Rincón de los Relatos
Era un día cualquiera y yo estaba escribiendo sentado en una banca de la Plaza Ñuñoa el último cuento que se me había ocurrido. De pronto siento la presencia de alguien a mi espalda y un tanto asustado giré para ver quién era.
Un hada no más grande que un gato, de pelo rosado, un tanto cabezona y con una varita mágica en la mano flotaba ante mis ojos. Me pareció de caricatura, casi conocida.
- ¡Suertudo eres humano! – chilló, - ¡Aquí estoy yo para hacerte el más poderoso de todos! – sentenció con un movimiento gracioso de su varita que hizo saltar chispas luminosas.
- ¿El más poderoso? – le pregunté aún un poco asustado por la visión.
- Así es, con un movimiento de mi varita mágica serás el más poderoso de los seres humanos – respondió orgullosa de poseer tal poder
- ¿Y cómo lo vas a hacer? me vas a dar súper fuerza o mega inteligencia… -
- Nada de eso – interrumpió, - Tendrás el poder de crear lo que se te ocurra y traerlo a la realidad, podrás manejar la mente y las vidas de las personas a tu antojo, fijarás el destino de las cosas, de la gente, del tiempo, serás como un… -
- ¿Cómo un dios? – le interrumpí yo ahora. El hada reaccionó un poco asustada.
- ¡Oye! Yo no diría eso pero algo de razón tienes – se relajó luego de pensarlo mejor. Después de todo si ella tenía los poderes de convertir a alguien en una especie de dios debía ser tanto o más poderosa que uno.
- La verdad es que no te necesito, Wanda – le dije volviendo al cuento que escribía. Aunque no la miraba sentí su sorpresa no sólo por haber rechazado su oferta sino además por haberla llamado por su nombre. Creo que esto fue lo que más le sorprendió.
- ¡¿Cómo es que sabes mi nombre?! – me miró entre enfadada y asustada y luego recordó, - Bueno en estos días no es tan difícil, todas las hadas se llaman Wanda ahora que el nombre esta de moda por ese programa de la tele – ahora se le había quitado el susto, - Nosotras no somos así como esa Wanda que muestran ahí, claro que no, yo por ejemplo… - no paraba de parlotear y ni siquiera me interesaba así que volví otra vez a mi escrito. Habrán pasado unos minutos antes que golpeara su varita contra mi cabeza para llamarme la atención.
- ¡Oye! ¡Nadie ignora así a Wanda! – ahora si que estaba furiosa tanto que le salía humo rojo por la cabeza. No le hice caso, no tenía nada más que hablar con ella. Ahora el golpe de su varita si me dolió.
- ¡¿Qué te pasa loca?! ¡¿Por qué no me dejas en paz?! – le exigí. De la nada sacó un libro morado con letras amarillas y lo hojeó con detenimiento
- Según las reglas, me guste o no, tú eres el seleccionado y te daré los poderes los quieras o no –
- No es que no quiera, es que no te necesito ya te lo dije – quedamos mirándonos un rato en silencio, ella no se convencía así que le propuse:
- Te propongo algo, deja que termine de escribir el cuento que estoy inventando y después accederé a lo que quieras. Qué dices – y le tendí la mano para cerrar el pacto.
- Muy bien, así lo haremos pero no te demores – aceptó estrechándome su diminuta mano.
- Son sólo unas cuantas líneas y termino – le tranquilicé y me enfrasqué de nuevo en mi cuento. Comencé a escribir el final:
“Ella me miraba mientras yo estaba concentrado en mi tarea cuando de pronto siento a mis espaldas un potente ruido, de vidrios quebrándose, fierros despedazándose y cuerpos golpeándose contra el asfalto. Me di vuelta al mismo tiempo que ella para ver lo que pasaba y un horrendo choque entre una micro y un camión estaba ocurriendo. Pero eso no fue lo que me espantó. A la velocidad de un rayo una vara metálica, probablemente el marco de una ventana, voló hacia nosotros y atravesó dramáticamente a mi amiga del pelo rosado justó por el corazón. Pero en vez de caer al suelo sangrando a borbotones el cuerpo de la del cabello rosado se transformaba en una poco glamorosa nube de polvo gris mientras la vara siguía su trayectoria y quedaba enganchada en el árbol plantado junto a los juegos infantiles”
Nunca más he vuelto a saber de Wanda.
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