Íbamos con Macarena entrando al cine, perfecto panorama para un día lluvioso. Con entradas en la mano nos dirigíamos a la sala y cuando cruzábamos el vestíbulo principal apareciste tú. Ibas riendo, haciendo gestos graciosos quizás recordando algún buen momento de la película que acababas de ver. Cuando enderezaste la mirada nos vimos, yo con Macarena de la mano, tú abrazada de tu novio. Nos miramos, nos recordamos, seguimos caminando hacia delante sin dejar de mirarnos.
No has cambiado nada. Tu mirada no ha cambiado, no la que me diriges a mí. Es imposible engañar con la mirada, tu cuerpo puede estar rígido, tus manos tomadas a las de otra, tu mente volcada en tratar de ignorarme, pero a tus ojos todavía le tiemblan las rodillas al verme, todavía tartamudean y a mi cómo me encanta y no lo puedo disimular.
Como siempre te da risa. Hago lo imposible para parecer que ya no me importas pero lo veo en tus ojos. Se ríen coquetos de mí, se llevan la mano a la boca y sonríen entre jotas e íes. Pasamos lado a lado y no resistimos seguirnos con la cabeza ahora controlada por la vista y sin embargo no es suficiente para arrancar de las manos de Macarena y entregarme del todo a los acelerados impulsos que invaden mi garganta.
Ojalá tuviera la fuerza para soltarme de Marcelo y correr hacia ti, desvanecerme en tus brazos de alfeñique pero que abrazan con una fuerza cálida, protectora, amorosa, una bomba nuclear podría caer en nuestras cabezas y sólo serviría para incrementar la radiación que mis mejillas producen al rozar las tuyas.
Entramos a la sala justo a tiempo para la película. Nos sentamos al centro de la sala, Macarena a mi lado izquierdo como siempre. Apenas comenzó la cinta ya no volví a ponerle atención a la pantalla. Te imaginé a ti sentada en la butaca vacía a mi derecha. Te vi de perfil observando la película con esa atención tan curiosamente exagerada como si hasta tus pies estuviesen participando en la trama.
Salimos del estacionamiento subterráneo y me di cuenta que estaba lloviendo. ¿Recuerdas qué hacíamos cuando llovía? Apenas nos enterábamos que llovía nos juntábamos para caminar bajo la lluvia y chapotear en las pozas. Cómo me encantaba verte enojado cuando saltaba a una poza cercana sólo para mojar tu ropa. Y te enojabas tanto pero qué mal actor eras. Eso es lo que más me divertía.
Creo que nunca vi una película por completo cuando veníamos al cine. Perdía el tiempo mirándote por largo rato y tú no despegabas tu atención en la pantalla incluso comías cabritas sin dejar de mirar al frente mientras yo te observaba. Pero más que mirarte lo que más me gustaba era ver tus esfuerzos por ignorarme, te hacías la que veías la película y siempre te delataba ese segundo que demorabas en reírte de alguna escena graciosa porque reías luego de escuchar a los demás.
Cuánto te extraño, si lo supieras. Debimos seguir juntos por siempre y en vez de eso estoy en el auto de Marcelo escuchándolo hablar de lo maravilloso que le va en su trabajo de no sé qué. Mis “ajá” reflejos son suficientes para hacerle creer que lo escucho mientras miro hacia la calle, la lluvia, el vidrio medio empañado, hasta el denso calor del aire acondicionado me recuerda a ti. Imagino que estamos en una banca del parque, los únicos sentados porque es un día que llueve y sólo los idiotas se sientan en bancas los días lluviosos. Y ahí estamos tú y yo, los más idiotas de todo el parque. Me recuesto en tu hombro derecho, cierro los ojos y pienso en nada.
Apenas tengo conciencia que estoy en el cine. Trato de disipar mi atención de ti, miro a Macarena pero se ve tan sosa mientras mira la película casi llega a desagradarme. Miro a mi derecha y estás tú toda empapada por la lluvia y sin embargo no te molesta en lo absoluto. A mí, sólo una cosa me molesta y sin siquiera mirarnos te das cuenta y te recuestas en mi hombro. Y yo me recuesto sobre tu pelo.
Voy saliendo del cine en compañía de Marcelo después de una película aburridísima pero que a él le encantó. “Te gustó la película mi amor” y no tuve opción más que decirle que sí y recreé una de las escenas graciosas de la película para que se convenciera. Apenas enderezo la vista veo que venías de la mano con tu novia. Fue un segundo en que sabía que no podría dejar de verte mi siquiera cuando estuvieras fuera de mi vista.
Sigues igual que siempre, una excelente actriz pero a mí no me engañas. Veo que ríes recordando la película pero sólo lo haces para agradar, en realidad te cargó.
Te veo y me pregunto ¿Qué hago con Marcelo? ¿Por qué no estoy para siempre contigo? Y no hay razón.
Miro a Macarena por última vez, ella me miró y me sonrió como si le estuviera tirando un piropo. Me detengo.
Y le digo “lo siento Marcelo”.
“Pero ya no te quiero”.
Así de fría.
Así de directo.
Y fue como escaparnos de los brazos de un magneto enorme.
Nos abrazamos como nunca.
Llorando te dije “¿Viste que afuera está lloviendo?”
Y te respondí “Pero no vayas a salpicar con agua mis pantalones nuevos”
No has cambiado nada. Tu mirada no ha cambiado, no la que me diriges a mí. Es imposible engañar con la mirada, tu cuerpo puede estar rígido, tus manos tomadas a las de otra, tu mente volcada en tratar de ignorarme, pero a tus ojos todavía le tiemblan las rodillas al verme, todavía tartamudean y a mi cómo me encanta y no lo puedo disimular.
Como siempre te da risa. Hago lo imposible para parecer que ya no me importas pero lo veo en tus ojos. Se ríen coquetos de mí, se llevan la mano a la boca y sonríen entre jotas e íes. Pasamos lado a lado y no resistimos seguirnos con la cabeza ahora controlada por la vista y sin embargo no es suficiente para arrancar de las manos de Macarena y entregarme del todo a los acelerados impulsos que invaden mi garganta.
Ojalá tuviera la fuerza para soltarme de Marcelo y correr hacia ti, desvanecerme en tus brazos de alfeñique pero que abrazan con una fuerza cálida, protectora, amorosa, una bomba nuclear podría caer en nuestras cabezas y sólo serviría para incrementar la radiación que mis mejillas producen al rozar las tuyas.
Entramos a la sala justo a tiempo para la película. Nos sentamos al centro de la sala, Macarena a mi lado izquierdo como siempre. Apenas comenzó la cinta ya no volví a ponerle atención a la pantalla. Te imaginé a ti sentada en la butaca vacía a mi derecha. Te vi de perfil observando la película con esa atención tan curiosamente exagerada como si hasta tus pies estuviesen participando en la trama.
Salimos del estacionamiento subterráneo y me di cuenta que estaba lloviendo. ¿Recuerdas qué hacíamos cuando llovía? Apenas nos enterábamos que llovía nos juntábamos para caminar bajo la lluvia y chapotear en las pozas. Cómo me encantaba verte enojado cuando saltaba a una poza cercana sólo para mojar tu ropa. Y te enojabas tanto pero qué mal actor eras. Eso es lo que más me divertía.
Creo que nunca vi una película por completo cuando veníamos al cine. Perdía el tiempo mirándote por largo rato y tú no despegabas tu atención en la pantalla incluso comías cabritas sin dejar de mirar al frente mientras yo te observaba. Pero más que mirarte lo que más me gustaba era ver tus esfuerzos por ignorarme, te hacías la que veías la película y siempre te delataba ese segundo que demorabas en reírte de alguna escena graciosa porque reías luego de escuchar a los demás.
Cuánto te extraño, si lo supieras. Debimos seguir juntos por siempre y en vez de eso estoy en el auto de Marcelo escuchándolo hablar de lo maravilloso que le va en su trabajo de no sé qué. Mis “ajá” reflejos son suficientes para hacerle creer que lo escucho mientras miro hacia la calle, la lluvia, el vidrio medio empañado, hasta el denso calor del aire acondicionado me recuerda a ti. Imagino que estamos en una banca del parque, los únicos sentados porque es un día que llueve y sólo los idiotas se sientan en bancas los días lluviosos. Y ahí estamos tú y yo, los más idiotas de todo el parque. Me recuesto en tu hombro derecho, cierro los ojos y pienso en nada.
Apenas tengo conciencia que estoy en el cine. Trato de disipar mi atención de ti, miro a Macarena pero se ve tan sosa mientras mira la película casi llega a desagradarme. Miro a mi derecha y estás tú toda empapada por la lluvia y sin embargo no te molesta en lo absoluto. A mí, sólo una cosa me molesta y sin siquiera mirarnos te das cuenta y te recuestas en mi hombro. Y yo me recuesto sobre tu pelo.
Voy saliendo del cine en compañía de Marcelo después de una película aburridísima pero que a él le encantó. “Te gustó la película mi amor” y no tuve opción más que decirle que sí y recreé una de las escenas graciosas de la película para que se convenciera. Apenas enderezo la vista veo que venías de la mano con tu novia. Fue un segundo en que sabía que no podría dejar de verte mi siquiera cuando estuvieras fuera de mi vista.
Sigues igual que siempre, una excelente actriz pero a mí no me engañas. Veo que ríes recordando la película pero sólo lo haces para agradar, en realidad te cargó.
Te veo y me pregunto ¿Qué hago con Marcelo? ¿Por qué no estoy para siempre contigo? Y no hay razón.
Miro a Macarena por última vez, ella me miró y me sonrió como si le estuviera tirando un piropo. Me detengo.
Y le digo “lo siento Marcelo”.
“Pero ya no te quiero”.
Así de fría.
Así de directo.
Y fue como escaparnos de los brazos de un magneto enorme.
Nos abrazamos como nunca.
Llorando te dije “¿Viste que afuera está lloviendo?”
Y te respondí “Pero no vayas a salpicar con agua mis pantalones nuevos”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario