OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

lunes, 11 de junio de 2012

El Placer De Matar

Rincón de los Relatos

La noche, ciclo oscuro, tenebroso. Hecho para salir a las calles con los muchachos, todos con sus armas a mano a saldar cuentas porque en la vida nada es gratis. No puedes entrar en mis territorios sin sentir la esquizofrenia de la primera bala en la rodilla, el calor de la sangre llenándote las manos, la desesperación de la muerte segura y más tarde rogar por dejar el sufrimiento de lado y tomar la última carga entremedio de los ojos.

Al fondo de un callejón humeante el Rolo y el Niño retenían al Rucio que se hacía el rudo ofreciéndoles pelea pero ellos solo lo empujaban de vuelta al suelo.
-Jefe, aquí está el encarguito- reía el Rolo luego de escupirle la cara al Rucio.
-¿Quién eris tú?- exigió desde su humillación en el suelo. Todos reaccionan igual, al principio se hacen los valientes tratando de intimidar al agresor.
-¡Cállate mierda y no lo mirís!- le dijo el Niño con una patada de regalo en su vientre.
-¿Te acordai de la minita que te tiraste ayer?- con una señal el Rolo y el Niño lo levantaron y lo agarraron firme contra la pared del fondo del callejón. Me acerco a su cara y mirándolo a sus ojos llenos de ira le susurro –era la mía- y el placer de la primera agresión aceleró mis pulsaciones, ver su nariz sangrando a mares mientras comienza a pedir revancha hace correr electricidad por mis venas.
-Peliemos los dos po’ uno a uno como los hombres- esa frase me fascina hasta la médula. El muerto acudiendo a la valentía de su agresor. ¿Qué valor tiene ser valiente después de todo? ¿Por qué él cree que cambiaría el placer de verlo morir lentamente por resguardar mi honor? y lo dice mientras trata de respirar por su nariz congestionada, mientras sus rodillas tiemblan avisándole lo inevitable.
-Me cansó este weón- a mi señal el Niño y el Rolo tiraron al Rucio de vuelta al suelo y el Rasca y el Liendre, que me flanquean siempre, sacan sus pistolas y las ponen a su vista.
-Mira maricón ¿te gusta?- decía el Rasca poniéndose la pistola en la entrepierna y pasándosela al Rucio por la cara lo que nos hizo reír a todos mientras el otro corría la cara enojado. Es curioso cómo algunos no tienen miedo cuando ven un revólver. Es que mientras no lo vean en acción creen que pueden escapar, la ira de estar atrapado cubre la única verdad.
-Media weá, te sacaría la cresta a combos los dos solos- insistía el pobre incauto. Miro al Liendre y con un rápido movimiento le pone la primera bala justo en medio del pie izquierdo. Recuerdo ese dolor, se siente como un clavo atravesando tus carnes, tus nervios, es insoportable pero no tanto como para abatirte y terminar de sufrir.
-¡¿No te gustó metérselo a mi mina conchetumadre?!- le digo fuerte para que escuche a pesar de sus gritos. El dolor es un analgésico maravilloso, de inmediato calmó su agresividad, sus ganas de continuar, pasó de querer luchar a pedir piedad.
-No sabía que erai el pololo, no la veo más lo juro- Me gusta escuchar el primer ruego a ojos cerrados, captar cada timbre, cada nudo en la garganta, cada lágrima a punto de caer. Las promesas de un hombre abatido están llenas de esperanza, juran al que los acribilla, rezan al cielo buscando piedad de último minuto. Me agacho a su altura para ver su rostro, no perderme detalle de cómo cambiará su semblante de ahora en adelante.
-¿Rucio, mierda, vo’ creís que yo soy weón?- y sus pupilas desaparecieron, su cara se llenó de tiza, sus labios entraron al desierto y sus manos de pronto invadidas por un Parkinson incurable.
-¡Espera, espera, por fa espera!- cierra sus ojos con fuerza, casi para destruir sus párpados. Quiere evitar ver a toda costa mi pistola descargada sobre su rodilla. Presiono lentamente el gatillo mientras mis ganas de verlo gritar aumentan imaginando cómo se tira a mi mina. El clic, el martillazo del percutor, la explosión de la bala, las carnes retorcidas por el metal. Grita tal cual animal destripado en vida.
-¡Cállalo Rasca!- la patada en plena boca le dejó un amasijo de sangre y dientes y pedazos de labio que sepultan el nuevo horror del que era víctima en silencio. Es para una fotografía. El Rolo y el Niño afirman sus brazos mientras él está sentado con la cabeza colgando pero aún consciente. Su zapatilla nada en sangre y su cara irreconocible entre la patada en la cara y el golpe que le asesté en la nariz.
-¡Qué me mire!- El Liendre se coloca detrás y le afirma la cabeza mientras le dice algunos insultos y le pega palmadas en la nuca.
-Yo la saco a pasear, le pago a su puto dentista, le compro las weas que me pide, si ella me necesita me llama y voy, todo el tiempo estoy con ella, para ella, y venís vo’, te la engrupís un par de días y te la tirai- le apunto el arma a la cabeza mientras lo escucho que trata de decir algo.
-A ver a cuántas se lo hacís en el patio de los callaos- no hay nada mejor, nada mejor. Allí sin vida, del Rucio brotan sus últimos hilos de sangre, la venganza completa, el pago saldado. Matar parece algo tan despreciable pero nadie que lo haya hecho lo dice. La mezcla de la humedad del callejón, el olor coagulado, el humo del cañón, no hay sensación comparable, no hay obra tan magistral como ver el cuerpo sin vida de tu víctima y el Rucio se había ganado el honor de ser el centro de la pieza.

Lo dejamos ahí tirado entre un montón de bolsas de basura para luego despedirnos de un corto abrazo y perdernos entre las calles nocturnas. Y si alguien piensa que el asesino regresa a casa con una mochila llena de culpas… la gente debería matar más seguido.

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