OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 21 de abril de 2009

Cuestión De Segundos

Rincón de los Relatos

Fue cuestión de abrir y cerrar de ojos, me sorprendió con la guardia baja en un sitio desafortunado donde la ayuda tardaría demasiado en llegar. La puso sobre mi frente con violencia decidida pero sin siquiera rozarme. Podía oler el humo a punto de salir en bocanadas por el roce entre la bala el tubo del arma, sentía el calor de aquél hombre traspasarse a través de la pistola justo en medio de mis ojos, su ira, su cólera, su venganza al fin alcanzada.

Fue como mirarse al espejo, ambos movimos los brazos al mismo tiempo desenfundando nuestras armas de servicio, ambos apuntamos entre los ojos como un reflejo desde siempre adquirido. Siempre me he preguntado porqué no encañonamos al corazón en vez de a la cabeza. Supongo es porque los hombres dedicados a la guerra hemos dejado a nuestro corazón morir con cada semejante que aniquilamos bajo órdenes de un superior nunca antes visto.

¿Si se ve la vida pasar en un segundo justo antes de morir? Debo decir, totalmente cierto. Apenas vi el arma entre mis ojos los cerré como esperando el último beso y entonces vi mi vida pasar. Recuerdos de mi niñez en aquella enorme casa en Etaena. Esotoy con mis compañeros de colegio y jugamos a policías y ladrones. Me veo corriendo detrás de otro por los inontables pasillos mientras simulo dispararle con mi mano en gesto pistolero. El otro corre, ríe mientras las balas le rozan el rostro y le dejan leves quemaduras. ¡Detente ladrón de porquería! “Boca de tarro” me dice mi padre y mira a mi madre “tiene madera militar, te lo digo ahora”

Mi madre está frente a mí. Al centro, una improvisada fogata hecha con un enorme tarro que solía contener aceite. Ella se frota las manos sin conseguir disipar el frío insoportable de los eternos inviernos de Frenesia. Ya no soporto verla y a pesar de ser un niño igualmente corro a la calle sosteniendo bajo una manta, mi único vestuario, una pesada pistola que me regaló uno de mis amigos. Las calles están oscuras, las débiles luces públicas parecen tener temor a alumbrar estos sectores. Veo a un tipo incauto caminando a solas por la vereda de en frente. Lo encañono convencido que lleva un buen botín pero exactamente en ese momento la sigilosa patrulla policial enciende todas sus alarmas. Era una trampa y debo correr ahora por mi vida. ¡Detente ladrón de porquería! Me grita aquél cauto transformado en policía encubierto. Y mis piernas revientan de tanto correr.

Los días no tienen mucho sentido. Levantarme excesivamente temprano para llegar bien arreglado al colegio, un pulcro traje con su entonada corbata, mi peinado de príncipe y mi madre orgullosa como todos los días. Mi padre llama al chofer y le ordena seguir la rutina diaria. La ciudad pasa lenta ante mis ojos siempre tan atareada y atestada. Mi colegio parece más un campus universitario, demasiada vastedad si me preguntan. Mis compañeros, esnobistas en todo sentido de la palabra. Un acento extranjero llevado al límite, hablar poético y adornado, sus temas de conversación rondando entre las partidas de polo y la colección de estampillas. Me aburro enormemente, simplemente no encajo en este mundo que mi clase social me a presentado como el único.

Todo pasa muy lento, casi llegando al estatismo total. Las largas noches encerrado en mi celda me han hecho perder la noción del tiempo y los días no hay mucho más que hacer salvo dar interminables paseos en los patios. Ni siquiera eso me conforma. Todos los días camino por los mismos trayectos llegando incluso a reconocer mis antiguas huellas sobre la tierra. Esa es de ayer, esa del sábado anterior. Nadie me parece ni remotamente familiar. Es una cárcel con tintes extranjeros, no entiendo ninguno de los idiomas de los otros reclusos ya sea por el lenguaje mismo o por sus modismos de tantos años encerrados. Contar piedras, mirar las nubes, es lo poco que me va quedando.

No me podría quejar. Fue como si encontrase mi destino. Todos pensaron que sería un gran abogado o un distinguido ingeniero civil pero heme aquí de pie frente a un tipo cuya superioridad es incuestionable. ¡Firmes! Y sin pensarlo nos llevamos la mano a la frente y los pies juntos. Soy el único que sonríe, al menos el único que sonríe tanto. De vuelta en las barracas. Hay un gran alboroto, nos saludamos, brindamos con champagne ficticia, nos golpeamos con entusiasmo para nada civilizado. Mi padre tenía razón, nací y moriré por esto.

Este es mi destino por descarte. Un truhán como yo sólo podía terminar corrigiéndose donde las personas pierden la voluntad. ¡Firmes! Y magnéticamente la mano se pega a la frente y así mismo los pies. No hubo decisión allí, sólo un impulso inspirado por el temor transfigurado en respeto. Las caras de mis compañeros son todas las mismas, sin facción alguna, cuadradas, de mirada fija y respiración sincronizada. De vuelta a las barracas el silencio es imperturbable. Nada ha cambiado desde la prisión sólo que aquí parece haber un propósito algo más noble. Aunque creo que esta es sólo una idea mía para justificar mi propia existencia.

¿Cómo pudo terminar así? La guerra es un sitio espantoso. Yo no quería ser militar para esto. ¿Y eso de defender la bandera y el honor y la gloria? No es más que una broma de mal gusto. Las trincheras están rodeadas de cadáveres y un olor espantoso emana de todas partes, un hedor al cual es imposible acostumbrarse. Es de noche y la balacera simula una fiesta de año nuevo con mucho ruido y estallidos llenos de color. Mi estómago me está matando, el temor, el estrés, todo recae allí para contrapesar el pesado fúsil a mi espalda. Mi rostro esta lleno de marcas y mugre, mi cuerpo movido por el aliento del querer sobrevivir. ¿El honor, la gloria? Y Nadie recuerda porqué peleamos.

Sabía que sería éste mi futuro. Entré al ejército y lo supe de inmediato. Los presos somos carne de cañón en las guerras, lo inservible se arriesga primero. Aun así no pensé que fuese tan horrendo. Al pasar con mi convoy por aquella ciudad destruida mi di cuenta. Madres arrodilladas cargando a sus hijos calcinados, niños llorando sobre los cadáveres de sus padres rogándole a las estrellas que despertaran de una vez. El cielo esta negro a pesar de ser pleno día, la niebla de cenizas arde en los ojos pero no es eso lo que nos hace llorar a todos. A lo lejos se escuchan gritos desesperados, lamentos insoportables, blasfemias contra aquellos que los abandonaron. Esto lo hemos hecho nosotros y sin embargo ninguno de nosotros recuerda porqué peleamos.

No puedo disparar, ya no más. Algo familiar veo en sus ojos a pesar de ser el enemigo. Nuestras historias se cruzan aquí y únicamente aquí pero hay algo más. No veo a un rival, es otro soldado como yo luchando porque alguien se lo dijo, disparando contra gente que no conoce y que nada le ha hecho. ¡Fuego a discreción! Y ahí va su dedo automático presionando el arma automática y la guerra iniciada por hombres sigue su curso siguiendo los pasos de un virus sin antídoto.

No puedo dispararle, simplemente no puedo. Su rostro me dice que es un aliado, como si hubiéramos sido grandes amigos en el pasado. Su insignia no es suficiente para descargar sobre él una bala de inmediato. Es un subordinado de su gente como yo, una mera máquina de guerra tan estándar y reemplazable como cualquier tanque. Sus manos no tiemblan, le perdió el temor a arrebatarle la vida a otro ser humano. Esta cansado de ser utilizado, de matar y matar por las razones instruidas por otros. Le han quitado su voluntad para siempre.

Y él se alejó sin dejar de apuntarme. Se alejaba sin bajar la guardia. Pero yo sé que no me traicionará. No, definitivamente no disparará. Porque no me conoce, no soy su enemigo. Porque nadie le ordena que descargue su gatillo en mi cabeza. Me sonríe mientras baja su arma. También él hace lo mismo, ninguno tiene nada contra el otro. Nos miramos fijamente por un buen rato. Y es la primera vez que lo hago porque lo deseo. Levanta su mano y se la lleva a la frente. Me devuelve el saludo. De humano. A humano.

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