Desván Para Pensar
Desde que saqué la licencia de conducir pasé a una nueva categoría en mi hogar: el que hace las compras del supermercado. Total "a ti te gusta manejar" y entonces no me puedo negar. Yo creí iba a ser una carga, de esas cosas que terminas detestando, pero de alguna manera los supermercados se las arreglan para hacerte pasar un buen momento. ¿El destino? ¿una divinidad? ¿estrategias de marketing? no sé cuál será la razón, siempre hay como divertirse.
Un día caminaba detrás de un carro de un Líder, vagando por el pasillo de los lácteos y de pronto algo inusual me hace prestarle más atención a la música ambiente. Acostumbrado a esas tonadas empacadas y rutinarias, escuchar a Kelly Clarkson por los altoparlantes fue totalmente paranormal. A alguien le gustaba "Behind This Hazel Eyes" tanto como a mí. Aun así fue tremendamente extraño caminar por los pasillos del supermercado con una música algo más estimulante. Así terminé mis compras escuchando más temas de ella e incluso un par de Hilary Duff.
Otro de mis viajes al supermercado resultó una maldición. Recogí todo lo previamente listado y me dirigí a una caja cualquiera. Había una fila respetable e ineludible. Avanzamos un poco y entonces como un bólido pasa una señora embarazada al primer lugar de la cola. Ahí me di cuenta: un letrero arriba de la caja decía "preferencial embarazadas". Sin perder la paciencia no me moví de la fila. Estaba en una posición para nada despreciable y ya más embarazadas no iban a aparecer. Mal pensado. La cola avanza un puesto cuando aparece otra embarazada con un carro a medio llenar y se apodera del preciado primer puesto. "No puede ser tan mala coincidencia" y la fila se alargaba en tiempo pero no en extensión. Al fin me tocaba. Estaba a punto de poner el primer producto (de unos cinco que llevaba) en la cinta de la registradora cuando aparece, como salida de una película de terror, una tercera embarazada. "¡Cómo tanta guagua nueva!" me parecía increíble, insólita, absurda tanta coincidencia. Por suerte la tercera embarazada no quiso tomar mi lugar, a pesar de la insistencia de la cajera, porque vio mi pequeña mercadería y se apiadó de mí. No he vuelto a ver tanta embarazada junta y tan lejos de un hospital o un ginecólogo.
Estaba comprobando la madurez de unos plátanos cuando un tipo se acerca también al anaquel de esta fruta, me mira y me dice "potasio, puro potasio... es bueno el potasio". No sé si ya la tenía o fue producto de su comentario pero su cara parecía la de un pasivo y desquiciado sujeto. Se paseó por un rato entre las frutas y verduras comentando lo sanas que eran y alguno que otro contenido químico saludable. Contuve la risa con cierta dificultad, el asombro no lo pude controlar. Ya en la caja empiezo a escuchar a alguien susurrando detrás mio, hablando para si mismo. "¡Ah! no puede ser, como tan lento" y desde ahí sólo garabatos y de gran calibre recordando a buenas madres ajenas y despojando virginidades a otros tantos (un garabato clásico chileno, medítenlo un momento). No paraba de hablar, quejándose contra nadie y todos a la vez. Lo miré de reojo y lo único que llevaba era una lata de cerveza que debía estar muy pesada pues su cuerpo se inclinaba hacia el lado. Como tenía que envolver toda mi mercadería el tipo me ganó a la hora de salir. Lo vi caminar apenas, como si fuera a tientas. Más que seguro se dirigía a su automóvil.
El Jumbo suele ser expedito sin importar lo lleno que parezca estar. Pero, y haciendo honor a una extraña clase de suerte, justo la cajera de ese día era una "en práctica". No lo noté porque tuviese una placa diciéndolo (de hecho no la tenía) sino porque estaba su supervisora, de pie al lado de ella, enseñándole cómo usar la caja registrado. La jefa de delantal blanco decía su cajera vestida de verde parvulario "Cuando se escuche el pito es que pasó" se refería al "bip" de la caja al registrar un código de barras. "No ya pasó, lo hiciste pasar dos veces... lo vamos a restar... ¿Cómo era?, eso..." cada producto era un problema para la nueva cajera. Se veía demasiado perdida, como si fuera recién contruida. La supervisora parecía una mamá enseñando a hablar a su hija, le hablaba despacio y la cajera ponía cara de susto. "Pregunta cómo va a pagar" le soplaba a su alumna "pregunta si va a donar los tres pesos... ¡bien!". Luego venía yo y repitió las mismas enseñansas y la cajera se quejaba "no voy a poder sola" y se lamentaba profundamente. Me sentí descolocado sentimentalmente, pena, lástima por su pesar, incredulidad y estupefacción por lo difícil que le resultaba una tarea que no es tan compleja, seamos sinceros. Pero me entretuve, no perdí la paciencia a pensar de que a mi también me pasó un producto dos veces. Me parecía una situación tan particular, más por los actores que por la trama, que simplemente la disfruté y aquí la escribo para nunca olvidarla.
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