Rincón de los Relatos
Dio
cuenta de su poder a la corta edad de seis años a la hora de receso un día
normal de clases. Todo transcurrió normal durante los quince minutos del recreo
hasta que la campana obligaba a todos a devolverse a las salas con la sensación
eterna de los fugaces de esos minutos comparados con los eternos frente a la profesora Zúñiga. Estaba a unos metros de entrar a la sala cuando un fulminante pelotazo
le revienta la testa y lo manda de bruces al suelo mientras sus compañeros
tomaban aire para reírse a carcajadas. Fue un momento que nunca en su vida
olvidaría aunque no por ser las primeras burlas de sus amigos.
No fue ahí cuando vivió su primer evento sobrenatural sino al día siguiente cuando recién llegaba al colegio. Al acercarse a la puerta de la sala se da cuenta cómo vuela una pelota a toda velocidad hacia la cabeza de un compañero que le da la espalda a metros de entrar a la sala. Reaccionando, él grita “¡cuidado!” pero el balón igualmente se desdobla para ajustarse a la ergonomía del rostro de su víctima la que cae tan fuerte que levanta polvo del suelo. Ríe sabiendo que el nuevo incidente borraría el suyo, pero en cuanto lo ve levantarse y sobarse la nuca es su propio rostro compungido por el dolor y la vergüenza quien lo mira y luego se desvanece como espejismo desértico. Más risas causó en sus pares ahora que lo vieron gritándole a un fantasma que tuviera cuidado con el aire que venía a golpearlo.
De ahí
en adelante le pasó varias veces, en diferentes horarios y desde ángulos
diversos. Una y otra vez se veía a sí mismo recibir ese pelotazo que lo cambió
todo como si le hubiera apretado algunas clavijas en su cerebro activando esas
visiones extrañas. Nunca se lo dijo a nadie, ni en esa época ni ahora, mantuvo
sus visiones en secreto sabiendo que terminaría frente a un sujeto con barba de
chivo preguntándole una y otra vez por las mismas manchas, enjualado en una habitación de piso y paredes blandas y acolchadas. En vez de eso se
enfocó en aquella visión todos los días, apartándose del resto en cada
oportunidad para intentar llamar desde su mente al momento en que ese balón de
fútbol cambió su vida.
Hasta
que lo logró con control total. En su mente lo sentía como una perilla de radio
que giraba para retrasar el tiempo y verse a sí mismo en
otros momentos siempre que fuera en el mismo lugar donde él estaba. Cuando giraba la
perilla el tiempo volvía atrás frente a sus ojos tal película siendo
rebobinada, a la velocidad que dictaba y detenía la visión a su antojo. El
pasado se transformó en una ventana abierta que desde entonces ha utilizado
para su propia ventaja sin que nunca nadie sepa con la única limitante que solo
regresa a momentos en que él ha estado en el lugar actual.
Comenzó
a ser extrañamente brillante en el colegio. Nunca sacaba menos de la nota
máxima porque, según sus compañeros, poseía una memoria maravillosa y nunca
olvidaba lo relatado por los profesores en clases. Empezó a tener fama con las
mujeres pues nunca se le iba de su mente un solo detalle de sus gustos,
anécdotas y hasta la tenida usada en la primera cita y esto último se
convertiría en su fetiche cronológico favorito al punto de concertar todas sus primeras citas en el mismo café con tal de poder recobrarlas todas en un solo lugar. Amaba recordarlo todo. Recordar la mesa donde él y su cita se sentaban y la hora
exacta de la reunión, la ropa que ella llevaba, las órdenes de cada uno, la
conversación que tenían y cualquier detalle anecdótico aunque fuese minúsculo,
el color del pelaje de un perro vago, las manchas en el delantal de la mesera,
la ambulancia ruidosa pasando por la calle, el niño llorando, la mesa coja, la
temperatura del día, el plato del menú que estaba agotado hasta jugaba a
recordar la cantidad de sobres de sacarina puestos en la mesa o los milímetros
que faltaban a la vela para derretirse por completo. Eso hasta Camila.
La
mujer perfecta, hecha a su medida y él a la de ella. Se convenció de que la
primera cita con ella sería la última a recordar por el resto de su
vida y en esta convicción se la aprendió de memoria hasta el detalle más
absurdo y una vez a la semana regresaba solitario al café, esperaba a la mesa de
siempre desocuparse y se sentaba donde mismo se sentó en esa primera cita,
giraba la perilla y volvía a ver a Camila, a sus cabellos rojos cayendo diez
centímetros más debajo de su cuello, sus lentes burdeos ladeados exactos siete
grados hacia la derecha, el pollerón azul con capucha… los ciento treinta y
tres gramos de azúcar en su contenedor, las catorce bolsitas de té en la cajita
del centro… un auto y su bocina cinco minutos y seis segundos después que
Camila colgó su bolso a su lado izquierdo en el respaldo de la silla.
Repitió
lo mismo semana a semana hasta cumplirse cuatro años, el día antes de su
matrimonio con la certeza que sería su última visita a esa visión pasada. Una
especie de despedida antes de casarse con la mujer de su vida. Entonces se
sentó donde siempre y se concentró en girar la perilla mental para regresar al
primer café con Camila. Cuando el tiempo retrocedió lo hizo de una manera
inusual, demasiado rápido, tanto que solo distinguía figuras borrosas en
movimiento. Asustado detuvo rápidamente el viaje deteniéndose en un punto no
calculado con la sola seguridad que se trata de un momento de su propio pasado
en ese café. Y ahí estaba, en la mesa frente a él con una mujer que no era
Camila. Una de sus primeras citas anteriores dedujo con innecesaria nostalgia.
Había
un serio problema. No recordaba a esa mujer lo cual le parecía imposible. Se
puso de pie para mirar más de cerca el rostro de su cita pero no fue eso lo que
paralizó sus nervios, fue la vista de él mismo con un aspecto distinto. Una barba
a medio afeitar que nunca había llevado y una chaqueta de cuero que jamás se le
hubiera ocurrido comprar. Cuando su fantasma sacó el celular del bolsillo se
puso rápidamente tras él para observar la fecha. Un año, un año y un poco más
después de hoy. No podía creer a sus ojos, a su ¿memoria? ¿estaba en un sueño
tal vez? no, no, estaba rodeado por el mundo real, por el hoy, por gente
mirando de reojo y riendo en silencio al verlo observar con tanta detención una
mesa vacía. Su yo alternativo guardó el celular en el bolsillo poniéndose de
pie, despidiéndose de su cita y yéndose del café y junto con ello el final de
esa visión inexplicable ¿el desvanecer de su propio futuro?
Tratando
de contener la calma volvió a su mesa, tomó el resto de su café de un sorbo y
exigió otro de inmediato. Su mente estaba diferente, lo sintió de inmediato.
Con una impresionante facilidad concentró su sentido especial en esa imagen
posterior y giró la perilla de una manera que él sabía con certeza lo llevaría
hacia ese futuro y como si siempre hubiera tenido el poder de viajar hacia adelante se dejó llevar con tranquilidad aunque no bastó más que un pestañeó porque
aquella primera cita era su siguiente.
Fue
testigo de toda la reunión romántica. Para su molestia nunca mencionó a Camila
y tampoco llevaba un anillo al dedo. Cualquier rastro de la existencia del amor
de su vida se habrá esfumado para esa cita y ningún detalle de la conversación
revelará que pasará con ella. Su cita, una tal Rebeca que jamás ha visto en su
vida. Rebeca tendrá el pelo negro, liso y caído hasta rozar sus hombros,
usará un vestido verde escotado que le llegará hasta casi las rodillas, muy
veraniego y que calzará muy bien con las chalas de amarras cafés en sus pies.
Ella le hablará de sus gustos por la música indie y sus viajes por Perú y
Colombia, él le responderá con sus experiencias viajeras en Uruguay y Brasil un
tema que los va a tener entretenidos toda la jornada y tanta trivialidad no le
convenía a su yo espectador quien estaba empecinado por averiguar más sobre Rebeca.
Para la
décima vez que era espectador de la cita, ya viendo y escuchando tranquilamente
desde su propia mesa con mayor serenidad comenzó a rendirse y a repetir la cita
de manera automática frente a él esperando algún momento de iluminación,
cualquier cosa con tal entender quién será Rebeca y qué pasará con Camila.
El café
llegó a su hora de cierre sin respuestas y tuvo que irse mientras dejaba atrás
a Rebeca entusiasmada hablando sobre sus aventuras en Bogotá. A la mañana
siguiente estaba perdido en el futuro convenientemente interpretado como
nerviosismo por sus amigos que al alba fueron a buscarlo a su casa y a sacarlo
en andas como parte del ritual prenupcial convenido.
Pero nada lo sacaba de su obsesión por lo venidero. Mientras lo conducían camino a la iglesia se concentraba en girar la perilla
hacia delante tratando en vano de ver si por esas mismas calles pasará alguna
vez junto a Rebeca.
“Está
como ido” reían sus amigos “muerto de susto, se va a arrepentir” se decían
entre ellos al momento de bajarlo del auto cual ebrio a punto de desfallecer. “¡Mi
amor! ¡Mi amor!” llegaba corriendo a verlo y abrazarlo fuera de toda convención
de verse solo hasta la ceremonia. “Te vez estupendo” dijo con una voz que no le
conocía, entonces levantó la vista y frente a él, Rebeca, que lo iba a saludar
en ese mismo lugar cuando vayan a casarse. Despertó un poco de su letargo pues
debía esforzarse por omitir ese evento espectral frente él disgustado por el pésimo momento para que la perilla temporal funcione. Inesperadamente Rebeca se
lanza sobre él y lo abraza con fuerza, un abrazo real. Espantado la aparta de un golpe dejando
a todos en silencio. “No puede ser” dice en voz alta “tú no eres real” exclama
al borde del colapso cayendo sentado al piso.
“Claro
que lo soy amor mío solo estás nervioso” Rebeca se desdobla y desde ella emerge
la imagen de Camila con un vestido blanco y rostro furioso “¡sabes que no
puedes verme antes de la boda es de mala suerte!”
“¿Estás
bien amor? ¿esos dolores de cabeza otra vez?” Rebeca lo toma del suelo pero
sus brazos atraviesan su cuerpo.
“¡Ya
hombre componte!” el hermano de Camila lo toma al unísono y junto a Rebeca lo
levanta.
“Tal
vez necesites una pastilla, ve al baño, tranquilo no te preocupes por mi” le dice
Rebeca comprensiva mientras ella lo toma en sus brazos y su cuerpo deja pasar
en banda los brazos del hermano de Camila.
Estaba
en un limbo, la perilla rotaba sin control de un lado a otro cansada de su
continuo ir y venir quedando suelta y libre pero aún conectada a la mente.
Habían dos mundos conviviendo al unísono alternándose entre presente, pasado y
futuro y con él entremedio de la confusión sin saber ya cuál tiempo correspondía y se dejó
llevar por manos y voces que de pronto eran reales y de pronto espectros de una
época irreconocible.
“¿y tú
Camila, lo aceptas a él como tu esposo?” su cabello cobrizo y su mirada
intelectual dijeron “¡Sí!” al unísono en un convencimiento digno de la
eternidad.
“¡Acepto!”
contestó Rebeca con su sobrecarga de entusiasmo y energía.
Se
inclinaron para besarlo y sus labios se juntaron al mismo tiempo y con la misma
realidad en los labios de él en un momento imposible de determinar.
“¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!”
Gritó aterrado antes de desmayarse y caer. Rebeca y Camila intentaron agarrarlo
para evitar el golpe en el suelo pero su cuerpo pasó entre los brazos de ambas
como si no estuviera en tiempo alguno.
Le
encanta volver a la primera cita, a la primera que tuvo en ese café con una tal
Berni. La imagen de él, diez años más joven y una su cita de la misma edad está
al centro del mundo mientras él camina alrededor de ellos dándole consejos a su
yo anterior sobre qué hacer.
“Eso”
le dice “ahora mírala y no digas nada… ¡bravo hombre, ya la tienes!” sin dejar
de caminar alrededor de la mesa de café.
De vez
en cuando cojea un poco debido a lo blando del piso. Le parece que estuviera
caminando sobre un piso de almohadas y a veces jura que las paredes del local
las han cambiado por un terciopelo blandísimo. Es incómodo pero con el tiempo
ha aprendido a ignorarlo.
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