Nota: Cada vez que leo este cuento me pregunto: ¿De qué psicodélico rincón de mi cabeza salió esta rara historia?

Sigue su camino y de pronto otro ser viene de frente hacia ella. Viene saltando y mirando hacia todos lados, sonríe al mundo y se viste de colores y flores y habla y grita y saluda ¡qué desborde de alegría! Me doy cuenta que los ojos de la nueva visitante están nublados, invertidos hacia su interior, por eso mismo es tan rebosante de dicha pues no conoce otro mundo sino el de ella.

La ciega se colocó frente a ella para pararla. Era como ver a una persona reflejada en un espejo con la cara de adentro hacia fuera, ambas estaban ahí pero una era solamente un reflejo.
Ambas se enfrentaron. Caminaron una en contra de la otra y apenas se toparon el poder absorbente, propio de los espectros del negro y el deseo de la soledad contenidos por la mujer que jala el suelo, comenzó a aspirar las piruetas de su reflejo trocado. Atiné a tratar de salvarla pero me detuve antes de intentar tironearla y es que la fuerza de la otra mujer es voluntariosa, testaruda, imposible, tiene el convencimiento de que debe vencer.
Hasta hoy veo como día a día la niña de los vestidos coloridos desaparece a pedazos. Y ninguna se da cuenta, la ciega que no ve al exterior, la cabizbaja que no ve más que el suelo. Y no tengo alternativa debo conformarme pues a la batalla sólo pueden entrar aquellos que apoyan a la mujer de la mirada distante. Es increíble lo sola que está la niña saltarina.
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