Gira y gira sin controlar nada.
Las estrellas se deshacen y se transforman en líneas de luz atravesando el
universo de lado a lado. Soledad, diez mil trillones de kilómetros a la redonda
de un vacío tan profundo que el golpeteo de un solo átomo en su espalda sería
noticia. Gira y gira sin controlar nada. Las revoluciones aumentan, el calor se
concentra, siente a sus entrañas pateando desde dentro buscando aliento. El
aire de su traje espacial se agota, sus pulmones ruegan por soltar los seguros
del casco e intentar buscar la última partícula de oxígeno de todo el cosmos.
“¡Es un niño!” grita su padre
orgulloso, un hombre corpulento, de peinado regio y hombreras estelares “¡mi
futuro general en jefe!” decía en posición militar frente a la primera
ecografía. La madre llora emocionada, imaginando a su futuro hijo volar por los aires por primera vez como
lo hizo su padre tanto tiempo atrás. Se toman las manos ya viendo al nonato
siendo despedido de la vida con doce escopetazos al cielo rodeado por el
cortejo marcial más destacado.
Gira y gira sin controlar nada.
“¡Mira su trajecito!” exclaman en
el 'baby-shower' del futuro descendiente. Una polera del mínimo
tamaño lo esperará por los siguientes 6 meses. “El estampado es perfecto”
opina la amiga solterona revisando cada centímetro del diseño de camuflaje “se
te va a perder a cada rato cuando aprenda a gatear” ríe una señora de cabellos
tiesos sosteniendo a su propia recién nacida.
Gira y gira sin controlar nada.
“¡Va a superar mi record en
vuelo!” aclama su padre al recordarlo en las barracas junto a sus camaradas. “Le
darás tu nombre me imagino, como mi padre lo hizo conmigo por supuesto, te dará
nietos voladores supongo, como mi padre lo hizo con su padre y éste con el suyo,
irá a la batalla presumo, como un verdadero hombre lo haría, matará a cientos y
morirá tal cuál héroe estimo, como lo haré yo cuando lo vea convertirse en mi
digno heredero”.
Gira y gira sin controlar nada. El
aire de su traje sigue débil pero no se agotará, ya lo entendió. Girará y
girará sin control a menos que haga algo hasta que su cuerpo se consuma por
completo en una agonía tortuosa cuyos gritos nadie escuchará. Recuerda su
entrenamiento. Delante de su barriga está la manguera que une el tanque de oxígeno
y el casco, es extensa y de un material que aguantaría un cataclismo. Pero es
flexible. Su única alternativa.
Gira y gira sin controlar nada.
Excepto sus manos que toman con fuerza la manguera de oxígeno para moverla
hacia arriba. Con delicadeza ritualista, la enrolla, tres vueltas alrededor
del cuello. Ya preparado, tira con fuerza hasta apretar la tráquea, hasta
cerrar las vías, tan determinado que sabe que seguirá imprimiendo toda su
fuerza hasta incluso después de morir. Sabe que de eso depende dejar de vagar
en la soledad del centro de la galaxia.
Las estrellas desaparecen, el
negro del espacio se torna rojo, intenso, cálido, líquido. “¡Rápido, llama a
alguien que no aguanto el dolor!” Los últimos rumores de la existencia dejan de
latir, puede vivir el momento, el momento exacto. “¡Se va, se va, siento que se
va!” grita en un sollozo desesperado. El momento exacto donde está a punto de dejar
este mundo, es tan satisfactorio. “Lo siento señora, señor, ya no podemos hacer
nada”. Ya no gira. Ahora lo controla todo.