OCACIONALMENTE ALGO INTERESANTE

viernes, 28 de agosto de 2015

Adormecida

Rincón de los Relatos

“¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Avísame si me escuchas… ¿alguien en casa?”
Aunque es imposible, él jura escuchar el sonido. Metal contra metal. En realidad es la imagen del contacto entre la pica y el mineral. Se imagina el ruido. Esas notas de guitarra solitaria al principio, la voz suave del cantante esperando explotar en medio de la canción. Se siente ahogado, entumecido, magníficamente bajo un manto de agua, dulce, pura.

“Relájate… necesito algo de información, nada más algo básico… ¿dónde te duele?”
El corazón, el centro mismo de la vida se ha ido y ahora soy una perla opaca, dura y tosca cuando es mis mejores tiempos… sí… azul, llena de sueños y esperanzas de un mundo de paz, uno eterno. Pero no fui capaz y ahora debo estirar mis brazos hacia la oscuridad gélida y aterradora en busca del color perdido. Para devolver a los rostros de mis queridos hijos el fuego de la vida que han perdido.

“No hay dolor, te estás desvaneciendo. Una nave humeando en el horizonte… solo llegas en pequeñas olas”
Él levantó la vista y la vio brotar del agujero. Había derrotado a la dura barrera de hierro del asteroide y desde su centro, un centro acaramelado, un centro con la fuente de la supervivencia. ¡Agua! Grita mientras manipula el tubo aspiradora que emerge desde su nave para llevarse la mercancía. Cada mililitro del suculento botín es un placer mil veces mejor que cualquier droga y cuando por la manguera corre el líquido presuroso hacia su tanque siente cómo penetra hasta su estanque y cierra los ojos imaginando humedecerse en una tina llena de agua hasta al tope.

“¿Te puedes poner de pie? Presiento que está resultando bien, tanto que puedes continuar tu show, ¡vamos! ¡Es tiempo de seguir!”
En mi superficie ya no es posible sustentar la vida. Lo hicieron, lo lograron, soy una extensa planicie de barro seco y fracturado. Cuánto rojo se ha derramado por un poco de transparente y ya no se trata de bombas y balas ya no hay para eso. Niños luchan con juncos muertos hasta dejarse paralizados, mujeres se golpean hasta perder el aliento, hombres se pasan el día recogiendo piedras que ayer fueron usadas para tumbar a otro. Es patético cuando se reúnen a esperar las naves que en ocasión vuelven del espacio con sus tanques llenos de agua cosechada en fríos campos rocosos. Elevan sus manos pidiendo piedad, perdón a un Dios que ya se aburrió de las súplicas, entonces los pilotos abren sus compuertas y dejan caer la lluvia vital y empiezan las pugnas porque ni en ese estado tan desesperado dejan de sonar los cráneos aplastados ¡qué sonido tan macabro! ¡La sangre a borbotones! ¡la piel desgarrada! ¡los brazos hechos trizas tratando de agarrar con el puño un poco de agua y llevársela a la boca para retenerla ahí por horas!

“Cuando era un niño, vi un destello fugaz pasar por el borde de mis ojos… pero cuando me di vuelta ya se había ido”
El piloto se queda con un poco de agua para él y sin tocar suelo vuelve a elevarse para buscar más. Lleva años yendo y viniendo en ese pedazo de chatarra móvil que no ha dejado de oler a orina y a mierda y a transpiración y él mira sus manos sucias y su cuerpo con escaras de mugre y sus pies negros y rostro triste, miserable. Desde que recuerda nunca ha pisado suelo más que el oxidado metal de su nave extractora. Nunca ha visto más que negro y gris, debe ser mudo porque nunca ha hablado, debe ser uno de los últimos humanos porque nunca podrá interactuar con otro. Sabe que es peligroso. La mitad está esperándolo en Tierra para acribillarlo por un centilitro de agua y la otra para embestirlo con su nave hasta dejarlo varado en el espacio para apropiarse de un suculento y mojado asteroide.

“El niño ha crecido, el sueño ha terminado… y me he vuelto cómodamente adormecida”

Me pensaron generosa, me creyeron enorme. Me pensaron enorme, me creyeron infinita. Me pensaron infinita, me creyeron inagotable. Se pensaron únicos, se creyeron invencibles. Escupieron en mi piel su avaricia desmedida, su enervante ritmo taciturno me volvió también melancólica y me hizo pensar en la vida como una sucesión de cosas y eventos al azar sin sentido ni dirección, me convertí en una esfera girando a lo loco, moviéndose sin rumbo. Era poderosa, era respetada por todo el universo menos por estos necios autofílicos que se apoderaron de mi prestigio. Les di todo y ya no puedo más. Estoy helada por dentro, seca por fuera. Ya no puedo respirar. Mis preciosas montañas ahora son líneas planas, negras. Un silbido agudo y constante emerge por mis grietas adormecidas. Un par de naves regresan. Es darle sangre a gotas a un hombre que le han cortado los brazos y las piernas.

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