Rincón de los Relatos
Al
alcanzar velocidades extraordinarias, al dejar los haces de luz morder polvo
sideral, el espacio sufre una alteración insólita e inexplicable. Un pliegue,
curvatura artificial de la nada misma que enloquece en una maraña de magnetos y
pulsos eléctricos mientras un pequeño artefacto humano recorre las bondades de
esa deformación geométrica al mismo tiempo causante de tal caos, una fuerza
inventiva capaz de someter al vacío a su antojo una burla a los dioses ahora
arrodillados suplicando perdón con sus manos temblorosas y sus corazones
atragantados porque temen que un clic del verdadero creador los haga
desaparecer en un torbellino sacado de otra dimensión.
Sin
embargo, a diferencia de lo sobrenatural la tecnología siempre ha sabido de
fallas. Circuitos mal conectados, redes pobremente diseñadas, materiales fatigados,
mantenciones olvidadas. Una de las tantas naves que surcan el espacio puede
caer en esos errores en cualquier segundo, una como la de Tremis Dantor un
explorador de toda la vida con más años luz en el cuerpo que cualquiera y eso
lo ha hecho más jovial, literalmente. El espacio es un coloso arrogante pero
premia a aquellos que lo recorren con hambre y soberbia pues como se teorizó en
tiempos prespaciales cuando el hombre supera a la luz, la juventud le es
devuelta como premio a su energía conquistadora. Y también, castiga. Tal padre
predicando con el ejemplo decide de vez en cuando mostrar sus hijos su poder
infinito recordándoles nunca perder el respeto como el mar cuando reclama
ahogados con sus fornidas mareas.
Tremis
Dantor enciende los generadores hiperluz y comienza una carrera conocida. Su
nave toma una velocidad fuera de lógica, el espacio confundido se dobla pero
con una mínima conciencia dispara un rayo ínfimo, invisible, y el sistema de
navegación fallece al instante. En medio de esa operación la nave se detiene y
queda varada en medio de una ruta sin autopistas ni letreros para consultar
direcciones un lugar donde no llegarán grúas ni ambulancias ni viajeros errantes
ni habrán estaciones de gasolina cercanas ni talleres de reparación.
¡Paf!
de un golpe la galaxia vuelve a su estado natural y la nave deslizándose a
través de la nada gracias a su fuerza residual y eso es todo lo que a Tremis
Dantor le queda e incluso es su condena pues un cálculo desesperado lo lleva a
estallar en horror infernal hacia una estrella cercana no antes de diez años.
Diez años. Diez años a la deriva. Diez. Sentía en su cabeza el golpe del juez
dictando sentencia qué hacer en diez años de la más terrible soledad
condenatoria.
Los
días comenzaban a perder sentido para Tremis Dantor. Enfrascado en los manuales
y planos de la nave intentaba encontrar la naturaleza del desperfecto sin mucho
éxito aunque optimista sin embargo, confiaba ciegamente más que en su propia
capacidad en la cantidad de tiempo que tenía para su tarea. Todo el tiempo del
mundo. Noche tras noche, y solo noche, buscaba mecanismos de reparación
usualmente ingeniosos y novedosos otras veces más tradicionales casi sacados de
guías de mecánica básica. Lo probó todo desde agarrar a patadas a las consolas hasta
construir sus propios memochips. Nada funcionaba. La nave seguía a la deriva
sin cambiar de curso y la estrella todavía un punto inofensivo brillaba ansiosa
en espera a engullir materia fresca.
Va a
funcionar, va a funcionar se repetía una y otra vez y Tremis Dantor se colocaba
su traje espacial para revisar el exterior de la nave, se ponía el traje
antiradiación para chequear las baterías de plutonio, se ponía el overol de
trabajo para determinar si aceites y lubricantes estaban en sus niveles
correctos. Todas las herramientas de la caja de útiles comenzaban a desgastarse,
sus dedos lucían destruidos, sus manos agrietadas, su cuerpo cansado. Pero
Tremis Dantor insistía, una y otra y otra vez porque nunca ha dejado de creer
en su nave otra vez funcionando y a los generadores hiperluz plegando la
inmensidad del espacio para volver a explorarlo a rapidez incalculable.
Nunca
entendió el porqué pero Tremis Dantor despertó sobresaltado, recordando nunca
haber recalculado cuántos días de su sentencia habían ya pasado pues destinaba
tanto tiempo a su eterna lucha por hacer funcionar su máquina que olvidó por
completo el tiempo que había pasado. Corrió a su computadora e introdujo los
nuevos datos. No, no, se repetía para sí
mismo y el 1 titilando con fuerza en la pantalla le recordaba fatalmente cuánto
tiempo había perdido ya cuántos años gastados en eludir lo inevitable. Nueve
años más viejo, nueve años gastados en vano, nueve años en los que pudo haber
recorrido el universo por completo.
Descubrió
entonces una única verdad. Él mismo se había encerrado en su nave. No fue un
capricho del espacio, no fue un desperfecto de un generador, se le ocurrieron
todas las ideas posibles y trabajó tan arduo como pudo. La solución no estaba
ahí porque no importa cuánto hiciera, la estrella haría arder su nave sin piedad
alguna, sin alternativa.
Convencido
de haber descubierto la verdad Tremis Dantor se colocó su traje espacial, salió
de la nave y se despidió de ella con desencanto y tristeza. Entonces, con todas
sus fuerzas flexionó sus rodillas y se empujó justo hacia la dirección
contraria que había estado siguiendo los últimos nueve años. Ahora iba solo,
solo en medio de la nada, a la deriva, sin saber dónde ir, sin nada en qué
pensar. El espacio lo miraba enternecido, sonriente por ese humano con tanto
espíritu por conservar su propia vida, por revivir sus ansias de exploración.
Así como letal, misericordioso envió desde las fauces de las anormalidades
ilógicas un espectro luminoso nunca antes detectado por la física directo al
cuerpo de Tremis Dantor y entonces, Tremis Dantor estalló en luz y voló a
través de las galaxias más rápido que la luz.
Al
liberarse del yugo de la eterna promesa Tremis Dantor consiguió su libertad y
ahora viaja por siempre retorciendo el espacio al antojo de sus deseos,
visitando todos los soles, todos los planetas y en todo ese júbilo nunca pudo
escuchar la solitaria explosión de su nave despedazándose contra esa estrella
que alguna vez quiso condenarlo.
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