El Rincón de los Relatos
Vivo en Concepción, bastante cerca del epicentro del terremoto eso si, somos el epicentro del caos. Es Domingo, el día después del desastre natural y mi madre me ruega acompañarla al supermercado a ver si está abierto. Una vez allá vemos con desazón las rejas aseguradas con candados. La desinformación, el susto, la incertidumbre, el consumismo, el individualismo, la rabia acumulada, el rencor a flor de piel, todo aquello estalló en ese momento y una turba de gente arremetió contra las puertas, rejas y ventanas del supermercado e ingresaron bajo ninguna autoridad. Mi madre corría también detrás de la turba y yo sin más remedio, a protegerla.
Lo que vi dentro es la imagen más triste que he visto en la vida, es de esos momentos en que tus ojos se humedecen sin control y tu garganta se apreta tan fuerte que piensas que vas a morir. Olvidándose del mundo, las personas agarraban carros y los llenaban no sólo de comestibles sino de los enseres más insólitos, kilos de pan que se volverán duros e incomibles mañana, decenas de cortes de res que se podrirán antes de poder comerlo todo, litros de cerveza y licores para pasar las penas del cataclismo. Cuánta gente podría alimentarse con la comida dentro del supermercado sin embargo nadie parecía preguntárselo. Los ojos de esa gente tornados hacia dentro, empapados en sudor por el esfuerzo de acapararlo todo, babeaban saliva hirviendo amenazando a cualquiera que se atreviese a impedir salir con el carro colmado del ultrajado local comercial. Cuanta vergüenza sentía ahora de este país orgulloso de su macroeconomía, engreído con sus datos tan limpios y estadísticas tan positivas.
Vivo en Santiago, en el barrio alto si se quiere algo de precisión. El terremoto fue un sacudón de aquellos pero aparte de la loza y un par de ventanas no tuvimos nada que lamentar. Hasta la electricidad volvió tan sólo dos horas después del terremoto. El agua nunca nos faltó. El Domingo, día después del remezón, mi mamá me pidió la acompañara al supermercado. Estaba algo agitada, ansiosa por ir pronto y como yo soy el que maneja el auto me vi partícipe de la cruzada. Apenas llegamos un cartel a la entrada decía "Señores clientes: rogamos llevar lo estrictamente necesario". Mi madre parece no lo vio, mucha gente parecía no verlo y lo corroboré cuando entramos y la imagen entonces se volvió surrealista, inimagible.
Lo que vi dentro es la imagen más triste que he visto en la vida, es de esos momentos en que tus ojos se humedecen sin control y tu garganta se apreta tan fuerte que piensas que vas a morir. Olvidándose del mundo, las personas agarraban carros y los llenaban no sólo de comestibles sino de los enseres más insólitos, kilos de pan que se volverán duros e incomibles mañana, decenas de cortes de res que se podrirán antes de poder comerlo todo, litros de cerveza y licores para pasar las penas del cataclismo. Cuánta gente podría alimentarse con la comida dentro del supermercado sin embargo nadie parecía preguntárselo. Los ojos de esa gente tornados hacia dentro, empapados en sudor por el esfuerzo de acapararlo todo, babeaban saliva hirviendo amenazando a cualquiera que se atreviese a impedir salir con el carro colmado del ultrajado local comercial. Cuanta vergüenza sentía ahora de este país orgulloso de su macroeconomía, engreído con sus datos tan limpios y estadísticas tan positivas.
1 comentario:
no entendi nada eso último de copiar y pegar y los ##... te ponis complicao cuando te viene lo interactivo xD
sl2
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