Rincón de los Relatos

“¡Compatriotas!” Maximus Steel de
Mattelia, príncipe de los muñecos de acción, es un líder indiscutido y sus
palabras son sinónimo de sabiduría, fuerza y esperanza “¡no se dejen engañar
por sus caras tiernas y su relleno espumoso, vienen decididos a quitarles lo
que les pertenece!” dice apuntando a la caja de juguetes arrinconada al centro de
la pared adyacente “¡en sus articulaciones flexibles, en sus accesorios que se
venden por separado, está la fortaleza para vencer a esos animales de felpa!” el
mismo levantaba su metralleta hecha del mejor plástico que se puede producir en
Taiwán “¡qué no les tiemble la mano! ¡la caja es vuestra!”. Casi todo el
batallón de muñecos de acción salió corriendo al encuentro con los peluches en
el centro del campo de batalla. El resto, levantaba sus pistolas al aire para
prepararse a disparar.
Decenas de flechas plásticas con
succionadores en sus puntas volaron por los aires buscando víctimas de peluche.
El general Teddy, estratega de vasta experiencia, gritó “¡Kongo, Kongo!” y un
enorme gorila negro con el rostro sonriente y un corazón en sus brazos, salta
del batallón y coloca su espalda hacia el cielo para recibir todas las flechas
y proteger a sus compañeros. Veloces jirafas de espuma corrían hacia los lados
para atacar por los flancos pero desde el frente, intrépidos robots se
convertían en vehículos de guerra y rodaban su encuentro. Por el centro los
osos de peluche en una fila perfecta inflaban sus pechos para recibir los
primeros golpes y por detrás, los canguros enfilados para saltar por encima de
la protección para atacar desde arriba y por el centro Maximus y sus tropas
como lanceros en un torneo corrían con sus accesorios de armas plásticas con la
punta hacia delante para mellar la defensa contraria y por detrás las más
ágiles guerreras de la historia, conocidas como “las Bárbiaras”, y sus
múltiples funcionalidades serían un verdadero problema para los enemigos.
Cada paso bajo el piso alfombrado
de la sala, escenario de la guerra, les recuerda las consecuencias de la
derrota. El exilio en ese pantano infernal sería intolerable y bien valía
perder la vida por evitar aquello. Bien lo supieron los impulsivos canguros de
peluche cuyo salto solo significo recibir toda clase de golpes y maniobras de
las Bárbiaras, entrenadas en diversas profesiones y sin embargo no les fue
suficiente contra la incontrolada violencia contradictoria de los perros y sus
rostros amorosos y volaban por los cielos la espuma y los brazos desencajados y
las arengas de los líderes y el desfile de gatos peludos y monos acróbatas y superhéroes
articulados y robots de plástico rígido y la vorágine al centro de la batalla
llena de ¡clacs! por las partes desprendidas y ¡jasss! por las costuras
desechas. El número de valientes guerreros disminuía rápido al punto de quedar
tan solo unos cuantos luchando y luego dos, Maximus y Teddy frente a frente uno
sin sus pepas negras que hacían de ojos y el otro con la mitad de sus
articulaciones originales. Cansados, abatidos y sobretodo sobrecogidos por la
horrible imagen de la sala alfombrada repleta de la pestilencia del plástico
muerto, del género roído y de la transpiración y la sangre de los valientes.
Sin decir una sola palabra se
rindieron el uno ante el otro. Juntos se proclamaron faraones de la caja de
juguetes y con el tratado de paz firmado cada uno se repartió la mitad del
nuevo imperio. Solemnemente caminaron hacia sus dominios, escalaron hasta la
tapa y entraron cada uno a su mitad. El espacio dentro era enorme, el doble o
el triple incluso del que podía apreciarse desde afuera. Teddy y Maximus
miraban hacia arriba desde el fondo de la caja parados cada uno en su propio
extremo y no podían siquiera comprender lo inconmensurable de las tierras
legadas por sus victorias en el campo de batalla. Ambos pensaron que el espacio
sobraba, que muñecos y peluches pudieron vivir allí sin siquiera llenar la caja
hasta la mitad. Pero nunca lo dirían. Su imperio dependía de ello.
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