Rincón de los Relatos

Sin
embargo, a diferencia de lo sobrenatural la tecnología siempre ha sabido de
fallas. Circuitos mal conectados, redes pobremente diseñadas, materiales fatigados,
mantenciones olvidadas. Una de las tantas naves que surcan el espacio puede
caer en esos errores en cualquier segundo, una como la de Tremis Dantor un
explorador de toda la vida con más años luz en el cuerpo que cualquiera y eso
lo ha hecho más jovial, literalmente. El espacio es un coloso arrogante pero
premia a aquellos que lo recorren con hambre y soberbia pues como se teorizó en
tiempos prespaciales cuando el hombre supera a la luz, la juventud le es
devuelta como premio a su energía conquistadora. Y también, castiga. Tal padre
predicando con el ejemplo decide de vez en cuando mostrar sus hijos su poder
infinito recordándoles nunca perder el respeto como el mar cuando reclama
ahogados con sus fornidas mareas.
Tremis
Dantor enciende los generadores hiperluz y comienza una carrera conocida. Su
nave toma una velocidad fuera de lógica, el espacio confundido se dobla pero
con una mínima conciencia dispara un rayo ínfimo, invisible, y el sistema de
navegación fallece al instante. En medio de esa operación la nave se detiene y
queda varada en medio de una ruta sin autopistas ni letreros para consultar
direcciones un lugar donde no llegarán grúas ni ambulancias ni viajeros errantes
ni habrán estaciones de gasolina cercanas ni talleres de reparación.

Los
días comenzaban a perder sentido para Tremis Dantor. Enfrascado en los manuales
y planos de la nave intentaba encontrar la naturaleza del desperfecto sin mucho
éxito aunque optimista sin embargo, confiaba ciegamente más que en su propia
capacidad en la cantidad de tiempo que tenía para su tarea. Todo el tiempo del
mundo. Noche tras noche, y solo noche, buscaba mecanismos de reparación
usualmente ingeniosos y novedosos otras veces más tradicionales casi sacados de
guías de mecánica básica. Lo probó todo desde agarrar a patadas a las consolas hasta
construir sus propios memochips. Nada funcionaba. La nave seguía a la deriva
sin cambiar de curso y la estrella todavía un punto inofensivo brillaba ansiosa
en espera a engullir materia fresca.

Nunca
entendió el porqué pero Tremis Dantor despertó sobresaltado, recordando nunca
haber recalculado cuántos días de su sentencia habían ya pasado pues destinaba
tanto tiempo a su eterna lucha por hacer funcionar su máquina que olvidó por
completo el tiempo que había pasado. Corrió a su computadora e introdujo los
nuevos datos. No, no, se repetía para sí
mismo y el 1 titilando con fuerza en la pantalla le recordaba fatalmente cuánto
tiempo había perdido ya cuántos años gastados en eludir lo inevitable. Nueve
años más viejo, nueve años gastados en vano, nueve años en los que pudo haber
recorrido el universo por completo.
Descubrió
entonces una única verdad. Él mismo se había encerrado en su nave. No fue un
capricho del espacio, no fue un desperfecto de un generador, se le ocurrieron
todas las ideas posibles y trabajó tan arduo como pudo. La solución no estaba
ahí porque no importa cuánto hiciera, la estrella haría arder su nave sin piedad
alguna, sin alternativa.

Al
liberarse del yugo de la eterna promesa Tremis Dantor consiguió su libertad y
ahora viaja por siempre retorciendo el espacio al antojo de sus deseos,
visitando todos los soles, todos los planetas y en todo ese júbilo nunca pudo
escuchar la solitaria explosión de su nave despedazándose contra esa estrella
que alguna vez quiso condenarlo.
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