NOTA, ANTES DE LEER: Si vas a leer este cuento recomiendo leer primero "Muerte y Resurrección de Una Idea" ya que ambas historias se conectan de alguna manera y cada una por sí sola pierde la mitad de su sentido (link).
Alisson era brillante. Sus pares la admiraban, sus padres se enorgullecían y sus tutores se rendían a sus pies. Su sueño en la vida era ser la mejor doctora de la galaxia y todos creían en su éxito. ¿Pero cuántas veces se han escuchado estás historias en Astraea? Estudiantes fantasean con grandes carreras y superación profesional, de mentes increíblemente geniales y espíritu inviolable. Todo para de pronto tropezarse con la cruel realidad.
Cuando Alisson terminaba el primer año de universidad nunca se lo esperó. La carta de parte de la rectoría no podía ser más clara: o Alisson cancelaba las cuotas adeudadas o sería expulsada. ¿Y qué podía hacer? era un mísero vigésimo de lo que en realidad costaba la carrera pero bastó una beca perdida para que tuviera que solventarlo ella misma. ¿Cómo hacerlo entonces? su madre confeccionaba bordados para sus vecinos y su padre arreglaba naves averiadas, de dónde diablos sacaría el dinero que le faltaba. Por más trabajos que hizo en vacaciones, Alisson y sus padres no fueron capaces de pagar lo adeudado.
Tuvo que dejar los estudios a mitad de segundo año. Ni su inteligencia ni su habilidad incomparable para la medicina valían más que el costo de las mensualidades. Se dedicó entonces a todo tipo de empleos. Fue mesera en un local de poca monta donde el jefe la trataba como la peor basura, su derecho por pagarle el sueldo mínimo establecido. Atendió ancianos en verano en una casa de reposo, cambiando pañales, recibiendo bastonazos y escupitajos. Y cuando llegaba a su casa deslizaba su tarjeta “ID” y veía que nada lograba ahorrar y que cada vez tenía que empeorar su dieta porque los precios iban a la par con la ambición de quienes los fijaban.
¿Cómo olvidar el sueño de llamarse doctora? ¿No es obvio entonces recurrir a los placebos más oscuros? El Narcozén, la droga sublingual de moda, fue su punto de partida. Con él llegaba donde fuese, auscultaba pacientes, le disparaba al jefe del restaurante y les devolvía escupitajos a los ancianos. Su efecto era pobre comparado con la realidad, demasiado temporal. Pronto vertía el Narcozén sobre alcohol y otras interesantes mezclas que la llevaban a universos carentes de leyes regidas por el dinero.
“¿Estás bien hija?” le dijo una dulce señora mientras le brindaba un pedazo de pan a Alisson que despertaba de un largo sueño bajo el alero de una banca de plaza. “¿Por qué me lo da?” balbuceó Alisson como si funcionaran un cuarto de sus neuronas y la señora le respondió “a mi no me importa, puedo comprarme otro y al parecer lo necesitas más que yo” y Alisson le arrebató el pan y lo devoró como si fuese una niña probando por primera vez un chocolate. La señora, divertida con la imagen, exclamó “¡vaya! si que tenías hambre niña”. Y cuánta hambre tenía ella, apenas empezaba a recordar la última vez que compartió con su cuerpo algo más que alcohol con Narcozén. Acordarse de ello le hizo llorar, a mares, y la señora la abrazó como si fuera su hija. Estuvieron largos minutos así, tratando de calmar lo que la otra necesitaba.
Alisson, ya lúcida, le relató toda su historia y la señora (quien se presentó como Duvala) era quien ahora sollozaba y se entristecía con la serie de desdichas pasadas por la joven y frágil mujer que tenía en frente. Cuando le prepuso ayudarla a volver a la universidad Alisson le sonrió y le respondió: “discúlpeme pero usted no tiene aspecto de millonaria y yo... ¡tan sólo míreme! soy un desastre, he perdido toda mi dignidad. Desde que perdí a mis padres soy solo un lastre de la sociedad y así me lo ha dejado saber”. Duvala no se dejó impactar y le dijo con postura decisiva: “alguien que es un lastre de la sociedad no sería como tú, de buen lenguaje, inteligente, con sueños” Alisson la interrumpió con una sonrisa “nada de eso sirve sin dinero ¿verdad?”. Duvala pensó en ese momento en cuanta razón tenía en esa momento, era cosa de verla, de escucharla, de recordar su historia para saber que para cumplir su sueño a Alisson sólo le hacía falta una oportunidad. Y en Astraea las oportunidades se compraban, con dinero, poder, amenazas, pero se compraban. “Aquí, eso es cierto, pero la galaxia es un lugar enorme”.
Duvala, originaria de Olethia, le relató cómo son las cosas allá. Un lugar donde soñar no es una estupidez, donde el talento te lleva lejos por sí solo, donde puedes ser lo que quieras sin importar tu barrio de origen o la elegancia del hospital donde naciste. “Nada le pertenece a la gente, entonces nadie atropella a otros por un par de créditos, nadie tiene ambiciones de poder ilimitado ni de acumular riquezas parasitando los sueños de otros” explicaba Duvala a una Alisson cada vez más ilusionada con conocer aquél lugar. “Te diré que haremos” dijo la señora, “te pagaré el pasaje y viajaremos juntas hasta Olethia y a cambio serás mi médico familiar”.
Olethia le pareció a Alisson un lugar mucho más amistoso. Nadie miraba sobre sus hombros como buscando la sombra que esta acechando, nadie cerraba con candados sus bolsillos, todo parecía andar más lento. Una vez registrada en el servicio civil, Alisson no tuvo problema alguno para entrar a la Universidad Constelar a estudiar medicina. La costumbre le hizo ir varios meses a pedir prórroga para sus pagos y la secretaria, siempre muy divertida con ella, le decía “no necesitas pagar nada, cuando te preocupes de la salud de nuestros ciudadanos nos estarás devolviendo la mano”. Alisson agradecía y salía contenta de la oficina de la secretaria pensando en lo lógico que sonaba pagar los costos del sueño de su vida aliviando a la gente que alguna vez la necesitara.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario