Detrás de mi casa hay una línea del tren en desuso por muchos años, está como en medio de la nada donde solo tierra, piedras y una pared de cemento abandonada conforman el ambiente. Nadie va allí así que cada tarde me siento en los durmientes y me pongo a escribir historias o simplemente a mirar las nubes. Es mi espacio y también el de Diego, un niño de siete años hijo de la señora Rosa que hace los planchados en el barrio. Al igual que yo todas las tardes llega a aquel paraje con sus pantalones roídos y su cara sucia, se pone a recolectar piedras y las lanza contra la muralla. Cuando le pregunté por qué lo hacía dijo que esperaba que algún día la muralla cayera.
Hoy miraba a Diego en su lucha incesante y me acordé de ella. De mi amiga a la cual cada vez la quiero como a algo más que una amiga, cada vez siento con más fuerza que enamorado es cómo me siento hacia ella. Pero decírselo, captar lo que ella siente, tratar de declararme, es como tratar de derribar una muralla a piedrazos. Diego, día tras día aporrea al abandonado panel de concreto pero nunca consigue echarlo abajo. Ni siquiera parece que le hiciese algún rasguño.
Hoy miraba a Diego en su lucha incesante y me acordé de ella. De mi amiga a la cual cada vez la quiero como a algo más que una amiga, cada vez siento con más fuerza que enamorado es cómo me siento hacia ella. Pero decírselo, captar lo que ella siente, tratar de declararme, es como tratar de derribar una muralla a piedrazos. Diego, día tras día aporrea al abandonado panel de concreto pero nunca consigue echarlo abajo. Ni siquiera parece que le hiciese algún rasguño.
Así es ella, una muralla. No puedo ver a través de ella, no puedo saber cómo reaccionará ante una simple insinuación. ¿Se reirá? ¿Se conmoverá? ¿Sentirá lo mismo? ¿Cómo saberlo si no puedo mirar a través del concreto? A veces es distante, fría, rígida, imponente, imposible de derribar. Otras veces es suave, dulce, tierna, casi transparente. A veces pienso que eso es lo que me atrae más hacia ella, el no ser una muralla cualquiera sino una que nunca se ve igual cada vez que quiero lanzarle una piedra. Te descoloca, te obliga a cambiar de estrategia.
Pero es un desafío imposible, un amor inalcanzable. Después de todo nadie puede derribar murallas a piedrazos ni siquiera el esforzado Diego.
- ¿Qué escribes hoy? – me interrumpió Diego con su inquisitiva mente infantil.
- Sobre un amor, uno imposible – le dije con la misma desazón con la que escribía estas líneas.
- ¿Cómo es eso del amor imposible? – preguntó entusiasta
- Es como tratar de derribar una muralla a piedrazos – le dije, - por más piedras que le lances nunca vas a poder tumbarla – me miraba pensativo. Evaluaba la respuesta.
- ¡Ah! Pero no es lo mismo – rebatió encogiendo los hombros, - Si vengo todos los días a lanzarle piedras algún día la voy a echar abajo – volvía a su rutina cuando se detiene en seco, me mira y sentencia: - además, yo no tengo miedo a que caiga sobre mi -
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