Rincón de los Relatos
“¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Avísame
si me escuchas… ¿alguien en casa?”
Aunque es imposible, él jura
escuchar el sonido. Metal contra metal. En realidad es la imagen del contacto
entre la pica y el mineral. Se imagina el ruido. Esas notas de guitarra
solitaria al principio, la voz suave del cantante esperando explotar en medio
de la canción. Se siente ahogado, entumecido, magníficamente bajo un manto de
agua, dulce, pura.
El corazón, el centro mismo de
la vida se ha ido y ahora soy una perla opaca, dura y tosca cuando es mis
mejores tiempos… sí… azul, llena de sueños y esperanzas de un mundo de paz, uno
eterno. Pero no fui capaz y ahora debo estirar mis brazos hacia la oscuridad
gélida y aterradora en busca del color perdido. Para devolver a los rostros de
mis queridos hijos el fuego de la vida que han perdido.
“No hay dolor, te estás
desvaneciendo. Una nave humeando en el horizonte… solo llegas en pequeñas olas”
Él levantó la vista y la vio
brotar del agujero. Había derrotado a la dura barrera de hierro del asteroide y
desde su centro, un centro acaramelado, un centro con la fuente de la
supervivencia. ¡Agua! Grita mientras manipula el tubo aspiradora que emerge
desde su nave para llevarse la mercancía. Cada mililitro del suculento botín es
un placer mil veces mejor que cualquier droga y cuando por la manguera corre el
líquido presuroso hacia su tanque siente cómo penetra hasta su estanque y
cierra los ojos imaginando humedecerse en una tina llena de agua hasta al tope.
“¿Te puedes poner de pie? Presiento
que está resultando bien, tanto que puedes continuar tu show, ¡vamos! ¡Es tiempo
de seguir!”
En mi superficie ya no es
posible sustentar la vida. Lo hicieron, lo lograron, soy una extensa planicie
de barro seco y fracturado. Cuánto rojo se ha derramado por un poco de
transparente y ya no se trata de bombas y balas ya no hay para eso. Niños
luchan con juncos muertos hasta dejarse paralizados, mujeres se golpean hasta
perder el aliento, hombres se pasan el día recogiendo piedras que ayer fueron
usadas para tumbar a otro. Es patético cuando se reúnen a esperar las naves que
en ocasión vuelven del espacio con sus tanques llenos de agua cosechada en
fríos campos rocosos. Elevan sus manos pidiendo piedad, perdón a un Dios que ya
se aburrió de las súplicas, entonces los pilotos abren sus compuertas y dejan
caer la lluvia vital y empiezan las pugnas porque ni en ese estado tan
desesperado dejan de sonar los cráneos aplastados ¡qué sonido tan macabro! ¡La
sangre a borbotones! ¡la piel desgarrada! ¡los brazos hechos trizas tratando de
agarrar con el puño un poco de agua y llevársela a la boca para retenerla ahí
por horas!
“Cuando era un niño, vi un
destello fugaz pasar por el borde de mis ojos… pero cuando me di vuelta ya se
había ido”
El piloto se queda con un poco
de agua para él y sin tocar suelo vuelve a elevarse para buscar más. Lleva años
yendo y viniendo en ese pedazo de chatarra móvil que no ha dejado de oler a
orina y a mierda y a transpiración y él mira sus manos sucias y su cuerpo con
escaras de mugre y sus pies negros y rostro triste, miserable. Desde que
recuerda nunca ha pisado suelo más que el oxidado metal de su nave extractora.
Nunca ha visto más que negro y gris, debe ser mudo porque nunca ha hablado,
debe ser uno de los últimos humanos porque nunca podrá interactuar con otro.
Sabe que es peligroso. La mitad está esperándolo en Tierra para acribillarlo
por un centilitro de agua y la otra para embestirlo con su nave hasta dejarlo
varado en el espacio para apropiarse de un suculento y mojado asteroide.
Me pensaron generosa, me
creyeron enorme. Me pensaron enorme, me creyeron infinita. Me pensaron
infinita, me creyeron inagotable. Se pensaron únicos, se creyeron invencibles.
Escupieron en mi piel su avaricia desmedida, su enervante ritmo taciturno me
volvió también melancólica y me hizo pensar en la vida como una sucesión de cosas
y eventos al azar sin sentido ni dirección, me convertí en una esfera girando a
lo loco, moviéndose sin rumbo. Era poderosa, era respetada por todo el universo
menos por estos necios autofílicos que se apoderaron de mi prestigio. Les di
todo y ya no puedo más. Estoy helada por dentro, seca por fuera. Ya no puedo
respirar. Mis preciosas montañas ahora son líneas planas, negras. Un silbido agudo
y constante emerge por mis grietas adormecidas. Un par de naves regresan. Es
darle sangre a gotas a un hombre que le han cortado los brazos y las piernas.
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