
Desde una alta terraza un grupo de sobrevivientes observa a los zombies recorrer las calles tranquilos, ciudadanos disfrutando de un día de sol radiante porque ni el momento del día ni climas variables han resultado dañinos para esta nefasta casta de monstruos. Días de esta paciente observación les han hecho llegar a la conclusión que solo se comportan viciosos cuando están hambrientos y una vez faenados un par de humanos se tranquilizan y deambulan por la ciudad como buscando algo útil para hacer. El grupo mirando esto desde la terraza tomó algunas determinaciones investigativas.
-¿Estás
segura Ester? Lo que vas a hacer te puede matar- opina Gabriel observando las
aceras con binoculares.
-Hemos
estado casi un mes encerrados aquí, si esto sirve para encontrar la manera de
recuperar la ciudad bien lo vale- asevera Ester resolutiva.
-Cualquier
cosa estaré apuntando desde acá- asegura Ramiro con la única arma que pudieron
conseguir.
-Si ves
algo extraño, una reacción inesperada, corre como alma que se lleva el diablo-
recomienda Susana asegurando los cordones de las zapatillas de Ester.
-Mejor
ser llevada por el diablo que por esas cosas- acota Ester sacando algunas risas.

-¡Funcionó!
¡se los dije!- celebra Ester al abrir la puerta de la terraza, sana y salva.
-Es increíble,
pasaste junto a ellos y ni se inmutaron- se alegra Gabriel.
-Si
hasta parece que uno de ellos te miró y te hizo un gesto de saludo- dice Susana totalmente convencida.
-Debemos
comunicar esto enseguida- y Ramiro conecta el sistema de radio para comunicarse
con otras terrazas de la ciudad y darles la buena nueva.
Ahora,
ocasionalmente, las terrazas quedan solitarias mientras sus habitantes toman
recorridos por lo que fue su ciudad para entrar a tiendas abandonadas y
aprovechar víveres o simplemente sentarse en la banca de un parque, sentir el
pasto a pies descalzos. Tal pequeña libertad llevó a las personas a pensar en
cómo lograr salidas más largas, ojalá solo llegar a dormir a las terrazas.
Desde dispararles inadvertidamente a zombies descuidados hasta tenderles
algunas trampas sofisticadas, todas ideas sacadas más bien de películas pero
abandonadas de inmediato porque solo lograron hacer a las bestias más atentas
cuando no tienen hambre. Pronto los diferentes grupos tomaron de nuevo la
costumbre de pasar largas jornadas en las terrazas para hacer olvidar a los
zombies las fallidas artimañas.
-Distraídos
no nos hacen nada- dice Susana mientras fuma con placer uno de los pocos
cigarrillos que alcanzó a conseguir.
-No,
no, yo creo que es cuando están preocupados de algo que no sea comer- corrige certeramente Gabriel.
-Cierto,
si pudiéramos encontrar la manera de mantenerlos ocupados- piensa Ester en voz
alta.
-Tal
vez…- Ramiro no dijo más y comienza a llamar por radio a otras terrazas haciendo
una serie de preguntas y averiguando algunas costumbres de los zombies de cada
barrio y así y de a poco se fue construyendo la teoría de cómo vencer a los
no muertos.
-Son
seres con algún grado de inteligencia, esa es la clave. No son tipos que andan con las cabezas
huecas deambulando por la ciudad- repetía una y otra vez hacia otros grupos
quienes reflexionaban la oración y mostraban luego un acuerdo inflexible.
Al mes
después se encuentra el grupo completo en la calle, dentro de un local que
solía ser un negocio de bicicletas ahora reabierto al público bajo el mismo
rubro. Ramiro, con un altavoz, grita a toda la manzana.

-La
primera parte del plan va perfecto- dice Ester observando a los ciclistas no
muertos desde la terraza.
-Perfecto,
ahora comenzaremos la segunda parte. En menos de un año volverá todo a la
normalidad, ya verán- apunta Ramiro entusiasmado con los resultados.
Al día
siguiente, junto a la tienda de bicicletas ahora atendida por Ester y Ramiro,
se abre la tienda de tablas de skate y sus dueños Gabriel y Susana a cargo.
Ante la novedad los monstruos se acercan y cuando se disponen a llevar sus
skates Gabriel los detiene y advierte:
-¡Amigos,
amigos! nosotros llevamos tiempo en este negocio y les aseguro que cada tabla
vale al menos veinte mil pesos- pasmados, si es que se puede aún más, los
zombies revisan sus bolsillos y al verse desprovistos de tal cantidad derrotados dejan la tienda sin poder
llevar la novedad.
-¡Hey,
hey!- les grita Ester desde la tienda contigua. -¡Vengan, necesitamos su
ayuda!- dos zombies alcanzan al oír el llamado.
-Señores-
parte Ramiro –como recordarán nuestros amigos de al lado antes atendían aquí
por lo que nos hemos quedado cortos de personal. Si están de acuerdo pueden
trabajar aquí en las bicicletas. A fin de mes les pagaremos veinte mil
pesos, lo suficiente para que puedan comprar skates donde los vecinos- los zombies
se miran confundidos pero muy seguros de entender la propuesta. Sin más preámbulo,
los dos no muertos aceptan la oferta y desde ese día trabajarían atendiendo el negocio de las preciadas bicicletas.
La
dinámica fue un éxito. En todos los barrios se replicó el actuar y muchos de los zombies se pusieron a trabajar en diferentes tiendas de bicicletas para
poder adquirir tablas de skate. Y cuando pronto aprecieron las primeras ventas de patines,
scooters, motos, autos, ya no se veía a zombies caminando por ahí sin nada que hacer. La mayor parte del
día comparten con humanos los trabajos en las tiendas y en las tardes
aprovechan su tiempo para disfrutar el último juguete adquirido. La
imaginación llevó entonces a emerger oficinas de publicidad, asistencia
financiera, pavimentación de caminos y diseño de objetos móviles entre otros variados emprendimientos.
-Solo
queda un último paso- señala Ramiro mientras escribe el cheque de uno de sus
empleados zombie.
-Cierto,
es importante pero a esta altura, si falla, no sería tan terrible- dice Ester
desde su escritorio.

Si bien
la apariencia física, esa piel carcomida y la mirada descolorida, todavía
diferencian a los zombies, en nada más se nota la disparidad. Tanto ellos como los humanos trabajan en los mismos horarios y trabajos para poder comer y soñar con comprar
la bicicleta más novedosa o el último modelo de auto. Los zombies nunca más
volvieron a levantar sus manos para comerse un humano y los humanos nunca más
volvieron a levantar un arma para matar un zombie.
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