Desde el primer día que lo vio en la universidad que le ha gustado y ese mismo día fue el primero que se hablaron gracias a que Ana se sentó a su lado en clases “por casualidad”.
Durante mucho tiempo Ana hizo todo tipo de cosas para darle a entender a Esteban que quería que la invitara a salir. Al principio eran las típicas risitas ante cualquier palabra de él, luego se transformaron en cumplidos, “¡que eris chistoso!” era la más clásica acompañada a veces de un toque en los hombros.
“No puede ser tan tonto” le decía Ana a sus amigas al no obtener respuesta alguna de Esteban que parecía inmune a sus insinuaciones. Siguiendo el consejo de ellas, Ana comenzó a encontrar temas en común con Esteban. Al principio fue la música pero luego mejoró su estrategia y comenzó a hablarle de cine como una manera de sugerir que quería que la invitara. Ni eso, ni hablar de conciertos, ni de restaurantes favoritos, ni de los pubs de moda, nada sirvió para que Esteban la invitara.
“Si yo se que le gusto, lo veo en sus ojos” decía y contaba con la aprobación de sus amigas, “No puede ser tan quedao” pensaba con algo de lamento y con algo de rabia.
A esas alturas Ana casi hizo lo que toda mujer haría en ese punto: rendirse. “Ya no puedo ser más evidente” reflexionaba Ana al analizar todo lo que había hecho para que Esteban la invitara a salir. Pero no se rindió, decidió hacer una última jugada. Cierto sábado estrenaban El Señor de los Anillos 3 y Esteban es de los súper fanáticos de la serie. Ana se le acercaría y le hablaría de la película y de lo mucho que ella también le gustaba. Valía la pena intentarlo de nuevo.
Esteban estaba sentado en la sala de estudios, Ana lo vio y mientras caminaba hacia él se detuvo en seco. “¡Eso es! ¡Cómo no se me ocurrió antes!” pensaba con una sonrisa de medio metro. Con la solución en la mente corrió hacia Esteban y le dijo: -¡Esteban! ¿Tienes algo que hacer el sábado por la tarde? -
Durante mucho tiempo Ana hizo todo tipo de cosas para darle a entender a Esteban que quería que la invitara a salir. Al principio eran las típicas risitas ante cualquier palabra de él, luego se transformaron en cumplidos, “¡que eris chistoso!” era la más clásica acompañada a veces de un toque en los hombros.
“No puede ser tan tonto” le decía Ana a sus amigas al no obtener respuesta alguna de Esteban que parecía inmune a sus insinuaciones. Siguiendo el consejo de ellas, Ana comenzó a encontrar temas en común con Esteban. Al principio fue la música pero luego mejoró su estrategia y comenzó a hablarle de cine como una manera de sugerir que quería que la invitara. Ni eso, ni hablar de conciertos, ni de restaurantes favoritos, ni de los pubs de moda, nada sirvió para que Esteban la invitara.
“Si yo se que le gusto, lo veo en sus ojos” decía y contaba con la aprobación de sus amigas, “No puede ser tan quedao” pensaba con algo de lamento y con algo de rabia.
A esas alturas Ana casi hizo lo que toda mujer haría en ese punto: rendirse. “Ya no puedo ser más evidente” reflexionaba Ana al analizar todo lo que había hecho para que Esteban la invitara a salir. Pero no se rindió, decidió hacer una última jugada. Cierto sábado estrenaban El Señor de los Anillos 3 y Esteban es de los súper fanáticos de la serie. Ana se le acercaría y le hablaría de la película y de lo mucho que ella también le gustaba. Valía la pena intentarlo de nuevo.
Esteban estaba sentado en la sala de estudios, Ana lo vio y mientras caminaba hacia él se detuvo en seco. “¡Eso es! ¡Cómo no se me ocurrió antes!” pensaba con una sonrisa de medio metro. Con la solución en la mente corrió hacia Esteban y le dijo: -¡Esteban! ¿Tienes algo que hacer el sábado por la tarde? -
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