El Rincón de Los Relatos
No nos separan más de cinco metros, puedo ver tu rostro claramente mirándome tras del cristal, también veo mi propio rostro reflejado encima del tuyo. Te veo llorar pero tú siempre has sido más fuerte que yo, son mis ojos los que se sienten tristes y lloran a través de los tuyos. “No llores” me dices y aunque el sonido no pasa ni por los gruesos vidrios ni por espacio vacío, cosquillea mi oído con tu voz tan cercana, con ese suspiro relajante, suave, tibio, basta para desearte hasta el fin de lo eterno.
Las luces se reflejan en los vidrios que nos protegen del vacío. Estamos tomados de la mano viendo ese espectáculo emocionante para la vista, desgarrador para el corazón. Tan cercanos sin embargo alejados por una distancia trazada por otros. La nave que a ti te lleva y la mía están flotando juntas esperando una brecha para escapar de la tormentosa batalla que se vive a escasos kilómetros. La tuya apuntando justo al lado contrario de la mía, en cualquier momento pasaremos de estar juntos a estar tan lejos como cien mil millones de viajes de la Tierra al Sol.
Me cuesta respirar, la descoordinación es tremenda entre el corazón y la mente. Uno desea saltar a abrazarte, quedarse contigo por siempre, detener lo tortuoso de sólo mantener en el recuerdo tu piel bajo mis dedos. El otro sabe cuantos imposibles se anteponen a eso y tú también te acabas de dar cuenta porque ambos empujamos con fuerza las ventanas que nos dejan vernos queriendo empujar las oxidadas latas de nuestras naves hacia el otro. “Hay una forma” te grito en gestos y me llevo la mano al bolsillo enseñándote la solución. Tú, sin vacilar te llevas la mano al bolsillo y asientes con el rostro mientas una explosión a lo lejos se refleja en tus ojos.
¡Qué importan los cientos de personas que comparten nuestro viaje! ¿Acaso no vale la pena besarnos una última vez? El espacio se llenó de estrellas apagadas hacia rato por la luz tan humana y tan explosiva que lo rodeaba todo. Ella entonces sacó de su bolsillo un bastón del tamaño de un vaso, negro con un cilindro verde y luminoso en uno de sus extremos, la única diferencia con el mío es el color anaranjado del extremo de mi bastón. Pusimos los extremos coloreados sobre el cristal y al mismo tiempo dijimos “¡Ahí voy amor!” y los vidrios reventaron en un estallido seco y violento mientras el vacío succionaba el aire oxigenado como hienas saboreando un alce putrefacto.
En ese remolino de aire y nada nos vimos envueltos. Nunca la perdí de vista y con una fuerza impulsada por el deseo volamos por el espacio para abrazarnos por última vez. Estábamos en medio del espacio, sostenidos uno del otro y con los ojos nos amamos y con los labios terminamos juntos para siempre mientras el aire de nuestros pulmones no aguantaban ya el desorden ambiental y colapsaron para dejarnos a la deriva, juntos por siempre en medio de las estrellas.
1 comentario:
Me encantó tu relato...muy poco ortodoxo para mi estilo más romántico...pero me llegó al corazón...será porque estoy más sensible??? ^^
Muchos besitos...*-*
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