Asediando
las murallas del reino Alarse
Decenas
de semanas y el firme y sólido empalizado ladrillado no ha cedido en lo
absoluto. Ni rudimentarias catapultas ni sofisticadas máquinas de asedio han
logrado cedernos algo de la fuerza enemiga siempre lejana, situada en lo alto
de sus magníficas murallas riéndose de nuestros vanos intentos todos los días
con carcajadas de tonadas distintas. He enviado soldados de especialidades
múltiples, formaciones clásicas y creativas, arcos y ballestas han sido
cargados una y otra vez, torres móviles magníficas, hasta bolas ardiendo en
aceite desde distancias prudentes, nada ha funcionado y en vez de estar al
centro de la plaza de Alarse clavando el estandarte de mi reino reclamando
autoridad, estoy en mi tienda de campaña curando heridas nuevas y planeando
tácticas de antemano derrotadas. La frustración es inmensa, me creía y me
creían un general exitoso, invencible y ahora me encuentro frente a una partida
de ajedrez con las piezas congeladas.
Penetrando
las defensas del planeta Paraxis
Con los
ojos pegados en el radar esperamos el resultado de ese misil cargado de veneno
nuclear lanzado hacia lo que nos informaron sería una torre de control remota orbitando el espacio,
un satélite usado para conducir desde el planeta toda la artillería defensiva
que rodea la atmósfera de Paraxis. Las señales nos indican que el blanco ha
sido destruido y a mi comando la mitad de la flota se lanza en picada a invadir
los cielos y apoderarnos así de este rincón de la galaxia. Pero ni las horas de
inteligencia invertidas ni la sofisticada tecnología pudieron detener la
horrible escena donde los lásers ajenos engulleron la negrura del espacio y
destruyeron al ejercito que había enviado tan seguro. Ya no aguanto el peso de
mi cuerpo, mis venas se declaran en huelga, la ira corroe mis puños, deseo
saltar por la escotilla al vacío y dejar que el gélido espacio rompa mis huesos
uno por uno. Mandé a miles a la muerte por una causa que ahora veo siempre la
tuve perdida.
Resistiendo
la ira de ciudad Niva
Putos
extranjeros, nos gritan las automáticas que porta hasta el último habitante de
la ciudad que acabamos de tomar, o intentar al menos. Todo fue una ilusión, la
destrucción del palacio de gobierno y el sitio del parlamento nada de eso
sirvió porque Niva entró en furia y se armó hasta los dientes para corretearnos
por sus calles confusas y estrechas. Ahora es todo caos, libres de origen
balazos, explosiones y gritos recorren las murallas abatidas y a nosotros
regresan soldados con amputaciones espantosas sangrando el doble de lo que un
hombre común puede. Ya nada tiene sentido en esta guerra dónde nadie habla de
victoria o de derrota, es simplemente una masacre que solo puedo detener llevándome
a casa la sensación de no ganar, ni siquiera perder.
Dimitir
la espada, liberarme de la armadura de hierro y volver la mirada a casa dejando
al rey abatido sobre el tablero. Prefiero eso antes de repetir la danza de
fuego que iluminó al espacio dejando atrás un triste anillo de cenizas que
esperan que la gravedad las trague para terminar de quemarse en el descenso
eterno, sin caída. Tal vez así pueda volver a mi país y presentarles a los
deudos mis respetos por sacrificar a sus seres queridos en esta batalla que dio
a luz ya vencida.
La
vuelta a mi reino me ha abierto los ojos, nunca pensé que el camino de regreso
sería tan distinto incluso tomando la misma ruta. Hay más tranquilidad para
mirar hacia los lados y detenernos a descansar solo porque el paraje parece de
ensueño. Dedico mi tiempo a forjar mi espada por gusto y al mirar el tablero de
navegación me doy cuenta cuántos otros destinos esperan ser explorados,
infinitos, la galaxia entera por descubrir y la esperanza retorna a mi cabina con
ribetes de locura y sinsentido. Le ordeno a mi tripulación ajustar los controles
del salto hiperespacial al azar, terminar en cualquier lugar del mundo y colgar
el traje camuflado para hacer de mí cualquier cosa, llevarme a destinos que tal
vez ya conozca o que nunca haya visto. Basta alejarse de Alarse, no volver a
Paraxis, olvidar a Niva.
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