
Desde los primeros días parecían tener un apego especial, algún tipo de química. No porque estén enjaulados deben pasar todo el tiempo juntos, sin embargo siempre es así. Basta observarlos un rato para darse cuenta que su destino es estar el uno con el otro. En el día les gusta jugar, con una pelotita o con los vasos de agua. Son increiblemente coordinados, cada uno tiene un rol en el juego o si no se turnan sin atropellarse, más bien compartiendo. Igual a la hora de comer, ambos se paran alrededor del plato redondo, siempre en sus lugares y picoteando al mismo tiempo para poder conversar entremedio.

Ya a la hora de dormir les ponemos un paño para que la luz no les moleste. Pero es en realidad para que tengan más privacidad porque apenas el paño empieza a cubrirlos, se paran uno al lado del otro, se miran como dándose la buenas noches, se acurrucan juntos y cierran sus ojos. Y si te quedas un rato al lado de ellos se puede escuchar como cantan entre sueños.
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