¿De
verdad eres tú?
El
termostato estalla.
No
sabes cuánto quería estar contigo.
La rasgadura en el metal se hace evidente, importante.
La rasgadura en el metal se hace evidente, importante.
Deja
quedarme, al lado de tu sonrisa de niña.
Una alarma
insoportable, un destello rojo que va y viene.
Usas el
perfume que imaginé, puedo volar donde sea sin subir a una nave.
El
vacío violenta desde el exterior al oxígeno indefenso.
Escucho
tu risa, me haces reír, me hablas al oído “no te preocupes, abrázame, nada te
pasará”.
Entre
escombros metálicos y aire muerto él cae presa del espacio exterior.
¿Nos vamos
juntos al paraíso verdad? ¿Nos vamos hasta lo más alto del cielo?
No importa
cuántos miren hacia arriba ni tampoco qué modernos aparatos usen, ninguno
alcanza a ver hasta dónde se han ido.

La
misión, absurda sin duda. Una estación abandonada alrededor de rocas secas y
huecas. Según el director hay algunos documentos importantes ahí dentro y la
promesa de un tesoro escondido bajo una clave encriptada endulza el trato
aunque no lo suficiente. Quién dejaría algo de valor en un lugar así. Iluso. Sabe
que le basta sólo con su autoridad para arrastrarme hasta aquí, el resto son
solo promesas para él sentirse mejor al enviarme a una muerte probable.
Si
supieras que te la robé de tu escritorio.
Acaricia
la foto y abre la escotilla de entrada dejando salir aire, un alivio.
¿Notaste
el mechón que arranca hacia arriba de tu cabeza como un cohete despegando de
algún planeta?
Inspira
una y otra vez asegurándose de tener aire fresco, al menos respirable.
No me
dejes, te lo pido.
Guarda
la foto en su chaqueta y comienza a recorrer los pasillos de la estación.

Lo sé,
tal vez te vi tarde, tal vez tú nunca me viste, tal vez nunca nos miramos a los
ojos al mismo tiempo.
Cada
vez se movía con mayor lentitud sin embargo no lo notaba, pensaba en la mujer
de la foto.
Una
oportunidad, tan solo una de verte una vez más y hubiera bastado.
La
escotilla roída por el abandono y la palabra “capitán” grabada sobre ella
derretía sus últimas letras.
Dicen
que el dolor es la sensación perfecta, te avisa cuándo estás en peligro, cuándo
debes llorar y luego se va, se va y es imposible recrearlo de la nada.
Dos
giros a la manivela y la puerta cede entre metal crujiente y aire sofocado.
Pero el
dolor de no compartir contigo el brillo de Denébola lo llevo día a día. Me
equivoqué porque pensé que el tiempo sería nada pero fue tanto para ti que me
olvidaste.
La
habitación estaba vacía, una casa abandonada por siglos por alguien tan avaro
que se llevó hasta la última losa del suelo.
¡Cómo
no! Llevaré de vuelta un registro de cada milímetro de este lugar y mandar al
director a recoger tesoros a algún hoyo negro. También es culpa mía, soy un
desastre. No debería estar aceptando trabajos que me lleven por semanas a
través del espacio hacia lugares recónditos y absurdos. Al fin y al cabo la
única razón es deshacerme de lo que llevo en el bolsillo. A veces ni yo mismo
puedo creer qué absurda es mi vida ahora.
¿Y si
te prometo que estaremos juntos toda la vida será suficiente?
Comenzaba
a correr una brisa fría dentro de la habitación del capitán.
Te ves
linda con el pelo corto ¿te lo he dicho?
Pequeños
pedacitos de metal forman remolinos y se
dispersan por todo el lugar.
El aire
marino está perfecto, aunque tu aroma color frambuesa con lunares blancos se
roba la escena.
No se
ha dado cuenta aún pero una milimétrica falla en el casco comienza a cobrar
vida.
¿Sientes
el arena en tu piel blanquecina?
Una
falla y el resto se desatan en cadena, la temperatura pierde el control y la
seguridad, curiosamente en línea, bloquea la puerta.

¿De
verdad eres tú?
El
termostato estalla.
No
sabes cuánto quería estar contigo.
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