
“Bienvenidos a McKing, ¿les tomó su orden?” nos pregunta la caja parlante apenas me detengo frente a ésta. Es ahí cuando voy a decir la primera palabra y entonces Rosario, desde su asiento de copiloto, se abalanza como si no existiera y a gritos pide un par de hamburguesas y sodas. “No me mires así, ¿eso era lo que querías no? Ya, parte y vámonos”.

“¿Y ella te ama de esa misma forma?” me preguntó Andrea, mi mejor amiga a la cual ya casi nunca veo, y no pude responderle. Recordé esos momentos en el drive-thru, me sentí humillado, sobrepasado. “Si no lo sabes es un gran problema” dijo Andrea después de advertir que no sería capaz de decir algo sobre su pregunta. Yo ya lo sabía pero es de esas cosas que uno reprime y abandona en la última fibra del corazón para que no se note y cuando la volví a rescatar se había transformado en un cáncer en crecimiento pleno que dejaba cariño muerto y amor en necrosis.

Después de eso me dirigí al McKing de siempre pero en vez de pasar al drive-thru estacioné mi auto y entré al restaurante. “¿Qué va a pedir señor?” dijo una cajera y di un torpe salto hacia atrás como asustado. Luego de ver que nadie más respondía le dije “un cuarto de pollo y un agua mineral”. Siempre he detestado el pollo pero el de hoy, está espectacular.
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