OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

domingo, 24 de junio de 2007

¡Bang!

Rincón de los Relatos
¡Bang! Ahí va otro. ¿Cuántos he matado ya? ¿cien, doscientos?. No importa. Es mi trabajo, para lo que vivo, para lo que sirvo. Todos los días es igual. Ellos mandan mil nosotros mil. Nos vemos enredados en una batalla sin esquemas, sin compasión. “¡Dispárenle a todo enemigo!” nos grita el comandante por el radio. Nosotros obedecemos como máquinas ensambladas para accionar el gatillo y lanzar un misil hacia otra nave piloteada por una persona igual a nosotros.
¡Bang!. El quinto de hoy. La quinta familia que destruyo, el quinto sueño que desvanezco, la quinta esperanza que le arrebato al enemigo. No importa. Ellos tratan de hacer lo mismo. Siempre es igual, intercambiamos fuego hasta que uno de los dos cae para luego repetir lo mismo con el siguiente y con el siguiente y con el siguiente. No soy el único, más bien soy como todos. Mis compañeros pilotos esperan que los compañeros de los otros sean derribados, mis superiores esperan que la base enemiga completa caiga, la gente de nuestros planetas esperan que los de los otros desaparezcan. La mitad de la galaxia espera que la otra deje de existir. Siempre ha sido igual.
¡Bang!. Allá va otro que estuvo a punto de atinarme. Le di a su sistema eléctrico y pronto se le acabará el oxigeno, su muerte será lenta y angustiante. No importa. Murió. Es uno menos que desea mi muerte en la galaxia, me siento un poco más a salvo ahora. ¿Cuántos más debo eliminar para sentirme seguro? ¿uno? ¿mil? ¡¿todos?!. Eso es, a todos. Mientras haya un enemigo vivo tratará de dispararme a traición. ¡Todos!.
¡Bang!. ¿Por qué hacemos esto?. Miles y miles de años los humanos hemos hecho lo mismo. Estamos acostumbrados. No podemos vivir sin esto. Sin alguien a quien odiar, sin un enemigo a quien perseguir. En la historia ha pasado de todo menos un momento ausente de guerras. Eso significa que es lo único que cualquier persona, no importa su época, su raza, su poder económico, su educación, sabe hacer. Identifica al enemigo, mata al enemigo.
¡Bang!. ¡Eyectar!. Amarrado a la silla de piloto he quedado abandonado en el espacio, flotando, viendo como mi nave estalla frente a mí. Tengo una visión única del campo de batalla. Cientos de naves que bailan en torno a otras, miles de luces, ráfagas, haces de energía. Es hermoso. Un espectáculo maravilloso lleno de destellos y explosiones sobre un fondo negro y profundo provocando un contraste que llena los ojos de lágrimas de emoción. Es una obra de arte. Ningún músico podría igualar esta sinfonía, ningún pintor podría lograr estos colores, ningún poeta podría representar tantos sentimientos. La guerra es una obra de arte perfecta a los ojos de nosotros porque las emociones más intensas son descargadas en el campo de batalla. Por eso nunca han dejado de haber guerras. Nunca dejarán de haber.
Ahí viene un enemigo. Se ha dado cuenta que estoy vagando por el espacio esperando mi muerte mientras disfruto del paisaje más bello en el universo. Apunta sus cañones hacia mí. Puedo sentir su respiración. Es como la mía cuando estoy a punto de eliminar a uno de los suyos, corta, rápida, decidida, llena de odio. Puedo sentir lo que él: excitación, placer, júbilo, victoria. Nunca más las volveré a sentir. La muerte. Ahora que estoy frente a ella no le temo. No puedo temerle a algo que se ha vuelto tan común, tan sin importancia. El piloto mueve su pulgar para activar el gatillo. Cierro los ojos, mi vida pasa por mi mente. No, no es mi vida, son las vidas de todos los otros a los que se las arrebaté. Esa es mi vida. Gatillo accionado. Una luz. ¡Bang!

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