Rincón de los Relatos
La
sirena acercaba su escándalo. El doctor de turno y una enfermera se ponen
guantes de látex y salen a la entrada de urgencias para recibir al paciente y
atenderlo lo más rápido posible. La ambulancia aparece veloz y de un violento
frenazo se detiene justo donde debe hacerlo. Los paramédicos se bajan corriendo
y abren las puertas traseras de la ambulancia con habilidad acostumbrada.
Acomodan las patas con ruedas de la camilla y en ella se ve a un hombre
recostado de unos treinta con la mirada perdida en el cielo, los ojos llorosos
y el aspecto cansado. El doctor lo mira y gracias a su experiencia sabe de
inmediato el mal que le aqueja.
-Al box
tres- le indicó a los paramédicos quienes empujaron corriendo la camilla hacia
el interior de la sala de urgencias y luego de la atestada sala de espera, en
el pasillo de la izquierda la tercera puerta.
-Pobre
muchacho- dice el doctor a la enfermera quien asiente con semblante
comprensivo.
-¿Cómo
te llamas?- le pregunta ella suavemente.
-Gabriel-
responde con un nudo en la garganta, síntoma ya previsto por los dos
especialistas.
-Cuéntanos,
cómo te pasó- pide el doctor quien con un gesto le da a entender a Gabriel que
comprende perfectamente su malestar.
-Es… es
esta mujer doctor, esta mujer la que me tiene mal- la enfermera le mide el
pulso y toma algunas notas. Gabriel voltea sus ojos hacia atrás tratando de ver
el cielo en la ventana de la pared por
encima de su cabeza.
-¿Novia?-
pregunta el doctor, Gabriel lo mira desconsolado.
-No. Me
hubiera gustado que lo hubiésemos intentado- el doctor y la enfermera se miran
de reojo, al comprender el mensaje esta última sale del box.
-Te
rechazó entonces- dice el doctor a modo de conclusión posible.
-Ni
siquiera, es decir al menos el rechazo es una certeza pero yo con ella tengo
ninguna. Es del todo impredecible, a veces me pone mucha atención y otras nada.
Sabe estoy seguro hay algo entre nosotros y no es solo una idea mía- el doctor
lo interrumpe.
-Cuál vendría
siendo la dificultad- Gabriel se pierde un rato en sus pensamientos tratando de
expresar mejor lo que quiere comunicar.
-El
problema es que tiene una enorme capacidad de darme grandes esperanzas para
luego arrancarlas de cuajo y toda de una sola vez. El problema es que pienso
que a veces tiene muchas ganas de verme y al día siguiente que hasta mi voz le
parece repulsiva. El problema es que cuando quiero hablar con ella o siquiera
intercambiar unas líneas de chat ella no lo hace, solo pasa cuando quiere ella,
solo cuando se le antoja- el doctor tan acostumbrado ya a ver estos casos casi
diariamente le dice con sinceridad.
-Muchacho,
estas cosas pasan siempre. Escucha y responde con sí o no: ¿cuando la llamas o
le hablas por internet siempre te contesta?
-No-
responde mientras entra la enfermera acompañada de una segunda doctora que trae
consigo un maletín.
-¿Tienes
que insistir muchas veces para poder verla?- El doctor saluda a su colega quien
ríe al escuchar la pregunta.
-Sí-
-De los
siete días de la semana, ¿son más los que crees que no le interesas para nada?-
-Sí-
Gabriel se sorprendió por lo rápido que respondió a eso.
-Ya
basta doctor no lo torture- le dijo la doctora sonriente.
-Muchacho-
saluda a Gabriel – soy la doctora Lamarca, lepidopteróloga. Luego de
presentarse saca de su maletín una linterna con una pequeña pantalla montada a
ella.
-Mira
esto- le indicó al paciente. Lamarca encendió el aparato e iluminó el estómago
de Gabriel. Tras indagar por unos segundos giró la lámpara para que él pudiera
ver la pantalla.
-¿¡Eso
está dentro de mí?!- grita Gabriel espantado por la visión de su interior.
-Claro,
claro ¿esto lo explica no?- los cuatro del box estaban agolpados viendo en la
pantalla cómo un montón de polillas de aspecto tétrico se devoran el estómago
de Gabriel.
-¿Has
oído eso de mariposas en el estómago? Pues bien, esto pasa cuando las dejas
mucho tiempo dentro sin correspondencia- le explica la doctora –lo que vamos a
hacer ahora es extraerlas ¿te parece?- Gabriel asintió como cualquier paciente
indefenso entre su enfermedad incomprensible y el único ser que parece poder
solucionarlo.
Lamarca
sacó de su maletín un segundo aparato, una caja de metal. Desde una de sus
caras nacía la boca ancha de un embudo que terminaba en una delgada jeringa. En
la cara contraria se notan una serie de botones alrededor de una pantalla como
la de la lámpara. La enfermera toma un frasco negro de una estantería del box, derrama
povidona en el estómago de Gabriel y a continuación esparce el líquido café por
toda el área con la ayuda de un algodón. Luego de un “no te preocupes, no
dolerá” la doctora inserta la jeringa a un costado del ombligo de Gabriel quien
comienza a sentir como si un dedo escarbara sus entrañas. El procedimiento duró
cinco minutos.
-¿Cómo
te sientes?- preguntó Lamarca mientras la enfermera le tocaba la frente.
-Bien,
extrañamente bien- y hacía un curioso esfuerzo por recordarla, a quien lo tenía
así y a pesar de lograrlo en su mente ya no sentía ni desolación ni falsas
expectativas.
-No te
preocupes- le dijo el doctor quien de pie observaba todo –todos los pacientes hacen
lo mismo, tratar de recordar. Pero ese recuerdo esta siempre ligado al estómago
y como ya te extrajimos todo del estómago la conexión se perdió-
-Ya te
puedes ir- le anunció la doctora volviendo a guardar sus instrumentos.
Ambos
doctores salen del box dejando a la enfermera con Gabriel para los detalles del
cuidado posterior.
-¿Qué haces
con eso después?- pregunta el doctor a Lamarca refiriéndose a las polillas
ahora atrapadas en la caja de metal.
-Quemarlas,
qué más- ríe de buena gana hasta que ven pasar una camilla al box de trauma.
-¿Viste
a esa pobre Lamarca?-
-Venía
llorando a mares, mejor voy- y afirma con fuerza su maletín lista para salir
corriendo.
-¿Estás
haciendo de cardiopista también?-
-Es
Febrero y con tantos de vacaciones hay que hacer de todo- responde mientras
sale corriendo detrás de la urgencia.
-Vaya
locura- reflexiona el doctor caminando hacia la sala de espera a atender los
casos menos urgentes. Antes de llamar al siguiente echa una mirada a todas esas
almas atacadas por la misma enfermedad pero presentándose de tantas maneras
diferentes.
-¡Francisco
García!- llama en voz alta y desde el fondo de la sala se para un tipo con una
melena que le cubría toda la frente.
-¿Cuál
es tu problema muchacho?- le pregunta el doctor y en vez de responder el joven
paciente levanta el pelo de su frente y le muestra la foto de una bella mujer
que por más que lo ha intentado no ha podido despegarla de ahí.
-Tranquilo,
no nos demoramos nada- el pobre caminaba apenas.
-Enfermera-
dice el doctor a una mujer de blanco cuando se la encuentra camino al box
–traiga el kit de pictodectomía. Al escuchar tan aparatosa palabra el joven de
pelo largo se detiene por el susto.
-Tranquilo
hombre, te la vamos a sacar de tu cabeza y problema solucionado-
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