Rincón de los Relatos
Te espero
en la estación de trenes ubicada justo en medio de la ciudad. Me entretengo
mientras con el ajetreo, los ruidos, luces, edificios y tráfico, las posibilidades de vivir la metrópolis en todas sus
facetas y vieras las fiestas por las noches y las caravanas multicolores por los
días. Nada más impresionante que los enormes focos de luz que disparan al cielo
a todas horas, atraviesan las nubes, el firmamento. Solo quiero que llegues
pronto y podamos compartirlo.
Cinco
kilómetros alejado del centro, te espero en la estación de trenes perimetral y
aún no llegas. Los andenes no se ven tan colmados de gente pero suficiente para
distraerse, caminar alrededor y conversar con los viajeros yéndose y llegando.
De noche se ven las luces reflejadas hacia el cielo de la estación del centro, una inspiración nocturna para los vigilias trasnochados, acá nos dedicamos a sentarnos mientras alguien canta tocando guitarra sin dejar de mirar los luceros elevarse y burlarse del cielo.
En la
estación en una zona urbana de la capital espero tu llegada, tu tren aún no aparece. Se ve poco
público y por ende, trenes con frecuencias más distanciadas. Los días son
curiosamente más calurosos y como la estación no es techada es un infierno
esperar al sol y sin otro escape me refugio en la pequeña cafetería donde una
señora anciana te ofrece siempre lo mismo, café y pastel de limón. Por las noches
el silencio local es total, tanto que se puede escuchar el rasgueo de la
estación perimetral y cómo ayuda a pasar un poco más rápido el tiempo. Un tipo
que todos los días viene a vender sombreros me regaló unos binoculares para ver
las luces de la estación central incluso desde tan lejos.
Una plataforma rural a alguna distancia de la ciudad y tu tren, todavía no
llega. La mayoría del tiempo estoy solo en el único andén de lo que apenas es
una estación: un par de rieles y un letrero con el nombre que ya no se lee. Los
días son por poco eternos. Para un lado y otro son los mismos árboles otoñales
dispuestos en un terreno más bien árido, no arenoso pero como de tierra sobre
roca. Por las mañanas me llega el tenue aroma del café caliente y el pie de
limón que ahora extraño y por las noches no sé si es ilusión o realidad los
sonidos de cuerda que escucho casi invisibles. De las luces ni hablar, me paso
todas las noches buscándolas a máxima óptica con los binoculares y nada.
Muchas
veces me encontré viendo los rieles y la noche llegando sin que cambiara nada
realmente. Sin embargo, el día nublado de hace unas cuantas mañanas fue un
cambio afortunado porque en los blancos algodones se reflejaron mejor las luces
de la ciudad hasta entonces a mis espaldas y me di cuenta que prefiero quedarme con esa
vista, incluso de día, incluso despejado, imagino la ciudad, las luces, la guitarra,
el pastel. Y juraría que todos los días la ciudad viene hacia mí unos centímetros,
los mismos en que el andén se aleja.
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