Nota: Cada vez que leo este cuento me pregunto: ¿De qué psicodélico rincón de mi cabeza salió esta rara historia?
Camina solitaria como siempre, nadie la nota, ella se esfuerza por no brillar. Tampoco ve a nadie, el lento pasar del suelo hacia su espalda es toda su visión. A veces se acercan otros a platicarle pero ella no siempre les responde, a tiempos los rechaza, en ocasiones los ignora, lo seguro sin duda es su mirada siempre igual y distante. Ella así lo quiere y dice que no lo quiere, se arranca la cabeza en ese debate sin dejar de jalar el piso porque avanzar es lo importante, con lágrimas o alegrías eso no importa. Pensé en detenerla, gritarle al oído ¡mira hacia el frente! pero es más poderosa que yo. Mi infinito temor a volverme un espectro errante por su culpa, caminando hacia el otro extremo de la avenida sin retorno, me hace pensarlo de nuevo y decidir tan sólo mirarla y hablarle de lejos. Somos espejos de cargas contrarias, nos reflejamos mutuamente y entonces vemos todo menos a nosotros.
Sigue su camino y de pronto otro ser viene de frente hacia ella. Viene saltando y mirando hacia todos lados, sonríe al mundo y se viste de colores y flores y habla y grita y saluda ¡qué desborde de alegría! Me doy cuenta que los ojos de la nueva visitante están nublados, invertidos hacia su interior, por eso mismo es tan rebosante de dicha pues no conoce otro mundo sino el de ella.
Es entonces cuando la dichosa y la cabizbaja se interrumpen sus caminos, se detienen frente a la otra. Son idénticas como venidas de la misma matriz. La niña colorida se dio cuenta de inmediato y ante tal descubrimiento reaccionó con sorpresa agradecida. Corrió alrededor de la mujer distante, la picoteaba con su dedo con cariño, buscaba su rostro para dedicarle una sonrisa. Pero su reflejo no le contestaba. Y siguió su camino, un jalón fuerte al piso y su trayecto reanudó.
La ciega se colocó frente a ella para pararla. Era como ver a una persona reflejada en un espejo con la cara de adentro hacia fuera, ambas estaban ahí pero una era solamente un reflejo.
La ciega se colocó frente a ella para pararla. Era como ver a una persona reflejada en un espejo con la cara de adentro hacia fuera, ambas estaban ahí pero una era solamente un reflejo.
Ambas se enfrentaron. Caminaron una en contra de la otra y apenas se toparon el poder absorbente, propio de los espectros del negro y el deseo de la soledad contenidos por la mujer que jala el suelo, comenzó a aspirar las piruetas de su reflejo trocado. Atiné a tratar de salvarla pero me detuve antes de intentar tironearla y es que la fuerza de la otra mujer es voluntariosa, testaruda, imposible, tiene el convencimiento de que debe vencer.
Hasta hoy veo como día a día la niña de los vestidos coloridos desaparece a pedazos. Y ninguna se da cuenta, la ciega que no ve al exterior, la cabizbaja que no ve más que el suelo. Y no tengo alternativa debo conformarme pues a la batalla sólo pueden entrar aquellos que apoyan a la mujer de la mirada distante. Es increíble lo sola que está la niña saltarina.
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