Rincón de los Relatos
Hace varias décadas, en uno de los miles laboratorios de genética, un doctor en biociencias y su joven ayudante trabajaban en una mixtura extraordinaria. Hasta ese momento podías obtenerlo casi todo a través de la ingeniería genética y la cámara Zernelli, una máquina estrambótica que permitía cualquier modificación del ADN sin importar ya haber nacido. Podías entrar a la cámara como una persona cualquiera y salir con brazos extra, ojos de colores cambiados, el triple de estatura, branquias de pez o patas de rana. Sin embargo el arreglo genético que permitiría mezclar humanos y aves seguía sin dar buenos resultados. Hombres con alas deformes o incapaces de volar, infecciones incurables en la raíz de las alas, frágil osamenta, en fin, nunca se había dado con la fórmula correcta.
El primer humano alado exitoso fue concebido en una probeta. El desconocido doctor en biociencias y su ayudante modificaron el ADN de un feto comprado a una indigente embarazada al cual hicieron envejecer aceleradamente dentro de la cámara Zarnelli. Detuvieron su desarrollo a los 12 años cuando vieron que sus alas estaban por completo desarrolladas. El secreto según ellos era que este milagro requería de más tiempo que el inmediato. Aquel primer niño alado conocido como Icaro mantuvo el vuelo por casi una hora sin problemas hasta que sus alas de súbito se le desprendieron a doscientos metros de altura y entonces cayó en picada y fue convertido en material experimental desechado.
Para sus propios milagros la humanidad requiere un pequeño paso en la dirección correcta. Unos diez años más tarde y los ángeles humanos podían vivir meses sin presentar dificultad alguna y parecían tan saludables como cualquier otra modificación genética. La locura comenzó. Casi la única modificación de ADN solicitada desde ese momento era ponerse alas de un ave cuya identidad original se perdió entre la vertiginosa mezcla de tubos y fluido genético.
La alta sociedad, pues ninguna otra podía costearse tal modificación, viajaba ahora por los aires batiendo sus alas con orgullo y dejando caer de vez en cuando una pluma al suelo para diversión de los que caminaban con los pies en el suelo. Muy pronto abandonaron la superficie por completo lo que se vio reflejado en la construcción de puertas y ventanas en altura fácilmente abatibles desde el exterior. La vida comenzaba a dividirse entre el cielo y la tierra.
Apodados como “los terrenos”, los habitantes de la superficie aumentaban en número y también crecía su miseria. El mundo posaba sus ojos en el cielo olvidando, queriendo olvidar, al sucio y desaliñado suelo donde abundaban las ratas, la basura y las enfermedades además de una oscuridad cada vez más persistente con “los ángeles” tapando el sol y los edificios que se convertían en enormes pilares que sostenían una estructura aun más alta para comodidad de los humanos alados.
Los terrenos dejaron de mirar al cielo. La mezcla de envidia y desesperanza resultó fulminante, la sociedad del suelo no miraba más alto que justo al frente y se enorgullecían de sus pieles nácar y su caminar arrastrado. Los ángeles en cambio vivían una época de auge pleno. Cada vez dedicaban menos esfuerzo a sus labores y preferían pasar el tiempo charlando, tomando el té y jugando al tenis aéreo. Reían muy a menudo y todas las noches se escuchaba de alguna fiesta de gala donde usaban trajes discretos para relucir al máximo las alas propias y admirar las otras.
Tan alto volaban los ángeles que desde el suelo era raro ver pasar a uno volando y los edificios se perdieron de vista, sólo se veían hileras de ostentosas columnas que kilómetros más arriba sostenían un pedestal con habitaciones lujosas y espaciosas. Los terrenos se acostumbraron a vivir dentro de las columnas que en su centro dejaban lugar suficiente para armar un hogar sin quitarle su firmeza. Las paredes de los pilares eran estupendas absorbedoras de luz lo cual daba mucho placer a los terrenos acostumbrados a ver al sol una hora al día, amantes de las penumbras, de los colores opacos.
La rutina era sencilla para el terreno medio. Levantarse temprano, ir a trabajar, almorzar a la hora del sol, ya más tarde volver a casa a estar con los hijos, ayudarles con sus tareas y responder sus preguntas inquietantes, la mayor de ellas sobre los ángeles. Claro, los niños de esa época nunca habían visto pasar a un humano con su ADN mezclado con el de un ave. Era todo un mito para ellos y para hacerse los importantes algunos juraban haber visto pasar uno a la hora del día y sus padres sólo reían y asentían sabiendo que era imposible, los ojos no alcanzan a ver tan lejos.
Pasaron generaciones enteras de humanos que buscaban ángeles en los cielos. Gracias a esa curiosidad los terrenos volvieron a poner sus ojos en el cielo, buscando otra vez con esperanza subir más allá de los ojos, encontrarse con el final de los enormes pilares. Algunos intentaron entonces escalar las columnas, otros construían escaleras interminables y los más sofisticados inventaban máquinas voladoras pero nadie tenía éxito. Con lógica dedujeron que se debía a su propio peso, la tierra los atraía con demasiada fuerza para impedirles dejar sus dominios. Alimentaron su anhelo en la creencia de que luego de la muerte el cuerpo dejaba su ser físico, dejaba su peso atrás para volverse humo y aromas para luego, lentamente, ascender alrededor de los pilares y llegar hasta la cima a visitar a los ángeles en sus cómodas habitaciones.
Fue así como la vida de los terrenos se volvió un mero trámite, la espera por la muerte que les condujera a lo más alto del firmamento para unirlos con el mito celestial. Todo ese tiempo los ángeles nunca dejaron de vivir su vida tal como siempre. Amantes de los lujos, la buena comida, las competencias de velocidad de vuelo, su vida nunca dejó de ser un pasar licencioso repleto de lujurias y comodidades inimaginables. Tan así que nunca miraban hacia abajo y al pasar las generaciones se instaló la creencia de que no había sino cielo y que los enormes pilares estaban sostenidos por esponjosas y densas nubes construidas en épocas de antaño.
1 comentario:
Un relato muy limpio, Felicidades.
A.
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