OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

sábado, 27 de diciembre de 2008

Quizás, La Ultima Misión

Rincón de los Relatos

Lamont estaba de pie, muy nervioso y trotaba sin moverse para aflojar en algo la ansiedad. Gina transpiraba, no había dejado de mover piezas acá, apretar botones aquí, preparar aquellos aparatos; se movía rápida y sin tropiezos a pesar de lo incómoda que le parecía a Lamont su larga bata blanca.

Ambos estaban en un bunker varios kilómetros bajo la superficie porque allá arriba la vida era insostenible. Dos grandes poderes se enfrentaban desde décadas por una razón que todos olvidaron. Las ciudades se volvieron cementerios y los bosques desiertos, la única posibilidad era enterrarse en algún bunker o tomar un arma y sobrevivir en la superficie. Gina no recuerda haber visto la superficie y estaba harta de que rencores sin sentido y violencia por deporte siguieran dominándola. Lamont, su hermano, se mostró siempre positivo ante la idea aunque nunca creyó en la real posibilidad de arreglar todo.

“No importa si las cosas se arreglan acá o no Lamont, pero si podemos mejorar el futuro de otros bien lo valdrá” respondió Gina cuando Lamont dudaba, y con razón, de si cambiar el pasado traería consecuencias reales para ellos. “Todo tiene un origen y he dado con éste, más bien con él” comentaba Gina sin dejar de soldar cuando su hermano se sentía inseguro acerca del tiempo al que volvería y si lo que debía hacer resultaría en cambios.

Lamont sentía el cosquilleo de los nodos eléctricos conectados a todo su cuerpo y apenas resistía levantar la pesada maquinaria con sus hombros, colgando como una gran mochila. “¿Listo hermano?” preguntó Gina secándose el sudor de la frente con la manga embarrada de su delantal. Lamont movió la cabeza aprobando y su hermana entonces bajó una pesada y enorme palanca. Gina se tuvo que colgar de ella para hacerla descender lentamente hasta hacer contacto. “¡Recuerda: destruir la maquina debería hacerte volver!” gritó Gina entremedio del estruendo de maquinarias y metales que se formó cuando activó la palanca. Lamont no lo olvidaría.

El viaje se notó, es decir “tomó tiempo” y no fue automático como ambos hermanos creyeron. Lamont se encontró dentro de una especie de torbellino que giraba en un sentido que a él le daba la sensación de ser el contrario. Era esencialmente transparente pero destellos blancos y verdes aparecían de pronto, fugaces pero muy notorios. El sonido parecía al de una ráfaga de viento impulsada por láminas de acero y en su piel podía sentir múltiples golpes, ligeros como esporas que se deshacen al impacto con el cuerpo. El remolino se detenía.

Ahí estaba parado en medio de una habitación pobremente iluminada por una ampolleta incandescente. Frente a él, un sujeto de vestir veraniego le daba la espalda. Estaba sentado y con audífonos conectados por cable a una caja, una máquina sin duda. El sujeto no había notado la llegada de Lamont y entonces él aprovechó de sacar la pistola desde el cinto en su cintura. Apuntó directamente a la cabeza del sujeto del pasado, a aquél que tendría la culpa de todo lo horrendo del futuro. Lamont lo dudó por un momento, nunca había asesinado y aquél tipo le parecía indefenso, le parecía que trabajaba en algo importante por lo concentrado que estaba tecleando y tecleando. “¡Ya basta!” se gritó Lamont para sí. Entonces, con sed de venganza, apretó el gatillo y una lu...

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