Rincón de los relatos
Decían que su pálido rostro
parecía venir de los más altos edificios sobre las plataformas flotantes de
Aería. Decían que en sus verdes ojos crecían extensos y prístinos prados del
mundo de arriba y decían que sus cabellos eran dorados porque el mismo sol
lanzó su luz directo hacia ellos. La leyenda de Ferina recorre las galerías
subterráneas de Sentra de cuando en cuando como símbolo de que incluso las
barreras más imposibles pueden ser traspasadas. Sin embargo, Ferina se creía no
ser más que una historia en los cuentos infantiles donde los niños nacidos en
las entrañas del planeta-ciudad podían soñar con ver la superficie y más aún,
llegar a ver los hermosos jardines de la ciudad de los cielos.
“Ferina nació en la última
caverna en que llegaba un halo de luz solar que se apagó luego de caer justo
sobre su cabeza liberando el ámbar en sus frágiles cabellos. Sus padres,
obreros de la sal, trabajaban día a día pensando que algún día podrían ser tan
afortunados como para poder enviarla a Surfís, la ciudad de la superficie.”
La leyenda permitía a los niños
conocer desde pequeños su posición en la implacable vida del planeta Sentra y
sus tres capas sociales.
“Al crecer Ferina, sus ojos se
tornaron verdes porque esa luz ínfima le permitió ver las copas de los árboles
en lo alto de Aería, la ciudad de los cielos.”
Usualmente los bellamente
ilustrados libros de la leyenda vienen con el dibujo de un enorme árbol frutal
en este pasaje. Desde hace cinco generaciones que la gente de las galerías
subterráneas aprenden lo que es un árbol con ese dibujo y hasta la muerte, solo
conocerán la versión de las frondosas hojas verdes con frutos rojos colgando
divertidamente de sus ramas.
“Nadie desconocía a Ferina, su
belleza era imposible en el submundo. Todos querían a Ferina, su ternura
parecía venir desde las nubes de agua más allá de la vista de cualquiera en Uterra,
la ciudad bajo tierra.”
Al llegar a esta parte no hay
niño que no mire al techo de sus casas. Darse cuenta que el suelo esta sobre
sus cabezas es el principal proceso social que un uterrano debe experimentar.
Ese es su límite, no hay fuerza que destruya esa barrera. Incluso los niños de
la superficie pueden mirar directo al cielo y soñar con éste pero la imagen de
lo ilimitado, lo infinito, no pasa más allá de las elucubraciones para un
uterrano.
“En su adolescencia, Ferina tenía
sueños. Sueños celestes. Sueños de un cielo sin fronteras, sueños de amplitud
eterna. Su pesadilla era despertar bajo el aroma tierra seca y metales pesados
encerrada en su pequeña casa al final de una de las laberínticas galerías del
subsuelo. No podía más, no lo soportaba, se jalaba sus cabellos dorados
implorándole al sol dejarle ver su rostro una vez más y entonces, en un
despertar, salió de su casa corriendo a toda velocidad con toda seguridad de la
dirección final.
Corría y corría y corría.
Kilómetros y kilómetros después
llego a una pared de sólida roca y gritó y gritó con tanta fuerza que agrietó
la muralla frente a ella y gritó y gritó y la tierra tembló, toda Uterra tembló
y toda Surfís tembló y las plataformas de Aería vibraron por los aires agitados.
Llovía en Surfís y con los brazos
estirados, Ferina recibió a la superficie sobre su cabello del cual empezaron a
creer hojas tan verdes como sus ojos y el rojo furia de su vestido se reveló
ante la luz de sol.”
En el clímax de la leyenda los
niños igual toman su tiempo en mirar sus uniformes cafés, estándar para la ropa
bajo tierra como si la gente se tuviera tanta lástima que prefiere mimetizarse
con su entorno a toda costa.
“Ferina siente en sus hombros la
vastedad del universo y mira hacia el cielo para encontrarla cara a cara. Allá
arriba divisó la más fantástica de las visiones. Las blancas plataformas
flotantes de Aería dejaban ver las mágicas aspas encargadas de limpiar el aire
contaminado del planeta y sobre ellas, sobre ellas las mansiones de las grandes
familias del planeta Sentra, rodeadas de verdes prados y hermosos y coloridos
jardines. En ese momento la lluvia cesa, los cielos se abren y el sol se deja
ver en toda su realeza aurea.
Ferina lo mira directamente, y lo
mira y lo mira hasta perder la vista por gastar los placeres de toda una vida
de visión a cambio de segundos de admirar al rey de los astros. Ni en la ceguera
total Ferina se sintió tan atrapada en la oscuridad como en las cavernas de su
hogar. Supo que jamás volvería y entonces corrió tan fuerte como pudo para dar
un salto para tratar de aterrizar junto al inmenso árbol de frutas rojas. Y lo
hizo, despegó del suelo está vez dejándolo bajo sus pies y en lo más alto de su
salto, un saeta de fuego atravesó su sien. Ferina se convirtió en la última
personas de las galerías que los surfisianos permitieron en su mundo, se
convirtió en la última en dejar atrás el mundo bajo el suelo.”
En la penúltima ilustración de la
leyenda, que acompaña a este párrafo, se ve a Ferina siendo asesinada por la
policía de Surfís cuya cólera contra los uterranos se manifiesta en ese simple
y certero balazo hacia la cabeza de la leyenda. Es ahí cuando los niños
aprenden que salir a la superficie es muerte y que la última vez que verán a
una mujer con los ojos verdes y los cabellos dorados será en el último dibujo
de la leyenda de Ferina.
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