Rincón de los Relatos
Una piedra
maya acabará con el mundo muy pronto. Así de definitivo, así de plausible. Lo que no nos
queda para nada claro es cómo será este fin del mundo. De lo más creíble (1) a
lo más fantástico (6), entrego mis propias predicciones no tanto sobre el día
mismo sino lo que ocurrirá el resto de los días que sigan. (Primera Parte)
Y una lluvia de
meteoritos asoló la Tierra (1)
Fue
como de esas bombas racimos pero alrededor de todo el mundo. Se escuchaban explosiones terroríficas, el planeta luchaba por mantener su integridad sin embargo las rocas
espaciales caían con tal velocidad que rompían el suelo y quedaban enterradas
kilómetros más abajo. La Luna burlesca reía ahora al ver a su hermana mayor más
agrietada que ella misma y como versada bailarina escapaba de los meteoritos
que pasaban cerca de ella. Durante todo el día del fin del mundo estuvo
lloviendo roca y magma.
Para el
día de navidad decidimos salir del búnker, del mismo que ahora los sepultados
bajo el fuego se burlaron, el mismo que hoy nos tiene con vida listos para enfrentarnos a la
nueva era. Los cuatro subimos ordenados la escalera caracol que termina en la
escotilla pegada a la superficie. Anastasia lidera el grupo más por su
claustrofobia que cualquier otro motivo de liderazgo o habilidad particular.
-¿Están
listos?- nos grita cuando esta por empujar hacia afuera. Nosotros asentimos y
una luz amarilla intensa entra a nuestros ojos.
Se
siente frío pero el ambiente quema, imagino estar dentro de un microondas con
la puerta abierta. La ciudad está hecha añicos pero sería incorrecto llamarla en ruinas. Al parecer los meteoros hicieron polvo los vestigios
de humanidad sobre la superficie, solo quedan losas de cemento donde algunas vez hubieron edificios y luego devastación. Ahora desolación.
-Nada
realmente extraordinario- hace notar Bruno que se quema la mano al tomar un
pedazo de roca negra del suelo.
-Parece
el final que todos esperaban, mucha destrucción, fuego, aire irrespirable, en
fin- apoyé su comentario mientras Samanta nos llamaba con los brazos desde
lejos.
-¡Miren!
¡vengan!- estaba parada junto a unas latas retorcidas pero no fue eso lo que
llamó su atención: -¡sshh, escuchen!- dijo en susurros y aparte del viento
pidiendo auxilio de tanto esfuerzo por acarrear esa ceniza negra, se escuchaba
como un crujido fuerte, lejos y cerca.
-Es la
Tierra, acomodándose a los nuevos tiempos- explicó Anastasia sin base alguna.
-La
piel me duele- se quejó Samanta y más aún cuando notó su piel enrojecida.
-Debemos
volver al búnker, el clima es inhabitable- les dije y todos estuvieron de
acuerdo. Fue entonces cuando vimos una tropa de personas marchando y en
dirección a quién sabe dónde aunque insólitamente decididos.
-¡El
fin de mundo no nos detendrá, la humanidad fuerte prevalecerá!- cantan
mientras a paso militar avanzan. Bruno corrió a hablar con ellos.
-¡Hey,
dónde van!- no detuvieron su andar y Bruno se vio obligado a seguirlos.
-¡Díganme!-
-¡El
fin del mundo no nos detendrá, la humanidad fuerte prevalecerá!- parecían no
escuchar. Desesperado, Bruno tomó a uno de ellos y lo sacó de la fila.
-¡¿Dónde
van con tanta prisa?!- le exigió mientras lo sacudía fuertemente.
-¿No lo
han oído? Vamos al Gran Cráter- y sus pies se movían como si marchasen aún.
-¿Qué
es eso del Gran Cráter?- preguntó Samanta. Ahora todos rodeábamos al tipo
mientras la interminable hilera de personas pasaba junto a nosotros cantando el
himno de la humanidad.
-En el Gran Cráter dejado por el meteorito mayor se puede vivir libre de la radiación,
incluso se habla de un bosque de frutas en abundancia- y miraba de reojo la
marcha ansioso por volver a ella.
-¿De
dónde sacaron esto?- quise saber. El tipo me miró incrédulo.
-Pues
de la biblia, ahí lo dice, esta es nuestra muerte, el día después del
apocalipsis y ahora debemos marchar hacia la página uno- harto del
interrogatorio apartó la mano de Bruno de su camisa y corrió a reintegrarse a
la fila. Convencidos por lo único con algo de sentido de los últimos
días nos unimos a la marcha y cantando caminamos hacia ese Gran Cráter
milagroso, renacimiento de la humanidad.
Caminamos
por varios días, sin sentir cansancio y sin dolor más allá de la radiación a la
cual estamos ya anestesiados como la ropa a la cual no se le siente el peso.
Llegamos de pronto a una gran montaña, evidentemente un anillo rocoso y sin
perder el ritmo escalamos sin dificultad hasta la cima y al llegar se nos presenta el Gran Cráter anticipado por una enredada conjetura de las santas
escrituras.
Nos
miramos entre todos, a cada uno, quizás el último millar de humanos de todo
el universo y estamos de acuerdo en seguir la voluntad de los cielos. Sin
palabra por medio, tan solo imbuidos por un sentimiento de orden trascendental,
corremos hacia el gran cráter y nos lanzamos de cabeza hacia él esperando caer
en una piscina de ambrosía, el génesis prometido, el paraíso creado en siete
días.
Y así
terminó la humanidad.
Si
algún aparato medidor hubiera sobrevivido el número ascendería a más de veinte,
fuerza incontables veces más poderosa que cualquier otro movimiento sísmico
anterior al 21 de Diciembre. Apenas unos reductos humanos de aquí y de allá lograron
persistir debido a diferentes suertes lo que me enoja bastante. Es decir, el
enorme esfuerzo que tuve que hacer para sacármelos de encima y así y todo insisten como un resfriado mal tratado. Cuántas alertas les envié. Es más
fácil cuando se trata de un mensaje más familiar como el grito desgarrador de
un zorro al que le quitan la piel estando vivo ahí si se lanzan a pelear en su
defensa pero un terremoto… ¡ah, no! tragedia mundial y vamos calculando los daños
y recuperando fuerzas y a ver si podemos predecirlo y soñar al menos con
escapar de ellos a tiempo y en el futuro detenerlos.
Su puta
recuperación incluía echar más carbón a las fábricas de humanicismo como me
gusta decirle a sus construcciones ambiciosas, a sus máquinas móviles, a esa
manía de arrancar todas las raíces naturales para consumir y acaparar. Mis ropas ya no dejan de
oler a humo y mi piel cada vez más expuesta al cáncer solar y luego un mar de
arena, infertilidad irrecuperable. Sé que los demás cuerpos celestes me
juzgarán pero lo mejor fue sacudírmelos de encima, perro liberándose de la
humedad, elefante sacándose hormigas, nubes precipitando llámenlo de cualquier
manera. El asunto está ya resuelto porque dudo que…
¡Estrellas!
¡la ira! Nunca me habían explotado tantos volcanes a la vez y con tanta furia
es que miren a estos imberbes arrogantes otra vez intentan hacerlo. Pequeños
edificios se levantan con ladrillos fabricados en plantas que escupen humo a
destajo, arrancan vegetales y cazan animales en exceso ¡mírenlos! si ya tienen de
nuevo sus territorios divididos listos para explotarme hasta la aridez. No, no
los dejaré. Se acabó la paciencia, se acabó el abuso.
Y la Tierra
comenzó a rotar hacia el otro lado (3)
El
mundo vivía un cambio fundamental. Lentamente la Tierra se detuvo y durante
tres días recuperó fuerza girando justo en el sentido contrario. América quedó
en la oscuridad plena durante esa transición, Asia en tres días de sol pleno y
el resto en las parcialidades que corresponden.
Cuando
volvió a amanecer, o anochecer según meridianos, las ciudades volvieron a la
normalidad, nada de autos yendo todos en reversa o lenguajes dictados viceversa.
Al ver al sol salir desde el oeste hubo un cambio más profundo, de liberación
tal vez o renovación un amanecer distinto que perduraría. No había ningún
disidente, no había mentalidad diferente sobre la nueva materia y dirección de
la humanidad de ahora en adelante. Era lógico. Eso era el fin del mundo.
La
primera actividad de todas las personas de la Tierra fue salir de sus casas
acarreando todas sus pertenencias abundantes, solo dejaron atrás lo esencial y
se dirigieron entonces al centro consensuado de cada metrópolis, ciudad y
pueblo del globo. Grandes piras se pudieron ver ese día destruyendo todo lo que
la humanidad acaudaló sin necesitarlo mientras impávidos, nadie se movió de
enfrente de las hogueras hasta que todo se hubo quemado.
Organizados
por un automatismo inconsciente sin embargo muy manifiesto, cada persona
recomenzó su actividad principal sin pedir dinero a cambio sino que al final de
la jornada acudían al centro de la ciudad, centro de acopio ahora, a buscar lo
que les correspondía por el día y por supuesto envestida la humanidad de una
igualdad impoluta, todos se llevaban la misma cantidad de cosas hacia sus
hogares porque no necesitaban más, y tampoco menos. Delincuencia, corrupción,
violencia, guerras mitificaron sus semánticas y casi se podía ver a todos danzando de
la mano en torno a la nueva utopía.
No
existió ni debate, ni gobierno, la anarquía funcionaba como reloj porque cada
persona era tanto consciente de sí misma como de los demás y por lo tanto nada
salvo la armonía y la convivencia compartida podían tener cabida. Y para
funcionar, ciertos parámetros fueron ajustándose de a poco siguiendo las reglas
darwinianas.
La
envidia, horrendo mal que debía extinguirse. Lo hizo a pasos pequeños pero
firmes. Primero, las ropas fueron uniformándose para no crear celos entre
colores y formas diferentes incluso en cuanto a vestimenta femenina contra
masculina se refiere. Después, la genética dejó solo un color de cabello, uno
de ojos, uno de piel. Y los humanos del amanecer poniente se veían cada vez más
felices, por ellos, por el resto y por la felicidad recibida de todos.
La
igualdad, reforzarla a más no poder. Raíz de la perfección y la utopía ulterior,
pasaba el tiempo y pronto el ritmo del caminar fue reglándose y de forma
natural se construían casas de arquitecturas invariables. El poder, ya sin
sentido, se desfiguraba en educación idéntica para todos, nadie sobresalía, por ende
todos llegaban al logro máximo. Siendo éste el único nivel coherente.
De a
poco el hablar y otros asuntos de trascendencia aparentemente menor fueron
homologándose y sin darse cuenta a cada sol naciendo por el oeste el andar, el
pensar se hacía más rígido con tal de conservar el frágil ciclo de fraternidad
y armonía. Se detuvo la innovación porque aquél que la creaba se consideraría
desigual. Se detuvo el arte porque lo subjetivo debía desaparecer pues
generaría discusión. Se detuvieron la ambición, los anhelos, todo aquello que
representara un deseo de ir más allá que el vecino.
Al
final todo estuvo seguro. Por siempre los habitantes terrestres vivirían con el sol escondiéndose en el levante y copiándose generación tras
generación hasta el infinito mismo que es igualdad absoluta.
Y así
terminó la humanidad.
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