OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 28 de abril de 2015

Abrumador

Rincón de los Relatos

Al recorrer las calles camino a comprar pan no puede evitar volver a su pueblo natal, Víctor recuerda la antigua de infancia donde su madre le daba unas monedas oxidadas porque fueron acuñadas siendo viejas. Le decía “compra pan hijo, del especial y un litro de aceite” y para ello una botella de vidrio vacía. A una cuadra de su casa y sin cruzar una sola calle estaba “Chile Chico” el almacén de la esquina hacia el cuál Víctor caminaba impulsando una cajita de cartón celeste, y por tanto de leche, en todo el recorrido demorándolo el doble, triple del tiempo necesario. “Especial o corriente” decía la señora Leonor que siempre era añosa y se le notaba en el delantal los rastros polvorientos de su honesto y tradicional trabajo. Y el aceite luego era bombeado de un enorme tarro verde y no había equívoco, con el pan podía errar y llevar corriente pero el aceite era el mismo de toda la vida. Al llegar a la casa, el pan con el manjar del frasco café era su premio junto con la historieta de sus dibujos favoritos. El tiempo pasaba lento pero no en vano, había tiempo para reír, recuerda Víctor, tiempo para mirar el techo y contar las manchas dejadas por las arañas aplastadas por la pala y la escoba y para distinguir los profundos ojos de las tablas de madera del piso.

Ahora Víctor, con canosas reminiscencias de su otrora abundante cabellera y la lentitud del tiempo pasado, camina hacia el supermercado de la gran ciudad a comprar el pan para colaborar con la casa de su hija, sentirse útil ya que ella y sus nietos y su yerno lo han acogido con aceptación e indiferencia. “Trae del pan que nos gusta, tu sabes” y Víctor piensa en el camino “pan especial” para no olvidarlo “y té, una caja de bolsas de té” le pidió y se acordaba de su madre y de la señora del almacén “bolsitas de té señora” le decía y no había más preguntas porque la caja azul siempre fue la de té.
El enorme supermercado lo recibe abriéndole las puertas antes que pudiese tocar las manillas. “El té primero, el té primero” se decía a sí mismo pero entre tanto mar de colores y formas nunca los pudo encontrar “¡joven! ¡joven! ¿dónde están las cajitas de té?” y el joven de camisa presuntuosa y corbata gris le indica con el dedo y le dice “unos dos pasillos más allá” le da las gracias con una reverencia sumisa porque sin errores, un hombre con camisa y corbata siempre ha sido importante. Llega al pasillo de té y es una estantería repleta de suelo a techo, a lo largo y lo ancho, de cajitas, cajas y cajotas que reclaman ser té. Comienza a leer la cantidad de apellidos. Hierbas de todo tipo, frutas exóticas, geografías lejanas, cientos de colores y tamaños y propiedades que su perfecta salud jamás necesitó. “Azul, azul, azul” y había decenas de cajas azules y se empezó a sentir nervioso de no poder contar con la señora Leonor y su sapiencia en las artes de las hojas de Ceilán. Inseguro ante tantas opciones tomó uno azul cualquiera sabiendo que siendo té, sería bueno.

“Pan especial, pan especial” se repetía por miedo a que su torpe memoria lo traicionara en el momento justo. Varios pasillos más allá estaba el sector panadería con una innumerable cantidad de panes a disposición del cliente y nadie detrás del mostrador para preguntarle por un kilo de pan especial. Miraba y miraba y una mujer joven con cara de niña al verlo perdido le pregunta qué busca y dice “el pan especial” y ella naturalmente le dice “de este cajón para allá son todos los especiales”. Largos, cortos, aplastados, blancos y oscuros, algunos manchados otros con pepitas negras y otros con rojas y escritos en cada cajón nombres extranjeros ilegibles. Pasó largos minutos mirando y mirando la diversidad de la panadería y a desesperado tomó una bolsa y echó el pan que le pareció el más especial de todos.


“¡Pero papá!” exclamó su hija al revisar la mercadería “¡trajiste de este pan integral con semillas que no le gusta a nadie!” a Víctor le temblaron las orejas que nunca olvidaban el castigo de su madre enojada cuando niño y agachó la cabeza como pidiendo perdón. “¡Pucha mamá!” alega su nieta mayor “¿quién compró este té de arándanos?... ¡Sí sabes que el tata no sabe! ¿para qué lo mandan a él?” avergonzado se retiró arrastrando sus pies mientras imaginaba patear una cajita que ya podía ser azul o verde o blanca y eso lo mareó y se sentó en el enorme sillón de la sala de estar que nadie ocupaba nunca mientras escuchaba “Ya hija, no vamos a mandar más al tata a comprar” y el viejo Víctor se imaginaba ese pan con manjar del tarro café que nunca volvería saborear y se entristecía al saber que no se enteraría si ese gato roñoso se vengaría del astuto ratón.

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