Seis
pistas en un anillo de ingeniería impecable rodeando la ciudad, dieron a la población
la arteria necesitada. Autos ansiosos y veloces por las mañanas, líneas blancas
y rojas por las noches como tributo a quienes queremos imitar desesperadamente.
No importa donde se viva o trabaje todos quieren deslizarse sobre la autopista
aunque sea por un tramo corto porque sentir esa emoción de grandeza, de
pertenecer a la modernidad, de superar los límites de velocidad. Tanta ha sido
la demanda por correr sobre ella que el ingenio urbano alargo la autopista dos
pistas más a cada lado.
Se
calcula la nueva velocidad promedio en 10 kilómetros por hora más que con la
versión de seis pistas no sin advertir un incremento en su número de usuarios.
¡Qué ciudad tan moderna! Gritan los motores de los autos que han optado por
recorrer el anillo completo solo para sacar en cara a los que no lo han hecho
¡Recorrí el anillo completo ayer, más rápido que nadie! Dicen los más
arrogantes y ante ello no queda otra. Salir a la autopista a dar una vuelta
completa dejando atrás un halo enrojecido y furioso y mientras más larga esa
cola mayor es el éxito y ¡mi haz medía 20 metros! ¡dejé la pista marcada con
rojo!
Como
obligación descongestionante se actualizo la ruta circular hasta tener 20
pistas en total lo que ha opinión de expertos debía ser suficiente. Sin embargo
era un pensamiento miope, desinformado a lo menos. Se contaban en la ciudad al
menos treinta escuelas de conductores especializadas en manejo en autopista,
diez manzanas de talleres dedicados a mejorar desde motores a neumáticos
exclusivas para su uso en velocidad y al menos tres mil empleos en torno a la
industria del manejo en veinte pistas desde vendedores de adornos para los
haces de luz roja hasta concesionarias importadoras de autos para carreteras.
La
ciudad se convirtió en un modelo económico para todo el mundo, la meca de lo contemporáneo
y la vanguardia financiera sin duda sostenido por las impresionantes cincuenta
pistas de la autovía. Mientras unos venden productos y servicios dedicados a
los intrépidos choferes de la autopista los otros se dedican a conducir sobre
ella. A más de doscientos kilómetros por hora en promedio los mejores pilotos,
por ende la elité de la ciudad, son capaces de dar unas cincuenta vueltas al
día. Pronto la autopista se convirtió en el hogar de muchos al poder establecer
sistemas de conducción las veinticuatro horas y gracias a los ingeniosos
inventores de las bombas móviles de combustible.
La
ciudad se volvió una autopista, una enorme, inconmensurable obra urbana de quinientas
pistas donde todo ocurre. El equilibro es posible porque nada se detiene, nadie
se detiene. No para comer gracias a los autobares ni para dormir pues los
movihoteles y casasrápidas son soluciones espectaculares hasta los desadaptados
han descubierto formas para robar carteras de un auto a otro en movimiento. Se
han visto vehículos incendiarse y apagarse sin bajar un decímetro por segundo
su velocidad porque los bomberos de la circulación son infalibles y se destacan autos con grandes pantallas para quienes deseen ir al cine o
camionetas con piscina para aquellos de vacaciones. Mientras en el día las
agujas se mantengan al tope y las luces blancas y rojas dibujen la noche la
ciudad podrá seguir creciendo y sus habitantes sonriendo.
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