El Rincón de los Relatos
Todo tiene que ver además con esa maldición que tengo con los supermercados (leer acá). Fui a uno de estos supermercados gigantes, son más bien pequeños malls con sus tiendas ordenadas en pasillos y anaqueles. Por ello perfecto para comprar algún regalo sin tener que pasar horas interminables de paseo en un centro comercial.
Pero claro, me olvidé que hay que pasar por las cajas. Llegué a pensar que por esta vez nada detendrìa un paso impecable por la caja e irme sin novedad. Fue entonces cuando, al pasar la caja de bombones, el código no podría ser leído por el lector infrarojo. "Sabe que no pasa el código" se disculpaba la desamparada cajera buscando una solución en mis palabras. Pero yo no dije nada ¿qué podía decir?. Llegó de pronto una supervisora. Las cajeras de supermercado tienen un botón escondido al estilo de las cajeras bancarias para llamarlas, con la diferencia que si la policia llegara al banco con la velocidad de las supervisoras a las cajas del supermercado, los ladrones alcanzarían a robarse hasta las baldosas del piso retirándolas una por una pacientemente.
"No pasa el código" le repitió la cajera a su supervisora, de delantal blanco largo para no mancharse con quién sabe qué. Así que partió la supervisora a buscar los códigos dejándome a mí y a una creciente cola atrás. "Sabe que no están los códigos. Espere acá, le pasamos los productos que ya tiene y espera". "¡Será!" fue mi respuesta mental, no recuerdo cómo fue la verbal.
En total, unos 20 minutos con el asunto del código para al fin ver a la cajera pasar correctamente mi producto, cobrármelo, pagarlo y... "Espere un poco para sencillar" me sonreía la cajera tratando de contener mi posible arranque de ira. Pero en un momento así, sonreir es la mejor reacción. La supervisora se apuró bastante más esta vez debo señalar. Y los regalos, quedaron envueltos en bellos papeles pero con sus bordes arrugados y salientes parecían arreglados por personal de segunda mano.
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