OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

martes, 28 de mayo de 2013

Intolerancia Cero

Rincón de los Relatos


-¡Hey! ¡Tomás!- al ver que su amigo no lo escuchaba corrió entre la multitud de la calle hacia él casi tropezando por culpa de sus altos tacones.
-¡Tomás, te grité y ni me hiciste caso!- jadeaba Cecilia por la abrupta carrera.
-Ceci, no te escuché- respondía desanimado, casi derrumbado.
-¿Estás bien? te ves terrible- olvidó el cansancio para estar preocupada.
-El trabajo me tiene harto, ya no aguantó más esto de trabajar todos los días como chino- apenas dicho esto una escandalosa sirena sonaba desde todas partes y un puñado de policías vestidos totalmente de gris se hizo presente rodeando a Tomás.
-Señor, acompáñenos por favor- dos que parecían gemelos lo tomaron de las axilas y un tercero, también idéntico, le puso las esposas con una velocidad y pericia que demostraba sus condiciones de policía de elite.
-Por favor yo…- a pesar del alboroto Tomás pareció reconocer su error –les juro fue sin intensión, se los juro por favor no me lleven- lloraba de susto y arrepentimiento mientras Cecilia lejos de colaborar se reía.
-¡Jajaja! ¡cálmate hombre, no llores como mujercita!- le gritó a todo pulmón y en un parpadeo pasaba por el mismo procedimiento que Tomás y así de rápido se los llevaron a la comisaría en los lujosos autos blancos de la policía.

La pieza es un cubo perfecto con paredes de espejo que desde afuera son en realidad ventanas. En el centro geométricamente determinado se emplaza el centro de una mesa cuadrada de vidrio transparente y dos sillas de acrílico pegadas al piso dispuestas una exactamente frente a la otra. En una de ellas Tomás aguardaba con las manos esposadas sobre la mesa ya vestido con el overol marrón del imputado, con el rostro cansado y derrotado por la circunstancia, con el cuerpo temblando y sus pensamientos divagando entre quienes supuestamente lo miraban con ojos acusatorios al otro lado de los espejos. Al pasar un tiempo imposible de medir una puerta se abre en una de las paredes cuyas ranuras desaparecen de la vista al volver a cerrarse. Un hombre calvo, con el rostro totalmente rasurado, cejas, barba y bigote, vestido con un uniforme negro se hace presente cargando únicamente una placa transparente.
-Veamos, veamos- dice mientras toma asiento y revisa algunos archivos en la placa computacional. Todo esto sin mirar aún a Tomás quien no dice una palabra.
-¿Sabes por qué estás aquí verdad? ¿sabes dónde estamos?- pregunta el policía sin levantar la vista.
-Sí señor, estamos en la prefectura de tolerancia- respondió robótico, esperando lo peor.
-¿Se da cuenta de lo necesario de su presencia aquí?- Tomás podía ver que el policía revisaba su ficha de vida –es usted un buen trabajador, padre ejemplar y hasta vive en un barrio decente- dejó la placa sobre la mesa provocando un sonido vidrioso que retumbó por toda la sala –y ahora mírese- el calvo inspector levantó los brazos mostrándole su nueva realidad.
-Por qué no dijo trabajo mucho, duro, harto, hasta el cansancio, teniendo tantas alternativas para expresarse- acusó al cabo de unos minutos de silencio eterno –lo que usted dijo es horrendo, discriminador e ignorante ¿o acaso usted ha ido a china o conoce algún chino personalmente?- no lo dejó hablar –por supuesto que no ¿verdad? como siempre la discriminación partiendo desde la oscuridad de la ignorancia- chasqueó los dedos y un contingente de policías de blanco, esta vez visiblemente armados, levantaron violentamente a Tomás de su silla y se lo llevaron sin mediar reclamo ni avisos de por medio. Mientras salían con Tomás otros policías de blanco entraban con Cecilia.

-¡Tomás!- pero él pasó colgando de los brazos de los policías con la cabeza gacha y los oídos sordos.
-¡Oiga esto es injusto!- reclamó Cecilia al calvo ejecutor de la ley con tono desafiante y mirada pugilista. No pudo sin embargo resistir la fuerza de sus escoltas albos que la sentaron con fuerza sobre la silla de acrílico que ocupase Tomás.
-¡Esto es un atropello, una…!- harto, el policía mayor golpeó la mesa de vidrio al punto de resquebrajarla y hacer retumbar las paredes de espejo en un vaivén que hizo temer a Cecilia que toda la estructura se viniera abajo.
-¡Escúchame bien pendeja de mierda!- el rostro del policía se desfiguró en rabia y parecía capaz de cualquier atrocidad. Cecilia de inmediato quedó sometida.
-“no llores como mujercita, no llores como mujercita”- repetía citando la frase culposa –¿te crees muy graciosa?- le preguntó mientras se inclinaba hacia ella apoyado en la mesa apretando los puños –La sociedad está harta de esta violencia- dijo mientras le indicaba con un gesto de apertura de brazos las murallas de espejo –Tu amigo y los chinos, tú y las mujeres ¿acaso te parece bien reírse de ellos, referirse de manera despectiva a toda a una raza o a un género? ¡tú genero!- apuntó con un dedo acusador. El policía de negro volvió a tomar asiento y jugaba con las manos bajo su barbilla en postura pensante.
-Mírate ahora apesadumbrada por la realidad, por el reconocimiento de tu falta. Todos te condenamos, yo y todos los que te miran a través del vidrio pero eso no basta y sabes muy bien el castigo- Chasqueó los dedos y el procedimiento anterior se repetía. Policías armados y de blanco impoluto se la llevaban a rastras, vencida, hacia la siguiente etapa del castigo por su lengua soez y tan llena de discriminación.
-Estamos hasta el cansancio de mierda como tú que viene a destruir nuestra sociedad de unión y aceptación total- le susurró al oído antes de dejar la habitación. -¡Castigo doble para esta basura!-

A Tomás lo lanzaron dentro de otra habitación igual de cúbica pero con murallas metálicas y negras iluminada por barras del neón más blanco que jamás había visto. Una decena de puertas rechinaron al mismo tiempo y un puñado de justicieros cubiertos por ropas blancas de cuerpo entero exceptuando sus achinados ojos entraron en hordas repitiendo diferentes frases y cargando mazos de espuma.
A Cecilia la rodeo un contingente similar sin duda todas mujeres y lo hicieron saber hablando fuerte y claro sus consignas mientras resonaban los mazos sobre sus manos. Estaban dispuestas a todo con tal de reprender a la ofensora. Al sonido de unas campanas comenzaron a llover los garrotazos mientras Cecilia estaba convertida en un ovillo indefensa en el gélido piso. Sus gritos de auxilio quedaban ahogados entre los disparos verbales de cada una de las “mujercitas” que con fuerza sobrenatural descargaban su ira.

“¿Acaso los hombres no lloran?
Las mujeres somos igual de fuertes que los hombres.
Es un prejuicio porque somos más sensibles.
En el mundo moderno nadie debería hacer distinciones de género de este tipo.
Ya no somos el sexo débil ¡hasta cuándo!”

Y llovían las consignas desde todas partes y desde ninguna

“Si no has estado en China no hables.
Discriminar un país, una nación con una burla ignorante merece condena.
¿Qué quisiste decir con ‘cómo chino’? ¿acaso el resto no trabaja o es que el recibir abuso es nuestra característica?
Nadie puede hablar así si no conoce nuestra verdad.
El trabajo forzado pertenece a un pasado de abusos y falta de leyes, una parte oscura de la historia que no es para la risa”

Y los relámpagos de espuma terminaban siendo golpes de puño y escupos en el rostro.

Ciento cuarenta golpes recibió Tomás de cada ejecutor, doscientos ochenta Cecilia por orden del policía de la sala de espejos, para luego ser retenidos un día completo dentro del salón oscuro para darles tiempo de reflexión y meditación en oscuridad y soledad total. Al día siguiente los sacaron a rastras dos policías idénticos y de blanco porque no se podían los pies por el abatimiento ni podían abrir los ojos por la vergüenza.

Antes de dejarlos partir, les marcaron sus identificaciones con una pequeña esvástica de tinta negra, la primera para cada uno, para recordarles a ellos y a los demás que habían incurrido en una grave e inolvidable falta.

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