Rincón de los Relatos
Era un honor ser partícipe de este acontecimiento tan lleno de realeza y buen talle. Ella, Lena, distinguida, de padres condecorados, reyes sin discusión sobre todo su padre cuyo poder se demostraba en justas deportivas, su sola musculatura bastaba para hacer temblar a los competidores. Él, Reinald, también con un linaje de peso dentro de su sociedad. Se hacía valer de títulos ilustres exclusivos, suficientes para los jefes de la casa nobiliaria de Lena para aprobar la unión con Reinald. Pues la familia de la novia es quien decide.
Los arreglos se hicieron, como se acostumbra, en ausencia de los involucrados. Los dominantes y consejeros de ambas familias cenaron en una fastuosa residencia “neutral” donde se acordaron las condiciones, montos de dotes, día y hora de la celebración. Aunque en general estas reuniones son meramente amistosas porque sin discusión la celebración siempre es en casa de la novia y además quien debe por derecho cuidar a los vástagos futuros.
Llegó el día. Los carruajes de la familia de Reinald se oían llegar en un rechinar grave y golpes secos. Después de los saludos protocolares se pasó a la fase donde los novios serían presentados pues el rito exige que no se conozcan hasta el día de la alianza. Algo de nerviosismo se apoderó de ambas familias sobretodo la del novio pues de no funcionar siempre se culpaba a él y a su falta de gallardía. Pero los temores se disiparon. Bajo la luz de un sol radiante en las extensas praderas de nuestra residencia, Lena y Reinald congeniaron de inmediato. Se miraban, se examinaban, luego intercambiaron palabras que nadie se atrevió a interpretar y luego se dieron la aprobación mutua llenando el patio principal de aplausos y brindis con champagne francesa.
El protocolo obligaba a que la unión final entre los novios, su primer encuentro carnal, fuese en presencia de tres miembros de cada familia. Al ser yo el mayor de mis hermanos tomé esa responsabilidad junto a mis padres y los respectivos padres e hijo mayor de la familia de Reinald. Aquello pasó sin gran emoción como quien observa el horizonte, sin sobresaltos y todos con los rostros inmutables dejando así intimidad a la pareja quienes se amaban como nunca habían amado a nadie, como si ninguno de nosotros estuviese allí.
Dos meses pasaron y recibimos una nueva visita de la familia de Reinald, sin él como queda claro. “¡Son hermosos!” exclamó la esposa del matrimonio. “Ya saben como esto se maneja” exclamó mi madre “ustedes eligen uno a su gusto y el resto nos los quedamos nosotros”. Nunca olvidaré ese momento de separación. La señora de la casa de Reinald tomó al que a nosotros también nos parecía el más hermoso con sus tonalidades café tornasoladas y motas blancas. “¡Guau, guau!” ladraba ese pobre ahora solitario y sus hermanos en la caja de cartón le dejaban saber su cariño gritando todos los unísonos “¡Guuauuuu, Guaauuuu!” lo que a mi me pareció un adiós.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario