhelado, la inmortalidad.

La Metamundo es infinita pero dominada en cada rincón por el cerebro pensante, tenemos cuerpos pero no son reales, son diseñados por nosotros mismos una y otra y otra vez. Hacemos lo que se nos antoje, basta con programar nuestra vida y la Metamundo nos ofrece su inmensidad para llevarla a cabo como en una consola de video donde si te aburres del juego cambias el memochip y comienzas uno nuevo. Así por siempre. Yo mismo no puedo recordar la primera vez de todo, la primera vez que existí, que escogí un cuerpo, que escogí una vida. Si sé que todo lo pensé yo y me lo ofreció la Metamundo. Donde vivir, con quién vivir, en qué trabajar, mi nombre, mis habilidades, el color de mis ojos, los pliegues de mis pies, la forma de mis huellas digitales, los 12 lunares que tengo con su posición y tamaño. El azar dejó de ser una probabilidad incalculable.

¿Cuántas veces he escogido una vida? Eso no tiene importancia, nadie que conozca lo sabe. Para qué llevar la cuenta de un número infinito. Pero deseo finalizar, que esta vida sea la última acá en la Metamundo. “¿Salir de la Metamundo? ¿Qué sentido tiene?” me preguntó Albert mi mejor amigo en esta vida. “Para saber como es” respondí no muy seguro. “La humanidad se esforzó durante milenios para llegar a la Metamundo y tu quieres irte, eso no tiene sentido” rebatía muy convencido. “¿No te da curiosidad?” quise saber. “Dicen que estamos en unos tubos llenos de cables como en esas películas de ciencia ficción” recordó Albert una de las tantas leyendas sobre el mundo fuera de la Metamundo y siguió con un discurso escuchado tantas veces “Esto…” abrió los brazos en señal de totalidad “… es la utopía que robaba los sueños de nuestros antepasados”. Me daba una razón suficiente para no querer salir. Suficiente para todos menos para mí.

Pero la vida real, quería sentirla. Eso es algo no programable en la Metamundo, todo es virtual acá. Me recuerdo de mi vida justo anterior a ésta cuando programé ser historiador para conocer los orígenes de la Metamundo y obtener una idea de cómo sería el salir. El computador, el internet, la virtuared, el alter-life, la Metamundo. Dicho así suena como si el proceso hubiera tomado un par de años pero fue tan gradual que nadie tuvo tiempo de notarlo. La vida real era tan dura, injusta, dolorosa, sufrida, mortal, todos encontraron en las versiones antiguas de la Metamundo un camino para evadirla. Cada vez más los humanos cambiábamos la vida real por la pantalla del computador, los cascos de virtuared en vez de asistir a la escuela, los bioconectores del alter-life en vez de levantarse en las mañanas, la cámara de hibernación de la Metamundo en vez de envejecer.

Ahora soy técnico encargado de programar vidas en la Metamundo, el trabajo ideal pues así supe como salir de la Metamundo. Estaba listo frente al pensómetro central, bastaba con transmitir mi deseo “Habitante 55.251, programación siguiente vida: desconexión de la Metamundo” la decisión más importante de mi eternidad. Estuve de pie, estático durante horas antes de pensar en la frase que me liberaría y finalmente lo conseguí. Apenas desperté sentí la realidad, su resplandor cegador, su denso aire, su suelo imperfecto.

Un ser real estaba frente a mí. Apenas podía abrir los ojos pero sentía como él me veía con detenimiento, con curiosidad invasiva. “Tranquilo, respira suavemente, abre los ojos con calma” me decía una voz cuyo timbre por si sólo relajaba. No era humano. Sus manos alargadas, su piel azulina, sus ropas centellantes. “¿Sabes dónde estás?” preguntó cuando podía distinguir su larga bata blanca. “En la realidad” respondí con un semblante de duda. “Curiosa forma de nombrar a este lugar, la realidad es un término más bien subjetivo” respondía sabiamente. “¿Dónde estoy entonces?” pregunté cuando noté las paredes metálicas. “Esto… es la Tierra” respondió con un nombre ya conocido. “El planeta de los humanos” agregué información. “¡Oh! solía serlo es verdad pero eso hace incontables milenios en el pasado”.

Cuando me recuperé por completo de mi estado letárgico milenario, los seres azules me llevaron a un paseo por la Tierra, su planeta, mientras me contaban toda la historia que los humanos nos habíamos perdido estando en la Metamundo. Me contaron acerca del universo, totalmente dominado por ellos. Se vanagloriaban de sus avances científicos, de sus naves intergalácticas, de su sociedad perfecta, de su dominio del universo. “Los humanos vivimos en un lugar infinitamente más enorme que el universo e infinitamente más perfecto que éste” fue la primera ocasión en que escuché a los seres azules reírse. “Ven, te mostraré” dijo uno y me llevaron a un edificio y dentro de él a una pequeña habitación totalmente vacía excepto por un cubo pequeño, blanco y luminoso que yacía en el piso.

“¿Eso qué es?” pregunté de inmediato. “Eso, es la Metamundo” sonrió uno de los seres azules “En ese pequeño envase cabe todo tu universo” señaló no sin ironía. “Allí es donde su afán por burlar las leyes naturales, por buscar la perfección, por alentar su vanidad, los ha dejado” tomó el cubo con sus manos y dijo “Tu has salido pero es tarde, el universo ahora nos pertenece a nosotros” y me entregó la Metamundo sin dejar de lanzar un último discurso “si ustedes hubieran vivido en el universo verdadero serían sus dueños, eso es seguro”.

Me dejaron solo con el cubo en la mano, con el símbolo de nuestra carrera a jugar a ser dioses y sin embargo se veía tan ínfimo al sostenerlo con mis manos. Lo miré atentamente hasta que se me hizo familiar, lo observé entonces por última vez. Había una sola forma de borrar todo el error, de empezar de nuevo. Tomé el cubo, lo elevé a la altura de mi cabeza y dije en voz alta “¡Habitante 55.251, programación siguiente vida: volver a la Metamundo!”. Y todo partió desde el principio. Yo, dueño del universo otra vez.

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