Rincón de los Relatos
Todo es
metálico y huele a humo. Edificios altos de cristal, opacos, está de día pero
el sol ya escondido. Una mujer de pelo lacio baja de un avión escarlata y de
golpe me encuentro adentro despegando directo hacia el cielo despejado.
Realidad.
Otra
escena del crimen: un hombre muerto a balazos en la calle a las siete de la
mañana. Apenas esté acordonada el área con cinta amarilla seguro apareces en
primera fila micrófono en mano gritando preguntas a ver si alguno de nosotros
se apiada. Te va a interesar porque viendo la cara de la víctima es un
político, conocido, extraño homicidio en circunstancias más bien habituales. No
te he visto pero sé que ya estás aquí.
Doy
vuelta la mirada a nuestro público y adiviné bien. Incisiva pero de sonrisa
dulce en un rostro que más bien revela desesperación por conseguir una cuña. Me
acerco a responderte, conversamos unos minutos sobre el pobre baleado y me
pasas tu tarjeta con un guiño y un gesto coqueto de tu mano jugando con tu pelo.
Terminada mi jornada en la escena marco tu número y me dices “sabía que me ibas a
llamar” y quedamos de acuerdo en juntarnos en un café.
Realidad.
Me
levanto luego de verificar los 5 balazos que mataron al político y observo el
tumulto de gente que siempre está mirando. Y ahí estás colgada de la cinta amarilla y micrófono en mano con tu
siempre fiel camarógrafo detrás. Te das cuenta que te estoy mirando y
aprovechas para llamar mi atención segura de que con un par de respuestas
lograrás cumplir tu misión. Años en este empleo son suficientes para saber que
tu hombre cámara es también tu compañero de vida.
En un
segundo veo la Tierra desde arriba como en esas fotos donde los astronautas ven
el planeta desde una estación espacial. Recuerdo entonces el sol perdido y
dirijo el avión escarlata hacia donde yo estoy seguro lo voy a encontrar. Tengo la
sensación que pasa mucho, mucho tiempo hasta que al fin veo los hilos de fuego
que saltan de un lado a otro sobre la superficie del astro rey.
Realidad.
Me
reconoces, investigador y reportera del crimen siempre se toparán. “La víctima
es un varón de unos 35, aún no podemos corroborar su identidad” te respondo
mecánico y me preguntas de la misma forma “¿alguna hipótesis sobre lo
sucedido?” Entre formalidades y lugares comunes la entrevista termina, bajas el
micrófono y haces apagar la cámara. Al no ser completos desconocidos me preguntas
por mi vida, te pregunto por la tuya y me deseas un buen día.
Tu
aroma proviene de tus labios color guinda de pronto el aroma del sol y del
espacio. Aparezco descansando cubierto por la sombra bajo un árbol en un gran
parque, acalorado por el mismo sol que hace poco trataba de visitar y envuelto
por el mismo calor frutal que llenaba mi avión.
Fantasía.
Nos
encontramos en el café pero en vez de unos capuchinos le exigimos al mozo un
par de copas de vino porque el hombre que tocaba acordeón nos hace sentir como
en París y cómo no estar a tono. A la tercera ronda perdemos la cuenta y logras
que te cuente detalles sobre los homicidios más bizarros que he investigado y
cambio me haces reír con tus aventuras bajo las lacrimógenas en protestas y las eternas esperas por cuñas de tres palabras.
Sueño.
Estoy
solo y estás tú también, en cada rincón de mi imaginación. Cierro los ojos en
un acto de conciencia dentro del sueño, queriendo vivirlo más a fondo, estar
contigo un rato más porque retumba un tic-tac en el suelo, pequeños temblores
avisando que pronto la alarma del reloj hará un escándalo ineludible.
Le
revuelves el pelo a tu novio camarógrafo y se alejan hacia la camioneta del
canal. Me devuelvo al centro de la escena para recoger el maletín con todas las
muestras y rastros rescatados y entonces me dirijo a la camioneta de la unidad ya
pensando en la utilidad de las pruebas a procesar. En un descuido me tropiezo justo con la
médico forense antes de subir al auto y me señala “dicen que tienes algo para mí”
le indico el cuerpo cubierto en una sábana plástica y le digo “un hombre como
de mi edad, lo acaban de acribillar a balazos” y me mira desencantada “podrías
tenerme alguna novedad para variar”.
Fantasía.
Cuando
vamos camino a mi auto vas haciendo bromas en el camino, entre porque es tu
personalidad y porque así tu mareo pasa desapercibido. Parecemos niños jugando
por la calle, empujándonos y riendo a carcajadas, tú ya que te diviertes
recordando la primera vez que me entrevistaste y lo nervioso que me puse y cómo
gozas recordando haberme puesto en vergüenza. Manejando hacia tu casa nos vamos
cantando la fiestera música de esas radios para dos e insistes en que yo sé
dónde vives, que ese es mi trabajo. Sin recordar intermedios te abro la puerta
de mi auto y te vas cantando a tu departamento. La mejor noche que he tenido en
meses.
Despierto
en mi cama recordando el día anterior, recordando haberte visto y sentirme un
poco más feliz sólo por eso. Sol con sus hilos de fuego escapando del centro. Compañera
de acordeones y vino. Reportera en mis escenas del crimen.
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