Rincón de los Relatos
Tuve un
sueño sobre una ciudad. Atropellada por el crecimiento y la ambición de sus
habitantes no le quedó alternativa más que mirar hacia el cielo y a un ritmo
demencial destruir las pequeñas plantas de altura rasa y sembrar nuevas de gran
altura. Los granitos de cemento miraban asustados cómo la vista se tornaba
brumosa de tanto subir, las ventanas siempre con una vecina de al frente
pasaban sus días cotorreando indiscreciones de las tímidas puertas renuentes a
salir de los interiores. Avanzaba como una cámara rápida tratando de alcanzar
el tiempo relevante donde todo estuviera terminado y eso mareaba a las jirafas
metálicas cuyos cuellos, sin embargo, ni se inmutaban al levantar pesados
bloques hasta un piso indicado con tres cifras.
Al
terminar la obra como arañas las personas subían a ocupar sus lugares ya
designados y tendían sus hilos marcando territorio deseosas de ocupar el
siguiente ovillo en otra habitación todavía más alta porque el deseo no paraba
ahí, porque más allá se construye algo mejor y mucho más alto. Tanto
alimentaban a la ciudad que sus edificios no solo crecieron hacia las alturas,
también engordaban sin control. Desde niños comiendo chatarra y grasas, codicia
y deudas, nunca les enseñaron que todas las desgracias vienen con la
prosperidad descontrolada y fue entonces cuando de pronto me vi parado en las
calles de esa ciudad. Entre decenas de edificios cuyas últimas moradas no
alcanzaban a verse con la vista.
A mi
alrededor las personas caminaban con lentes de sol, literalmente, gafas amarillas
que simulaban un día soleado, otros con quitasoles invertidos y los más
creativos con linternas colgando de cintillos en sus cabezas todo con tal de
sentir un poco del astro rey porque hasta a él lo opacaron esos deseos de
rascar el cielo con piscinas en altura. Cansado de estar sumergido en esa fría
tiniebla de concreto le compré a un vendedor ambulante uno de esos anteojos
solares y se sintió como estar tomando café con sacarina, refrescarse con aire
acondicionado, escuchar un sintetizador, acariciar un gato de peluche. En fin,
creo que nos hemos preparado de a poco para una vida de sucedáneos y el sueño
termina cuando me parece mucho más cómodo andar con gafas amarillas que caminar
bajo el inclemente sol de verano.
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