A Marisol
Éste es otro de esos días monótonos y simples en los que sé que no
estoy ni estaré con ella. Miro mi reloj al salir de casa y como todos los días
debo caminar unos quince minutos antes de llegar a la estación del metro en una
marcha de anticipación sin la esperanza de liberarme de los apretones y empujones
del servicio de fletes público. La
lluvia que anticipé con mi paraguas se detiene ya dos cuadras avanzado justo cuando es
demasiado tarde para devolverlo a casa. Todo me distrae esta mañana en un intento casi inconciente por alejar mi mente de las horas sin ella. Por
largo rato veo a unos perros enloquecidos con las ruedas de los autos sobretodo de las motos y tratando de entender su fijación yo mismo me encuentro
vigilando las ruedas, fijándome en cómo ruedan cada vez más rápido, fascinado
con ese efecto óptico que hace parecer que se detuvieran para luego girar
marcha atrás y quizás los perros las siguen porque ese fenómeno les pone la
curiosidad de cabeza. El viento arrecia llevándose cada vez más hojas de otoño consigo. Pasmado quedo mirando las figuras que hacen antes de llegar al suelo,
jugando a adivinar dónde caerán, intrigado por las extrañas curvas de descenso.
Como si no fuera poca distracción las calles de mi barrio están atestadas de
grúas constructoras que comienzan a funcionar a esta hora y es un gusto verlas
girar, levantar, tronar y la cabina está tan lejos de vista, hacen parecer a las
grúas entes independientes, gustosas de levantar edificios aunque les
signifique esfuerzo. Son niños mecánicos levantando piezas de un juguete
armable ansiosas por verlo completo y una señora sentada en una banca teje un
chaleco con lana de oveja observando la construcción pensando tal vez lo mismo
que yo. Fácilmente desvió mi mente soñando despierto pienso en mi siguiente
historia, pasan brujas y princesas en un enredo clásico cuando me
doy cuenta de que quizás se me ha hecho irreversiblemente tarde para marcar mi
entrada al trabajo. Pero mi reloj ha avanzado solo unos cuantos minutos y pareciera
alivianar su marcha. Quiero recordarla. Si no la voy a ver hoy al menos viajar
hacia la última vez que la vi, que tome sus manos, que besé su rostro, el
tiempo lento, lento, casi al borde del colapso, que la abrasé, que sentí su
cuerpo cerca del mío.
El
tiempo ya no aguanta tanta lentitud. Se detiene por un momento
imposible de medir y comienza a retroceder. Las agujas en los relojes se resisten
al principio pero se rinden pronto al entender las razones de la anomalía y
todo va hacia atrás, los antónimos y lo contrario el mundo se puebla de ello y
las nubes absorben agua desde el suelo los autos corren obsesionados detrás de
los perros las hojas escalan los árboles el sol que va hacia el oriente las
princesas besan a los príncipes para convertirlos en sapos las brujas deshacen
los conjuros para devolver las uñas a los gatos las ancianas tejen chalecos
para las ovejas mientras las grúas desarman edificios y un sonido del tiempo
rompiendo la barrera de la lógica hasta que al fin algo familiar. Es ella
caminando entre la lluvia ascendente con un paraguas colgando de sus pies para
no mojarse y cada vez más cerca me sonríe y me dice “nos veremos muy luego” y
me saluda de un largo abrazo, su perfume sale de mis narices “no te vayas tan
pronto” le digo y responde “me quedaría más tiempo pero debo irme” es ahí
cuando el sonido de una grúa destripando concreto y los árboles agarrando hojas
de vuelta me recuerda que estaremos juntos hasta cuando nos volvamos a saludar. “Hola,
esperaba tanto verte” las ancianas tejen chalecos “nos queda mucho tiempo para
estar juntos” las nubes comienzan a llover.
1 comentario:
Fue un grato diambular por el inconciente conciente del diario vivir. Del hacer y deshacer.....el sentimiento.
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