OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 8 de febrero de 2011

El Secreto de Azúcar


Rincón de los Relatos

NOTA: Esta historia tiene su origen en una antigua deuda y que luego de mucho tiempo y una historia fallida tengo el gusto de pagar, sujeto por supuesto a la conformidad de mi acreedora.

A Gloria.

El Secreto de Azúcar

El calor se hace insoportable durante el día pero ni el sol ni la ausencia de nubes parecen ser la causa. Los cristales de altos edificios, el concreto callejero, el metal de miles de autos, los humos asfixiantes de fábricas, el gris de la ciudad parecen capturar el calor del sol y quemarnos como lupa a las hormigas que marchan día a día acarreando pequeños premios encontrados luego de intensas caminatas. Lo aterrador es que lo amamos, acariciamos la espalda de las grúas constructoras y miramos al cielo imaginando cubos de hormigón gigantes con los ojos llorosos de emoción, de anhelo infantil por ese regalo tan esperado y qué suave se sienten los pies en las veredas de cemento y el motor de partida del auto una sinfonía moderna y qué suene el celular justo ahora ¡qué bello concierto! y los efectos del humo verde en el escenario y los relojes repican cada vez más veloces. Y en medio de esa locura rondan perdidos e ignorados don Horacio y doña Amelia tomados del brazo sin entender el por qué de este urbanismo tan atareado y voraz.

Día Domingo y la inmensa construcción habitacional tomaba un descanso, en silencio vigas, andamios y mezcladoras dormían a pesar del calor y los ancianos caminantes tratando sobretodo de recordar.
-Aquí estaba ese parque de juegos donde jugábamos a la cuerda con Clarita- miraba Amelia la construcción entre caídas de agua.
-Y ahora ponen este edificio- añoraba Horacio tiempos pasados.
-Es el progreso viejo, la ciudad tiene que crecer- le dijo su esposa sin estar ninguno de acuerdo.
-Ponerle cemento al pasto y tapar el sol con concreto- reflexionó Horacio en un extraño arranque de sabiduría.
-No seas así viejo burro, son otros tiempos nomás- Amelia miró una vez más la construcción a través del enrejado -¡Mira eso viejito!- en un rincón de la obra, tapada por cerros de ladrillos, se lograba ver un resto de pasto maltratado. Un sobreviviente poco común, un pradito de parque ahogándose entre ripio y arena pero sin duda con vida. Sin aguantar las ganas Amelia y Horacio encontraron una falla en el enrejado y como dos ágiles adolecentes se entrometieron y olvidando la artritis corrieron a explorar ese terreno de memorias.
-Aquí era estoy segura- decía Amelia parada en medio del pasto.
-Allá jugábamos con el Hugo a las bolitas- decía Horacio olvidando su pérdida de memoria.
-Manzanita del Perú, cuántos años tienes tú, todavía no lo sé, pero pronto lo sabré-
-¿Aquí no era dónde…?- Horacio buscaba algo con desesperación temiendo sobretodo que sus recuerdos estuvieran mal mezclados. Entre la muralla del nuevo edificio y los límites de la propiedad quedaba un espacio largamente abandonado ni siquiera tomado en cuenta por los ingeniosos calculistas.
-¡Ahí está todavía viejita mira!-
Una verdadera antigüedad de madera, un disco giratorio, jamelgos de pie, techo circense, parecía haberlos esperado todo este tiempo empapado en polvo y el maquillaje desvanecido.
-¿Te acuerdas viejo?- Amelia acariciaba el disco de madera ladeado con los años –Aquí fue donde nos conocimos.
-Tú estabas aquí- recordaba Horacio encaramado en el carrousel junto a uno de los caballos –era tu favorito hasta tenía nombre-
-Ayúdame a subir viejo-
-Se puede caer-
-Qué se va a caer viejo burro, ayúdame-
Apenas le quedaban algunos detalles al anciano potro, se notaba su color blanco, se adivinaba su montura verde y su cola vagamente de algún café o negro, su rostro apenas dibujado, un diente, el relieve de un ojo.
-Azúcar, así se llamaba cuando era un poco más blanco y un poco más alegre- Amelia sentada y a su lado de pie Horacio ambos en un trance silencioso, viajando cada uno lo más lejos que podían recordar, separándose de este mundo de pronto tan ajeno. Impulsados por la añoranza de otros tiempos los corroídos engranajes del carrousel hacían esfuerzo sobremecánico y giraban lenta, imperceptiblemente aunque ya hace tantos que los niños no montaban el juego que equivocaban el sentido y el disco comenzaba a girar en sentido contrario.

De a poco la plataforma volvía a ponerse recta, la cadera le molestaba menos a Amelia, las tuercas perdían oxidación, los huesos de Horacio recuperaban firmeza. El giro aumentaba velocidad, tímida volvía la tonada que solía adornar los paseos. Horacio y Amelia cerraban los ojos para sentir la leve brisa en sus espaldas, corriente, viento, enormes máquinas golpeaban los edificios hasta tumbarlos, el asfalto se derretía y comenzaba a llover hacia arriba, a estocadas la hierba derrotaba a las veredas, con sus timbres las bicicletas correteaban a los autos, una ráfaga en la espalda, narices destapadas, oídos despejados, la catarata en sequía, otra vez Amelia y su voz dulce, Horacio y su vozarrón radial. De golpe, el mundo volvía a su estática natural.
-Amelia- Horacio tomó sus manos y se arrodilló frente a ella -¿te acuerdas?-
-Aquí fue donde me lo propusiste viejito- el carrousel giraba lentamente a gusto del caballero y su doncella. Horacio revisó sus bolsillos y sacó una pequeña cajita roja.
-Viejita mía ¿te quieres casar conmigo?- Amelia lloraba y Azúcar relinchaba de alegría, recuperaba sus colores, su cola ahora café, su montura verde y su enorme sonrisa.
La brisa en la espalda de Amelia, corriente, viento, ráfaga, las máquinas terminaban su trabajo y se retiraban bajo el sol dominante de alba a crepúsculo, las aves volvían de su larga ausencia en el sur y aleteaban fuerte lanzando lejos el polvo trayendo de vuelta el azul perdido, las llantas reventaban, ruedas de radios y madera dominaban las calles adoquinadas y Azúcar parecía más grande y brioso, miraba a Amelia a su piel tersa, sus ojos brillantes, su pelo adornado con cintas rojas y Horacio se le acerca al oído y dice. (Viento)
-Te ves como en ese día- tenía la memoria cristalina como si estuviera escrita frente a él. (Corriente)
-¿Y tú eres el nuevo?- le preguntó Amelia melosa y coqueta. (Brisa)
-Sip- respondió mirando al suelo, jugando con sus pies.
-Yo soy Amelia-
-¡Amelia, nos falta una ven!- se escuchó desde las niñas con la cuerda.
-¡Ya voy!- y antes de correr a jugar le dedicó una sonrisa, la primera, a Horacio.
-Creo que enamoré de ti- dijo para sí mientras la veía saltar la cuerda, entonces acarició el lomo de Azúcar cuya sonrisa brillaba más que nunca y se acercó a su oído y le dijo:
-No le vayas a decir pero cuando sea grande me voy a casar con ella-

1 comentario:

fighter dijo...

Sr. dejeme decirle que me ha encantado! y pido permiso para poder ponerlo en mi blog también... me recordó como dije a una pelicula,lastima que sea una persona sensible en estos momentos o volveria a leerlo,pero en estos momentos no tengo permitido leerlo o lo ensuciaria con lagrimas de las que despues me arrepentiré lo sé...
muchas gracias por mi regalo!