Rincón de los Relatos


Llegó el día. Los carruajes de la familia de Reinald se oían llegar en un rechinar grave y golpes secos. Después de los saludos protocolares se pasó a la fase donde los novios serían presentados pues el rito exige que no se conozcan hasta el día de la alianza. Algo de nerviosismo se apoderó de ambas familias sobretodo la del novio pues de no funcionar siempre se culpaba a él y a su falta de gallardía. Pero los temores se disiparon. Bajo la luz de un sol radiante en las extensas praderas de nuestra residencia, Lena y Reinald congeniaron de inmediato. Se miraban, se examinaban, luego intercambiaron palabras que nadie se atrevió a interpretar y luego se dieron la aprobación mutua llenando el patio principal de aplausos y brindis con champagne francesa.
El protocolo obligaba a que la unión final entre los novios, su primer encuentro carnal, fuese en presencia de tres miembros de cada familia. Al ser yo el mayor de mis hermanos tomé esa responsabilidad junto a mis padres y los respectivos padres e hijo mayor de la familia de Reinald. Aquello pasó sin gran emoción como quien observa el horizonte, sin sobresaltos y todos con los rostros inmutables dejando así intimidad a la pareja quienes se amaban como nunca habían amado a nadie, como si ninguno de nosotros estuviese allí.

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